1. ARTIC SEAMSTRESS
Resumen de lo escrito: Tras haberse ejercitado largamente como amanuense, Dora Trage Malú se ha descolgado con un blog llamado La costurera polar, dispuesta a seguir copiando todo lo que yo escriba. Mi blog en web tiene pues en el de Dora –nada puedo ni quiero hacer para evitarlo- un eco. Su costurera polar (“arctic seamstress”) remite a la poesía de Charles Simic, uno de los grandes poetas contemporáneos. Traducido y prologado por Martín López-Vega, acaba de publicarse La voz a las tres de la madrugada. En este libro de Simic, he encontrado un poema que buscaba desde hacía tiempo.
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Nightlife, 1943, Archibald John Motley, Jr. |
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2. CLUB MEDIANOCHE
¿Eres el único propietario de un sórdido club nocturno?
¿Eres su único cliente, el único tras la barra,
el único camarero que ronda entre las mesas vacías?
¿Organizas de madrugada shows de chicas
con muertas estrellas de películas en blanco y negro?
Tu oficina, ¿está arriba tras las luces de neón
o abajo en el sótano infestado de ratas?
¿Son barbudos pensadores rusos tus silenciosos compañeros?
¿Trabaja para ti un portero llamado Dostoievski?
¿Sabes si vendrá esta noche Fumanchú?
¿Ha llegado ya Emily Dickinson?
¿Tienes un alma inmortal?
¿Tienes la secreta sospecha de que no tienes alma alguna?
¿Es por eso que lanzas un par de dados blancos,
a oscuras, cuando hace tiempo que el antro ha cerrado? |
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3. LOS SERES QUERIDOS
8 de noviembre 2009
No hay un solo escritor cuyo caso sea idéntico al de otro. Yo, por ejemplo, no pienso tirar aquello que he escrito que no acaba de convencerme. No he querido publicarlo ni lo haré nunca, de acuerdo. Pero si el día de mañana puede beneficiar a mis seres más queridos, estaré encantado desde el otro mundo. Pongamos el caso de Kafka. Bueno, es obvio que hicieron bien en no respetar su última voluntad. En todo caso, siempre hay que valorar a un autor por su mejor libro, por la altura que ha sabido alcanzar en su mejor obra. Es de sentido común, por ejemplo, que la peor obra de Bolaño no podrá nunca perjudicar a su obra maestra. Ahora tenemos Los sinsabores del verdadero policía, el manuscrito de Bolaño que apareció en Frankfurt este octubre. Contiene el proyecto originario de su novela 2666 y da otra lectura de ese libro. De la misma forma que interesan las cartas de Kafka recién encontradas en Israel (por mucho que sabemos que lógicamente no superarán La metamorfosis), interesan Los sinsabores, donde el protagonista es Amalfitano, lo que ofrece un ángulo de visión distinto de 2666.
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4. UN SOLITARIO EN LA FIESTA
Ha pasado el tiempo, pero siempre vuelvo al hombre para muchos amargado, aburrido, preocupado o demasiado borracho; el hombre situado en el centro del cuadro de Archibald John Motley, jr. En medio del movimiento, él está perfectamente estático, dramático. Todavía hoy cuando lo veo, me parece que no está ahí ni amargado ni borracho, sino a solas con su mente, registrando pasos y calculando el número de miradas. Recuerdo haber visto con Manuel de Lope este cuadro, Nightlife, en el Art Institute de Chicago. Estaba justo al lado del celebérrimo Nighthawks de Edward Hopper, la pintura que me empeñé en ver y que De Lope, sin demasiado entusiasmo, me ayudó a buscar después de una larga sesión de pasos sin rumbo. Fue él quien, cuando por fin logramos situarnos ante el Hopper, observó el contraste entre los dos cuadros. Nightlife con tanto movimiento y tan quietos, en cambio, los clientes del bar de Nighthawks. Y fue él también quien insinuó que era ese fuerte contraste, y no tanto la similitud de los títulos respectivos de las pinturas, lo que había provocado que alguien hubiera decidido situarlos uno al lado del otro. Estábamos hablando y hasta discutiendo acerca de esto cuando De Lope reparó de golpe en el solitario en medio de la fiesta, el tipo estático rodeado de tanto movimiento. Y me preguntó si lo había visto. Sabía de qué me hablaba. Lo había visto, pero no pensaba volver a hacerlo. Porque me parecía terrible. Aún sigo teniendo aquella impresión. El solitario estaba allí para imaginar hasta el último paso sin rumbo del museo.
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5. REORDENACIÓN Y TRAMA
Resumen de lo escrito: Tenemos, por un lado, a un Dios solitario, que imagina los pasos sin rumbo de sus criaturas por el gran museo del mundo. Y por otro, un dato de realidad: la cuestión de la última voluntad de los escritores (casos de Nabokov, Kafka, Bolaño). A Dios le tenemos absorto en su tarea de imaginar pasos perdidos y a Roberto Bolaño en la parte del más allá, aprobando que de su gran esfuerzo y trabajo –tal como siempre deseara- se estén beneficiando ahora sus seres queridos. Tenemos también una fiesta en un sótano, en un sórdido club nocturno en el que se espera a Emily Dickinson. Y un reloj que nos dice que son las tres de la madrugada, como en el poema de Simic. Dios absorto en su guarida y Bolaño en la suya. En el mundo real, un baile. Una hora avanzada de la noche. Llega Emily Dickinson y no conoce a nadie y, además, allí la confunden con otra persona. Se ha equivocado de sótano. El error parece fatal. Pero algo se ha puesto en marcha. Porque ahora ya hay conflicto, ya hay historia. ¿Qué hace en una fiesta donde no la esperaban? ¿Por qué todos, aterrados, han parado de bailar al verla? La novela puede comenzar.
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6. UNA BRISA
O puede no comenzar. Porque no niego que está la posibilidad de que la persona que responde por el nombre Emily Dickinson y que se ha equivocado de fiesta no sea la famosa escritora, sino una sencilla muchacha de Navacerrada, hija de padres ingleses, buena lectora de literatura, recién llegada a Madrid, entrando casualmente en una juerga de la mafia a la que no ha sido convidada y viéndose confundida con una asesina a sueldo. Por eso los bailarines se habrían quedado estupefactos, de piedra. No esperaban esa visita.
–Me llamo Emily –habría dicho ella tratando de romper la tensa situación.
Un gángster instruido, de traje a rayas y cara perfecta de facineroso, excelente lector de poesía, deja volar su mirada hacia el techo y evoca un recuerdo de infancia, un poema de Emily Dickinson aprendido de memoria.
Un sépalo, un pétalo, y una espina
una mañana cualquiera de verano,
un frasco de rocío, una abeja o dos,
una brisa, una cabriola entre los árboles,
¡y soy una rosa!
-¿Ha llegado ya Emily Dickinson? –pregunta Sophie Tauber, una mujer muy delgada, casi aérea.
Nadie le contesta. Sophie bebe zumo de uva. No falta nada para que el baile se reanude. Repite la pregunta y ésta vuelve a caer en el vacío.
-¿Ha llegado ya Emily Dickinson?
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7. ENCICLOPEDIA DICKINSON
Antes de que escribamos la primera palabra de una novela, todo es posible. Se puede abarcar lo que quieras. Pero una vez has escrito ya la primera línea (y no digamos ya, como es aquí el caso, cuando has escrito las primeras ciento veinte líneas), uno sabe que las palabras que componen ese arranque de la novela van a condicionar el resto de la acción. Si en lugar de “una juerga de la mafia”, por ejemplo, hubiera puesto “una juerga de una agrupación de ciclistas”, la trama habría ido seguramente por otros derroteros. ¿Por qué puse las palabras “juerga y “mafia” en lugar de “agrupación” y “ciclistas”?
Ya no puedo escapar, ya soy ahora el prisionero de juerga y mafia y de todas mis otras primeras palabras para la novela. Son palabras que no han surgido casualmente sino que todas están enraizadas en mi inconsciente. Merece que me detenga en ellas el tiempo que sea necesario. De alguna forma, todas esas palabras han tenido que afectarme más a lo largo de estos días que aquellas otras que aquí no hacen su aparición. Con algunas de ellas quiero hacer una enciclopedia personal y quizás de vez en cuando preguntarme por qué pensé en ellas en un lejano instante del mes de noviembre de 2009.
De hecho, como mi arranque de novela lo he escrito a lo largo de ese mes, estas páginas tendrán algo de manual de Noviembre. Porque la novela será un diccionario, digamos que una Enciclopedia Dickinson, algo así como un manual de palabras de otoño. A su manera explicará a veces, también inconscientemente, por qué elegí unas y no otras palabras para fabricar el inicio de una novela para la que creo tener un título distinto al que preví en un primer momento y que era ¿Ha llegado ya Emily Dickinson?. Será un título más del mundo de Alberto Savinio que del de Charles Simic.
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Aumento de la imagen del fragmento 6. |
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8. UNA INVESTIGACIÓN
Alguien escribe una novela que es un diccionario que puede leerse como una novela. Su trama es la investigación acerca de lo que le sugieren las palabras con las que pretendía construir la historia. La novela se llama Enciclopedia Dickinson.
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9. UN CAMBIO
Alguien escribe una novela que titula Enciclopedia Dickinson, siempre sospechando que cuando llegue al final estará frente a un mar abandonado por los vientos y la volverá a llamar ¿Ha llegado ya Emily Dickinson?
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10. AMANUENSE
Persona que tiene por oficio copiar o poner en limpio escritos ajenos, o escribir lo que se le dicta. Sinónimos: copista, escribiente. Es más fácil encontrar gente que odie a los literatos (o a un literato en concreto) que a un amanuense. Desde que existe la humanidad, los hombres jamás se cansarán de odiar en los demás lo que ellos mismos querrían ser, sin poder llegar a serlo. ¿Y quién no desea la sabiduría o, por lo menos, el brillo que da la sabiduría que se supone que tiene a su alcance alguien que es escritor? El amanuense, en cambio, no despierta recelos ni envidias. Es una figura modesta, simpática. Carece de ambiciones y, por tanto, no molesta. Se limita a copiar lo que hacen los otros.
La primera vez que supe de la existencia de amanuenses fue hacia 1960, cuando yo tenía doce años. Escribí una primera novela, una novelita policiaca, Mis dos tíos, vagamente inspirada su escena inicial en la de El halcón maltés, donde, si no recuerdo mal, había una llamada telefónica en la noche. En Mis dos tíos, había un tío que era bondadoso y uno que era todo lo contrario. El rufián, tras un desfalco, huía al Congo belga. Mi padre decidió que la novelita la pasaran a máquina en una oficina de copistas de la calle Aribau de Barcelona. Eran cuatro señoras de cierta edad que trabajaban para despachos de la zona. No llegué a conocer a mis copistas, pero mi padre me dijo que una de ellas, cuando reía, se tapaba la boca con la mano y que ése era en sus orígenes un gesto de educación, un gesto antiguo, que se estaba perdiendo. No hay un cuadro que se titule Copista que ríe tapándose la boca. Lástima. Sería una buena ilustración para esta primera entrada de la Enciclopedia (Dickinson). |
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