ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Paul Auster




Paul Auster et Siri Hudvest




Paul Auster. Credit Spencer Ostrander




Siri Hudvest




Auster y V-M Passatge de la Concepció. 7.09.17
LA CAPACIDAD DE CONTAR Y DE RECONTAR DE PAUL AUSTER *

JUAN CRUZ


Una memoria en especial habita en ese libro que leí cuando él apenas asomaba a la literatura internacional. Asomaba con decisión poética, con capacidad de contar y de recontar, y era guapo y alto, y muy querido, desde entonces, por su literatura y por su historia.

Aquel libro yo lo había leído cuando era tan joven como el propio Auster, pues nació casi como yo, en 1947, poco antes de que yo me incorporara a su quinta. La invención de la soledad apareció en 1982 y yo debí leerlo poco después, cuando salió en español, y de eso sí que no me acuerdo. Sin embargo, era y es una obra misteriosa e imborrable, como si fuera, en cierto modo, una biografía que en seguida forma parte de la historia propia de quien la lee. Es mi caso.

Fue de tal manera ese libro importante para mi vida que la incorporé a la misma porque, como en su historia personal, la que narra en esta obra maestra, yo mismo padecí en la niñez la amenaza de un asesinato que no ocurrió, pero que se pareció al que el padre de Auster vio de veras cuando era un niño.

Rara vez he contado yo mismo esta historia, pues aun no la he sabido contar, ni la sé contar, pero sí sé que cuando leí ese relato que hace Paul Auster y al que asistió de niño el hombre que le dio la vida sentí que de alguna manera yo le debía al autor de esta invención de la soledad la esencia misma de lo que yo guardo en silencio.

Desde entonces ese libro marcó aquel tiempo de vida, ha seguido siendo parte de mi memoria y ahora refulge con su oscuridad y su temblor, devolviéndome al tiempo en que, de niño, vi sobre mi propia cama (donde de día vivía yo y por la noche dormían mis padres) el cuchillo con el que un pariente de mi padre quiso matar a éste con el pretexto que él sí podría ser un padre bueno para sus hijos.

Yo era uno de esos hijos, entonces era un niño impedido (por el asma), atado a una cama que parecía un destino. Lo que Auster cuenta en este libro que no puedo olvidar, y que no olvidaré mientras tenga vida y memoria, es, entre muchos otros elementos de La invención de la soledad, el asesinato de su abuelo por su abuela.

Para llegar a la zona sagrada, y dura, de ese momento, Auster hace un largo excurso que tiene que ver con el carácter adusto, difícil, ausente, de su padre, cómo se comportó como tal padre, cómo vivía ajeno, o casi, de los hechos de la vida que iban desarrollando sus dos hijos. Hasta que llega a sus manos, gracias a la paloma fértil que resulta ser el azar, un documento en el que vecinos de aquella casa en la que se produjo el asesinato le dan noticia de lo que había pasado en la infancia de su padre, y esos hechos ponen en marcha el estupor que luego sería memoria y, finalmente, este libro duro, esencial, bello, inolvidable.

Todo lo que ocurre en esta invención de la soledad está hecho como quería que fueran sus poemas el poeta español José Hierro, sin vuelo en el verso. Además, como aquel juicio que siguió al encarcelamiento de la abuela y los debates periodísticos que tuvieron efecto en seguida tuvieron una enorme repercusión en la prensa de aquellos años, la primera parte del siglo XX, Paul Auster va desgranando crónicas insólitas, y también crueles, de los hechos y de sus consecuencias.

Durante esos episodios tan atroces, tan dependientes de la naturaleza del asesinato, Auster apenas hace otra cosa que reproducir las crónicas con la profusión de detalles de la escritura periodística, hasta que se producen las resoluciones imaginables (o inimaginables) que lo llevan a comprender mejor el carácter del padre, aquel niño que vivió los prolegómenos, el momento y las consecuencias del crimen.

Imagino que, como lector, y por lo que ya dije más arriba, yo me sentí alarmado en mi propia alma por la historia que él fue contando. Me conmoví con el viaje que hizo luego el padre para verlo a él mismo en París, abriéndose paso, como poeta, como guionista sin pasión, como narrador, como joven que, alto igual que el padre, poco a poco más famoso o más hecho a la vida del recuerdo y de los posibles olvidos, y, finalmente, un muchacho que se fue ganando el respeto (incluso literario) de aquel hombre que parecía hecho para desdeñar toda muestra de afecto o de cercanía.

Ahora que se supo que la enfermedad que padecía Auster (un cáncer que terminó siendo incurable) se lo llevaba a la muerte este 30 de abril de 2024 yo despertaba en una habitación de Madrid, lejos de mi infancia y de aquel tiempo en que leí conmovido, mi memoria revuelta, hecha ya de tantas ansiedades como olvidos, este libro tan extraordinario, y sentí que debía buscar en seguida La invención de la soledad, un libro que tenía tanto que ver con mi propia soledad, con la extrañeza de mi vieja infancia, con el hecho de haber leído hace tantos años algo que me revolvió un suceso ocurrido en la primera década de mi vida.

En la casa en la que vivo y escribo están todos los libros de Paul Auster, colocados uno encima del otro, hasta el último que ha salido. Me levanté de la cama, caminé hacia ese tejido tupido que es una biblioteca, y ahí, por la letra A que tantos inquilinos tiene, busqué confiado, ante la luz chiquita de la madrugada, ese tesoro que forma parte de mi vida siendo en realidad patrimonio de la vida de otro, un autor admirable que tuvo la paciencia, y el arrojo, de sacarse de la memoria esta sangre que parecía del momento en que escribió el libro y sigue siendo esencia de la vida que siguió, en él y, como es evidente, en sus lectores.

Pero allí, en la estantería no estaba el libro… Se lo llevaron el tiempo o los préstamos, aquellos subrayados de entonces ya no están más, o quizá están quebrados por el descuido de quien se lo llevó prestado.

Así que salí a la calle del 1 de mayo, la ciudad estaba celebrando, como el país entero, el Día del Trabajo, las librerías estaban cerradas, no había otro modo de hacerse con este libro memorable, este retrato de la soledad de otro que es mi propia soledad, así que quienes a mi alrededor saben cómo buscar libros en otros horizontes lo encontraron en Amazon, me puse a leerlo y cuando llegué a esas páginas que parecen ahora el arranque vital de su literatura, de la vida de Auster, supe otra vez por qué lo quise tanto entonces, por qué ahora lo quiero tanto y le deseo el descanso que merecen su raíz y su alma.

Salman Rushdie lo visitó en seguida que se recuperó del intento de asesinato que sufrió hace dos años, y lo cuenta en Cuchillo, esta obra de arte. La vida es un azar andante, y ahora es el azar un factor triste de esta historia que, habiéndose escrito en Nueva York, habiendo sucedido en un lugar remoto, resulta que tiene que ver también con lo que fue el susto sufrido por un niño que se encontró de pronto ante un cuchillo abierto sobre su cama en un pueblo de Tenerife, en las islas Canarias.


* Publicado en diario CLARÍN, Buenos Aires. 2 de abril 2024

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