ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Berlin en marzo 2025






Y el Ayuntamiento sin saberlo






Viví en una dictadura...






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Perder teorías



RETRATO DE VILA-MATAS

PACO CERDÀ


01

Del niño Enrique Vila-Matas su maestro se burló. Delante de sus compañeros Cadena, Flavià y el resto de la clase, el profesor de los maristas leyó en voz alta su redacción escolar y se mofó.

— Como pueden comprobar, el alumno Vila-Matas nos informa en este texto de la baja intensidad de la luz de la lámpara de su escritorio.

Todos rieron.

El alumno Vila-Matas —flaco, cejas largas, frente ancha, pómulos marcados, raya a la izquierda, grillos en la cabeza asomando por los ojos— debió de bajar la mirada. Había escrito que aquella lámpara dormía sobre sus ojos en vela. Era una metáfora de su estado de ánimo; una imagen de la precariedad económica que sufrían en el piso de la calle de Rimbaud, Barcelona, años sesenta; el mundo de ayer.

Todos rieron.

Pero aquella tarde remota en que su maestro lo llevó a conocer el hielo de la crítica, el alumno Vila-Matas descubrió algo más importante. Sintió, por primera vez, la íntima necesidad de escribir.

Y si la lámpara era débil, mejor buscar en un cuarto oscuro.

Ahora ha llegado ese momento.

02

Hace medio siglo que Enrique Vila-Matas (Barcelona, 76 años) empezó a publicar. Lleva más de 40 libros desde que en la mili, en la trastienda del colmado de un regimiento de artillería perdido en el norte de África, aquel Giovanni Dogo sin desierto ni tártaros escribió su primera novela: Mujer en el espejo contemplando el paisaje.

En Impostura exploró el misterio de la identidad personal, la pasión por ser otro, la necesidad de habitar vidas distintas.

En Historia abreviada de la literatura portátil creó los shandys y aquella conjura secreta de escritores con maleta.

En Suicidios ejemplares cartografió la voluntad radical y última de desaparición que es la muerte voluntaria.

En Bartleby y compañía —su hit— dibujó una constelación de escritores que renunciaron a escribir.

En El mal de Montano llevó al límite la obsesión enfermiza por la literatura como patología incurable y a la vez remedio salvífico.

En París no se acaba nunca Marguerite Duras le enseñó que la escritura es un entramado sin principio ni fin.

En Doctor Pasavento, de la mano de Robert Walser, reflexionó sobre la desaparición del sujeto en Occidente y su empeño por reaparecer.

Entonces Vila-Matas ya tenía un proyecto literario; un trencadís a lo Gaudí. Luego fue sumando teselas y más teselas a su mosaico. Y así tendió un paseo a lo largo del puente que enlaza el mundo excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett en Dublinesca. Y encumbró el arte de no hacer nada con el síndrome Oblómov en Aire de Dylan. Y buscó una frase perdida mientras exaltaba el arte de caminar sin rumbo en Esta bruma insensata. Y se preguntó si la vida solo fuera leer y escribir flaneando por París y otras ciudades en Montevideo.

Todo —siempre— entretejido con la literatura. Una catedral metaliteraria.

Ahora da otra vuelta de tuerca. Regresa al espíritu de sus bartlebys que no escriben y alcanza lo metavilamatiano 25 años después. Su nuevo libro, Canon de cámara oscura, empieza con la muerte de Antonio Altobelli, un lúcido y marginal escritor barcelonés, conocido como El Fracasista, que deja un encargo a su secretario y heredero: debe seleccionar, de entre su inmensa biblioteca, 71 libros y guardarlos en un cuarto mal iluminado. La misión es que Vidal Escabia, así se llama su asistente, conforme un canon literario desplazado, intempestivo e inactual. Un canon disidente. Que discrepe. Que bordee la locura. Que se mueva, oscuro, entre las sombras. Como aquella débil lámpara en los días no azules de la infancia.

Pero hay una duda. Un misterio. El enigma es averiguar si Vidal Escabia es un hombre herido por el amor que siente por su hija ausente o acaso es un androide, un Denver-7 infiltrado entre la gente corriente.

Pero qué más da. Mueran las fajas y la trama. Entra Vila-Matas.

03

El escritor saluda. Bufanda y gorra vilamatianas. Mirada vilamatiana, quizá con más bartlebys en las bolsas. Y algo completamente inesperado: saca de una carpeta unos folios. Unos apuntes, unas citas, un pasaje, el correo de un escritor amigo valorando su última novela, todo va numerado como numerados van estos perfiles. Me los da. Se diría que, así como entra en el mundo de sus autores favoritos en mímesis y simbiosis, ha pretendido penetrar en la forma de este perfil. Vilamatiano, sin duda.

También yo le copio. Le pregunto con una cita.

—Dice Walser: “A menudo cuesta toda una vida librarse de ciertos recuerdos, por muy irrelevantes que sean”.

—Vuelven muchos recuerdos. Vuelve el día que mis padres, en tono trágico, me dijeron: “Tenemos que romper la hucha”. Yo no entendía aquella seriedad. No le daba valor a aquellas monedas que ellos entonces necesitaban y se me grabó el impacto de lo mal que lo pasaron al romperla. Vuelve también una imagen un poco triste: yo, de pequeño, por las aceras de Barcelona, agachado por el suelo con una cinta de metro, midiendo con mi padre la distancia entre farmacias para ver si él podía averiguar dónde cabía legalmente otra farmacia y así poder sacar adelante a la familia después de haberse arruinado. Vuelve el camino de cada día de casa al colegio: ahí está encerrado todo. Tu memoria, tu imaginación; tú mismo. Vuelve también la pregunta que un día me hizo mi padre bajando por el Tibidabo: “Y tú”, me preguntó, “¿qué quieres ser de mayor?”. Yo le dije director de un circo. Podría haberle dicho payaso o equilibrista, pero le dije director.

Es, en cierto modo, lo que viene haciendo Vila-Matas toda su vida: dirigir el circo de todos esos literatos a quienes hace hablar o callar en un largo número que se repite con variaciones Goldberg. Esta vez lo ha hecho con un androide. Y es curioso: cuando todos temen al lobo feroz de la inteligencia artificial, él ha utilizado a un androide como trasunto para hablar de la libertad.

—De todos mis libros, esta es la voz más extrema, el narrador que más fuera está del mundo. No ha nacido. No tiene padres. No tuvo infancia. No tiene recuerdos propios. Y eso me ha dado una libertad que nunca había conocido. Siempre he buscado una voz libre, porque la literatura es la búsqueda de la libertad. A eso aspiro, como el Quijote: a la libertad. Porque me crie en una dictadura y hasta los 27 años viví en ella. Eso marca. Y no quiero volver a ver nada que se le parezca ni lo más mínimo. Sin embargo, este mundo cada vez se parece más a todo aquello.

—¿Estamos perdiendo libertad?

—Sí. Pero escribiendo puedes ser libre. Yo así me siento libre. Aunque a los libres los tachen de locos. Mira el licenciado Vidriera: había de ser un loco para decir lo que pensaba de su época. Lo mismo sucede hoy. Y está bien que así sea: estamos todos tan necesariamente locos que no estarlo sería otra forma de locura. La absoluta rareza sería la normalidad.

04

Otra maestra, otra estudiante y otra lámpara, esta vez encendida. Fue cuando la profesora de literatura le regaló a su alumna adolescente un libro: Historia abreviada de la literatura portátil. Iba dedicado por su autor. “Para Anna Maria, este regalo portátil”. El volumen le cambió la vida a aquella muchacha. Hoy la que dedica libros es ella, Anna Maria Iglesia: periodista cultural, lectora profesional para editoriales y autora de Ese famoso abismo (Wunderkammer, 2020), casi 200 páginas de conversación profunda con Enrique Vila-Matas.

Ahí sueña Vila-Matas con una novela desterrada de tramas, argumentos y realismos y ya felizmente instalada en la frontera; una novela en la que sin problemas se mezclara lo autobiográfico con el ensayo, con el libro de viajes, con el diario, con la ficción pura, con la realidad traída al texto como tal.

Ahí rememora cómo impactaron en su poética del fracaso estos versos de William Carlos Williams: “Ninguna derrota / es enteramente derrota: / el mundo que abre es siempre / un lugar antes insospechado. / Un mundo perdido es un mundo / que nos llama a lugares inéditos”.

Ahí anhela una vida como viaje rectilíneo, sin Ítaca a la que regresar.

Le pido a Anna Maria Iglesia 25 adjetivos que describan a Vila-Matas. Caída la medianoche, cuando ya duermen sus hijas, ella se sienta ante el teclado y responde de un tirón. Y escribe irónico, paradójico, cómico, blanchotiano pero cada vez menos, autoparódico, ambiguo, reiterativo con variaciones, afrancesado (a veces), anglosajón (por momentos), extraño, vital, curioso, indagador, reflexivo pero no pedante, creador de antihéroes tozudos, de ficción sin auto, de ficción pese al yo, burlesco y a la vez tremendamente serio, inventivo, durasiano (de Marguerite) y pitoliano (de Pitol), pero sobre todo walseriano.

Es decir, un híbrido.

05

¿Cómo sería hacer un Vila-Matas de su última novela?

Lo primero, tomar las tijeras y cortar algunas frases suyas del Canon de cámara oscura. Por ejemplo estas:

1. Utopía: mi deseo de que un día escribir y respirar no sean ritmos diferentes.

2. Escribir siempre ha sido tratar de escribir lo que escribiríamos si escribiésemos, aunque no escribamos.

3. La vida de cualquier persona normal es exageradamente ficticia. Todos fingen todo el rato y lo que sucede es que jamás pueden ser ellos mismos, y a su manera están tremendamente encerrados en algo que no existe y que tiene todo el aspecto de, en el fondo, no tener sentido alguno. Hablo del mundo, claro.

4. Vi un mundo que solo era puro vacío, pero a la vez vi que en el vacío no faltaba nada, que éramos nosotros quienes no veíamos nada en él por culpa de nuestra ridícula visión endeble.

5. A veces hay que seguir, como si nada, como si nadie, como si nunca.

06

En ocasiones lo han colocado en las quinielas del Premio Nobel. O del Cervantes. Raro que no tenga el Nacional de Narrativa cuando The Paris Review lo encumbró como uno de los cinco escritores españoles entrevistados en 70 años; lo más parecido a un canon contemporáneo.

Ahora bien: donde Vila-Matas siempre gana es en los laboratorios metacadémicos de la Academia.

En la base de datos que recoge todas las tesis doctorales leídas en España existen al menos 11 tesis sobre Vila-Matas. Sobre su narrativa breve, su escritura intersticial, su poética de la conjunción, su concepto de viaje y fuga, su laberinto especular, su articulismo, su ficción crítica, su poética posmoderna, su aventura literaria como arma política, algunas cosas más.

Entro en la investigación del senegalés Papa Mamour Diop, titulada Enrique Vila-Matas y la búsqueda de la novela total (1973-2007): mestizaje genérico e intertextualidad. Son casi 500 páginas de paseo sesudo por el mundo vilamatiano, pero me deslumbra un concepto: la literofagia.

Literofagia: literatura que se nutre de y para sí misma. Que engulle y deglute literatura para degradar literatura, digerir literatura, absorber literatura, excretar literatura y luego dejar hueco para ingerir nueva literatura. Vila-Matas.

De esta investigación surge un mapa. Un territorio. Su canon real. Ese vasto mundo de citas y afinidades que van de Pitol a Tabucchi, de Magris a Sebald, de Bolaño a Musil. Y sobre todo: la angustia existencial de Kafka, el concepto libro-mundo de Joyce, la escritura infinita de Borges, la desaparición del autor de Walser, el paroxismo de la experimentación en Goethe, Shakespeare y Cervantes. Son los puntos cardinales de su atlas.

07

Dice Elias Canetti: “Todo escritor que ha conseguido un nombre y que lo impone sabe que, por este motivo, deja de ser escritor, pues administra posiciones como un burgués cualquiera”.

¿Se ha aburguesado?

—Esa idea de Canetti me crea un sentimiento de culpa. No puedo evitarlo. Hay tantas novelas rechazadas de genios que nos hemos perdido… Y en cambio yo, como otros, ocupo un sitio. Ahora bien: lo horroroso es si evitas el riesgo para conservar tu sitio burgués. Porque sin riesgo no tiene sentido la literatura. En este libro está muy presente el concepto de la oscuridad. A ello me llevó una idea de Maurice Blanchot. Él decía que la oscuridad que vemos disimula la oscuridad que hay detrás. Solo hallamos alguna luz, si es que la hallamos, avanzando entre tinieblas. Justo eso es escribir: un oficio de tinieblas. Cuando avanzas en la oscuridad vas a tientas. Te arriesgas. Vives.

¿Y el miedo al fracaso?

—El fracaso es inherente a la escritura. Y no es ninguna tragedia. Al contrario: el fracaso es digno. Es más: puede incluso superar al triunfo. Mira: una vez pude entrevistar a Dalí y me respondió algo que solo ahora he comprendido: “La obra perfecta es la muerte”.

08

La obra perfecta de un bartleby que no escribe, como Vidal Escabia, es componer un canon literario desplazado, intempestivo, inactual. De los libros que el narrador va salvando en su cuarto oscuro aparecen nombres consagrados: Ovidio, Cervantes, Melville, Montaigne, Musil, Walser, Sterne, Zweig, Kafka, Canetti, Calvino, Fitzgerald, Barthes, Ribeyro, Martín-Santos, Handke, Banville, Tavares. También surgen otras plumas más periféricas que entran o aguardan su turno para alcanzar el canon oscuro, como Alfred North Whitehead, Ryoko Sekiguchi, David Markson, Alberto Savinio, Harold Duché, Sergio Chejfec, Valeria Luiselli, Pablo Martín Sánchez o Camila Cañeque, otra cazacitas con sus 452 últimas frases antes del verdadero final.

09

Página 199. Vila-Matas habla de un concepto japonés intraducible: ikigai. Más o menos quiere decir la razón de vivir, la razón de ser, lo que hace que una vida valga la pena ser vivida. El ikigai se da cuando se alinean cuatro aspectos:

Lo que te gusta.

Lo que haces bien.

Lo que te da una recompensa.

Aquello que el mundo necesita de ti.

Oír hablar a Vila-Matas en la trastienda de una librería, oírle decir que solo el amor y la literatura dan sentido a la vida, oírle decir que ama tanto a la literatura que experimenta con ella un sentido de pertenencia hasta identificarla consigo mismo y con su vida, oír hablar delante de una carpeta al niño mayor que hace setenta y pico años ideaba historias imaginarias con sus soldaditos de plomo y que aún sigue con los grillos asomando por esos ojos en vela, oír todo eso es entender su ikigai: escribir y respira
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