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ÚLTIMAS TARDES DEL IMPERIO
Llamaron a la puerta y, sin mediar palabra, una mensajera fugaz, veloz, –reparé
en el símbolo cristiano en forma de pez que llevaba colgado de su cuello– me entregó Une forêt, la nueva novela de Jean-Yves Jouannais. La enviaba el propio autor y me
sorprendió que su trama conectara con ¿Por qué hacen eso?, mi columna del martes 25
del mes pasado en estas mismas páginas, la que hablaba de Los pájaros, de Hitchcock, y
de los ataques de esas aves a los humanos, así como de “la amenaza aterradora que nos
acecha” y que, en el momento de escribir esto, identifico con el espectáculo
sincronizado de una bandada de estorninos que vi volar la semana pasada en el cielo de
Tarragona.
Fue concluir la lectura de Une forêt y confirmar que la novela reunía todas las
condiciones para dar continuidad a lo que, con humor, podríamos llamar mi “estado
pajarero” de los últimos días. En alcanzar ese estado ha influido la noticia de que, en
doble edición catalana y castellana, se ha publicado el clásico de 1922 Els ocells amics (Mis amigos los pájaros), de Josep María de Sagarra. “El libro aparece en un momento
muy emplumado: llevo días viendo halcones cernirse en el cielo de la ciudad”, escribió
Jacinto Antón.
Une forêt transcurre en 1947, tras la Segunda Guerra Mundial, en la devastada
ciudad alemana de Bremen. Y narra cómo a Lenz, abogado y capitán del Ejército
estadounidense al que le han encargado “desnazificar” los espacios públicos alemanes,
se le asigna un caso bien peculiar: ¿qué hacer con un grupo de pájaros parlantes,
estorninos que anidan en un bosque local y han aprendido a cantar himnos nazis que
transmiten a sus crías?
Lenz se enfrenta a un dilema legal y moral: ¿tiene que defender a estas aves y
demostrar que no son nazis fervientes, o bien erradicarlas para limpiar la vida pública de
todo rastro del régimen caído? No se arredra ante el dilema (tan actual) y explora a
fondo temas complejos, relacionados con la culpa colectiva y la resiliencia de las
ideologías. Es como si Lenz hubiera comprendido que dedicarse a semejante dilema
podía ser una ocupación divertida y siempre preferible al tedio.
Hablando de tedio, la semana pasada, en la Imperial Tarraco, lo arrinconé al
dedicarme a recordar que en 1890 el británico Eugene Schieffelin trasladó 100
estorninos de Londres al Central Park de Nueva York, lo que acabaría provocando que
estas aves se convirtieran en una especie invasora que aún hoy causa daños ambientales
en Norteamérica, y también aquí, donde algunos creemos haber visto bandadas de
estorninos que, en su viaje de vuelta a Europa, parecen cómplices de la “amenaza
aterradora” que tanto nos acecha. Y quien sabe si no influyen en que nos sintamos
súbditos de ese Imperio Romano en decadencia en el que, según Philip. K. Dick,
seguimos viviendo todos. Algo que, de ser cierto, explicaría nuestra condición de
cautivos del Mal, con toda esa sucesión delirante de emperadores romanos y otros
pajarracos imperiales, con tantos chiflados, a un lado y otro del Atlántico, capaces todos
de una majadería distinta cada día.
Enrique Vila-Matas
Café Perec, El País, 9/12/2025
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