ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Rodrigo Fresán en bar Belvedere, Barcelona

ciudad 4

Dylan

Pedro Bosqued

303 Fresán y V-M. La Central

Asistentes presentación 'El estilo de los elementos'

foto Vila-Matas

LA REBELIÓN DEL DESVELO
(Sobre El estilo de los elementos, de Rodrigo Fresán)


PEDRO BOSQUED (*)


Rebelión. Todos entendemos esa palabra. Rebelarse también significa que se hace algo claro, diáfano, que sale de la zona del velo para convertirse en desvelo. Desvelo de una de las mejores obras del escritor argentino afincado desde el cambio de siglo en Barcelona. Rodrigo Fresán, en esta su última novela, El estilo de los elementos, permuta el título Los elementos del estilo de William Strunk Jr., deslaza el manual de estilo literario de 1920, hace ahora, por casualidad o no, un siglo y se lanza en busca de lo impensado.


Un libro contra la moda, los prestigios intelectuales, el hacer porque tiene que ser. Una lucha hecha lucha extenuante, todo lo valioso lo suele requerir, por ser libre y romper encorsetamientos creativos. Para ello, Fresán narra la historia del personaje, Land, en tres fases de su vida. La primera, Gran Ciudad I discurre en su Buenos Aires natal y las indicaciones familiares. Luego viene la adolescencia, en Caracas en la Gran Ciudad II, el desapego evolutivo y el enamoramiento de Ella. Y termina con su asentamiento en Gran Ciudad III, en Barcelona donde escribe el manual para la escritura en tanto que lectura. Es ahí donde radica la simiente. En que los padres editores quieren inculcarle la dedicación a la escritura. Pero es Land en su proceso deductivo vital el que decide que lo que quiere ser, es lector.


Ambición máxima basada en la modestia real. Y la modestia real acarrea trabajo supino. Lo que realiza sin duda Fresán en esta novela de setecientas páginas y un empeño desmedido. Que empieza con unas páginas inabarcables para los perezosos pero que una vez hecho ese esfuerzo, se promete y asegura uno de los divertimentos máximos que puede tener la lectura. Ver, sentir, digerir lo que es un esfuerzo creativo, un delirio para llegar a la cordura de la lucidez diáfana y una fiesta del lenguaje, ironía, desparpajo, desconexión al mundo de corchopán y un anclaje verdadero a lo que es de verdad la literatura que no se allana con la farándula y que siempre encuentra una bufanda de lana para proteger la garganta y seguir contando. Porque el autor argentino sabe perfectamente que la narrativa es esa oralidad traspuesta en papel que cuenta, que necesita de una garganta honesta. De las que no se quiebran porque están contando embuste tras embuste por un plato de loas o una guarnición de ditirambos. Y como ya ha demostrado a lo largo de su obra anterior. Su tríptico La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada fue el Rubicón.


Ahora se lanza a una novela absoluta de conciencia y ciencia, de evasión y oclusión, de permanente búsqueda y humor. Porque ninguna obra máxima puede prescindir de ello, y a fe, querido lector, que encontrará en esta obra, la ironía suave sobre el exterior y la corrosiva pero honesta sobre sí mismo. La que todos necesitamos, la que como lectores agradecemos. Y frente a la inquietante burla sobre la necesidad de ser escritor, Fresán lanza la indiscutible maestría de ser un lector. Nada más importante, como decía Borges o ilustraba Cervantes con sus derivas. Como las derivas que se muestran simbólicamente en la cubierta con ese lápiz bicolor, por un lado el rojo corrector; por el otro, el azul. Pero que al marcar el papel, colorean de forma inversa. Un paso genial a lo lógico, un paso razonado a lo emocional. Lo que el arte siempre promete y no ejerce la hipocresía. Si en su anterior obra, Melvill, rendía un discreto pero profundo homenaje al sentido de la vida ligada a la literatura; en esta lo rinde a ese lector que podemos ser nosotros y él, por descontado, que sabe que nada mejor que lo leído nos hace la vida más amplia, más colorida y con más subrayados y correcciones que conforman una sabia manera de deambular. Land permanecerá como esa conciencia inconsciente que todo lector que se precie tiene. Se lo debemos a Fresán que ha dado a luz un estilo particular y unos elementos que deberían ser naturales. Como todo lector que se precie. Uno de ellos, Christophe Claro en el periódico Le Monde lo dijo más prístino que nadie: “Debe ser muy triste no amar los libros de Rodrigo Fresán”.


* Reseña de Los elementos del estilo, de Rodrigo Fresán,
    publicada en Heraldo de Aragón, 3 de febrero 2024.

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