Roger Smith Hotel
DIETARIO VOLUBLE
correspondiente al domingo
17 de mayo de 2009
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EL PASAJERO DEL TUSCANIA.
1
Cada vez que entro en mi cuarto, en la 1109 del Roger Smith Hotel, observo el enigmático grabado con los dos oceanógrafos en alta mar. Ya lo he fotografiado, lo he contemplado en las más variadas ocasiones, y hasta lo he descolgado para ver si en la parte trasera encontraba alguna información más. Pero el pequeño cuadro es lo que es. Según la dirección del hotel, muy probablemente una ilustración de una edición antigua de un libro de Joseph Conrad. Pero no están seguros y la única persona que podría contestarme con fiabilidad a esta pregunta murió el año pasado. Lo he pensado bien y no puedo perder el tiempo rastreando todas las ediciones de Conrad para ver si encuentro el grabado, de modo que voy a concentrarme en la curiosa circunstancia de que el único libro que me acompaña en este viaje es la reciente edición de Miguel Martínez-Lage de Fuera de la literatura, de Joseph Conrad.
Entre los ensayos de este libro se encuentra Travesías oceánicas, donde se habla de los viajes por mar y se dice que ya no son lo que eran. Sin duda, podría este texto haber sido perfectamente ilustrado por el grabado de los dos oceanógrafos en alta mar que tengo ahora frente a mí en el momento mismo –en pleno y bellísimo crepúsculo neoyorquino- de escribir estas notas.
Mientras veo cómo la luz de sombra del atardecer se va deslizando hasta los confines mismos del cuarto, decido imaginar que el grabado de los oceanógrafos pudo ser en sus orígenes una ilustración de ese ensayo. Y ya no pienso echarme atrás en lo imaginado. “Contradecir a lo que imaginamos sólo ayuda a reducir la vida de nuestro espíritu”, solía decir Vilém Vok. Así que doy por cierto todo y sigo mi camino, sin olvidarme de que en Los libros, primero de los espléndidos ensayos de Fuera de la literatura, se encuentra una admirable -no por obvia, necesaria en todo tiempo y lugar- apología de la libertad y de la imaginación en la novela. Para Conrad, la gran ventaja del novelista sobre los que se afanan en otros campos del pensamiento es su privilegio de la libertad, la libertad de expresión y de imaginación y la libertad de confesar sus creencias más íntimas, lo cual debería servirle de consuelo “frente a la ardua esclavitud de la pluma”.
2
Antes de pasar a formar parte de este libro, Travesías oceánicas fue publicado en tal día como hoy, pero hace 86 años, en el Evening News, de Londres. Es un texto sumamente lúcido, lo que no quita que fue escrito por Conrad tan sólo con el propósito de sacarse algún dinero durante el viaje que hizo en el Tuscania, el transatlántico en el que con fines promocionales se embarcó hacia Estados Unidos durante el invierno de 1923, un año antes de su muerte.
Conrad fue un hombre de mar que nunca pensó que llegaría ser “un pasajero” y expone en su artículo –en la línea de los dos que ya había escrito contra el lujo ofensivo del Titánic- su protesta por los horrendos cambios experimentados en los viajes por mar desde los tiempos en los que él navegaba: “La experiencia del pasajero era bien distinta en la época de la navegación a vela: allí tenía que aclimatarse a ese ambiente moral de la vida en un barco que estaba condenado a respirar durante muchos días. No era huésped de una incómoda e inestable imitación del Hotel Ritz”.
En términos generales, el cambio a peor es una de las constantes de la historia de la humanidad y la alta literatura lleva ya siglos comentando ese pertinaz fenómeno. Cambiamos continuamente, pero siempre para ir a menos. Es como si, sabiendo que la vida –como decía Scott Fitzgerald- es un proceso de demolición, quisiéramos imitarla y nos afanáramos en buscar el desastre después de cualquier mínimo esplendor.En Travesías oceánicas habla Joseph Conrad, con conocimiento de causa, de la demolición del antiguo concepto del viaje en alta mar, y lamenta la pérdida del sentido de la soledad y de la aventura. Ya ni siquiera el mar es lo que era cuando uno lo mira desde el ojo de pez del camarote más pulcro.
Pero también es verdad que, por más crítico que fuera con los lujos transatlánticos, eligió un billete de primera clase para su travesía marítima hacia los Estados Unidos. Quizás intuía que era su último viaje y tal vez sospechaba que no está tan reñida la agria protesta con la comodidad propia. Parece que no hubo una sola noche en la que no cenara por todo lo alto en la mesa del capitán. Nada que reprocharle. A fin de cuentas, es preferible un cierto confort si uno navega ya fuera de la literatura.
Dietario voluble, El País, 17 de mayo de 2009 |