ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Miró





Walser





Otras aguas no, María Domínguez





chaquetas





ventanas iluminadas





Miró
UN SOL BLAU

MARÍA DOMÍNGUEZ DEL CASTILLO  (*)


Carrer de Buenos Aires

“La gent est molt feliç hasta que deja de serlo”. Es lo primero que escucho al entrar en la librería +Bernat de Barcelona. He venido, a un tiempo, huyendo y buscando.

Pronuncio las palabras y contemplo las imágenes, pero no existe un hilo. Verbal o visual, todo una danza inútil en torno a un-algo. Inútil pero bella. A heap of broken images. Aquello que qué.

Enrique me entrega una palabra: “oscuridad”. Lo oscuro es precondición de luz. De iluminación. Lo oscuro como espacio para lo posible. Recuerdo un cuadro de Miró: Paisaje. Sobre un lienzo en blanco, diminuta, una marca azul. ¿La nada es lo blanco o es lo oscuro? ¿Es lo blanco el silencio? “Incluso el vacío es una especie muy sutil de cuerpo”, escribe Jean-Luc Nancy.

Paula comienza hablando de una exposición, comisariada por Victoria Cirlot, en el Museo Frederic Marès. Me muestra la fotografía de una talla: la llaga de Cristo, hendidura o sexo. Aquello del amor y del dolor. Mandorla. La mística del algo innominable. Nancy también escribe: “Un cuerpo comienza y termina contra otro cuerpo”. Como el lenguaje: posibilidad e imposibilidad de la comunicación. La palabra se pronuncia. Al llegar a-un-otro, ¿la palabra significa? “Between the idea / and the reality (…) / Between the conception / and the creation / falls de shadow”. Vía unitiva. La unión mística: amada en el amado transformada. ¿Sería esa la comunicación? ¿Y tal consumación última no implica la aniquilación de ambos sujetos?

Quizá solo en la noche, en la grieta del sentido, sea posible el yo. 

Te dije: me angustia, en esta ciudad, ese sucederse de miles de rostros que no volveré a ver. Las vidas posibles. Los cuartos vaciados. Las puertas que se abren y se cierran. El hombre que se es. Me hablas del afecto verdadero que puede nacer en el coincidir fugaz de dos anónimos.


En este otro jardín ya no cierto”

Inútil pero bello.

“Un sol blau”, susurró un sombrero al pas-e-ar frente a la obra de Miró que antes citaba. Paisaje. Esa marca azul en mitad de lo blanco (sombrero de Robert Walser sobre la nieve), que hasta entonces había interpretado como la sombra, como lo que hace presente la ausencia, la percibió aquel señor como una luz. Un sol blau. Luz-azul, hermoso palíndromo. 

La nada es la potencialidad del algo, la posibilidad del algo.

¿Qué tipo de orilla es esta en la que no se puede caminar? Existe un hueco en esta playa y es el yo que camina ahuecado, que devora y deja devorarse. Hombre: repulsivo contenedor. Hombre: impulsivo desbordarse.

Iván, dijiste un día: “esta ciudad ha crecido de espaldas al mar”. Un verdadero sacrilegio. Y esta arena cenicienta, estas aguas azules, aguas lechosamente venecianas. Este mar no es nuestro mar de pino y faro y duna. Ardiendo está toda la mar. Recuerdo. Cuando al recordar aplico una leve veladura de nostalgia, me repito aquellos versos de Argensola: “Porque ese cielo azul que todos vemos / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!”.
Dibujé en el sobre un faro triangular. ¿Te hablé alguna vez de él? No nada nunca.


“El mar es lo que no veo”, escribe Duras.

Hay imagen. Hay. Significante. Pero no sintaxis.

¿Es necesario acaso?

Lo esperable, lo predecible sería que pudieran unirse todos estos puntos, estas imágenes sin duda resonantes y ecoficadoras; que trazaran una línea, una idea profunda, un contorno preciso; que apuntaran a un sentido.

Pero tampoco es necesario. No es necesario. No es esto poesía (Gimferrer: “se trata de ordenar estos datos dispersos […]. Ordenar estos datos dispersos es tal vez poesía”). Hermosísima ficción la mar ardiendo, y sobre Montjuic me detuve frente al sol rojo de un cuadro mironiano mironiano miró miraríamos el mar azul el cielo rojo. El mirar como elección. Todas estas citas.

Qué quiero escribir no lo sé. Lo que tiene que ser dicho se descubre en el decir. En el diciendo. El pensar sucede en el sucederse dinámico del lenguaje. Es esto un discurrir, una deriva. Agua busca agua.

¿El verbo torpe? La lengua torpe. Ruido o exceso.

Aitana, pienso en ti. Hace unas semanas me citaste a Francis Bacon: “Dos pintores o dos poetas que se encuentran no se dicen nada. Nada, están mudos”. Confío, querida, en tu palabra. También en la de Virginia (Bernard quebrado en frases, el único libro posible): “How much better is silence: the coffee cup, the table”.

Lo que haría falta aquí es levedad. Algo de aire.


Xocolatería Dulcinea, Petritxol  

 Estaba sonriendo a un crío de no más de un año en el café, un niño muy espabilado que señalaba algo que se había caído al suelo. Emitía sonidos y vocales como queriendo decir, producir significado más allá del balbuceo. No ha caído aún en la ficción del lenguaje, y tal vez comprobará que tampoco las palabras bastan, que era capaz de aproximarse más a la expresión de su sentir por medio de ese señalamiento de su dedo índice, ese sonido gutural y esa sonrisa traviesa, que, sirviéndose de la más alta literatura, el más elaborado de los conceptos (“this is the way the world ends, not with a bang but a whimper”). Como el cuerpo, la palabra es una prisión o un dios.

Pero todo esto lo escribía porque me encontraba sonriendo a la criatura cuando sorprendí a uno de los empleados, el camarero más joven, sonriéndome a mí, con la misma ternura con la que yo seguía los gestos del bebé. Me acordé entonces de la anécdota que me refirió Vila-Matas cuando manifesté ese desasosiego, esa angustia al ver pasar frente a mí (en las calles del Gótico, en las paradas de metro) tantas vidas posibles, tantos miles de rostros que no volveré a ver. Me hablaste, Enrique, de ese afecto que aún guardas y que sentiste por un anónimo que te esperaba en alguna estación para acogerte o darte la bienvenida. No lograste contactar con él para hacerle llegar alguna de esas palabras por las que antes he mostrado recelo y que, en cambio, en ocasiones son cuestión de vida o muerte. 

She sliced like a knife through everything; at the same time was outside, looking on”. Este bolo alimenticio en la garganta hueca es precisamente el llanto redondo que podría atravesarse, corte limpio, con un cuchillo de untar, y quedo ahí en mitad del café, sola en una mesa para dos, rodeada de familias, de hijos con hijos y chocolates y churros y señoras mañaneras con sus alegres tiroriros, y me compadezco de mí hasta que cierta hilaridad comienza a pervertir este estado pathético del alma. Es la comicidad del absurdo y me sé triste y tal vez ridícula y tal vez al borde de la carcajada-rictus, la carcajada-mueca, que me remite a ese llanto ambiguo, ese llanto-risa de un cinematografiado Gustav von Aschenbach que se derrumba sobre un pozo veneciano, vestido de blanco, con un pañuelo rojo en el bolsillo de la chaqueta, y  comprendo que esta escena es esa escena, porque todos los hombres el hombre, porque el quizá demasiado extravagante y melodramático pañuelo rojo en mitad de tanto blanco puede leerse como un hiperbólico, epitético ornamento, casi risible, eso parece, hasta que el espectador comienza a dudar de su primera interpretación de la imagen, y se pregunta si, lejos de tratarse de un adorno indumentario,  se trata de una mancha de sangre, una-tan-dilatándose-herida-de-muerte.

***

He pagado el último café barcelonés y, al salir, he tenido que sentarme en un banco de la Plaça del Pi. Es aquí cuando el lenguaje, aunque no baste, sí salva un instante.

El camarero me ha cobrado y, después de cuatro días de divertida y afectuosa contemplación, ha decidido hablar: “Te veremos pronto, ¿no?”. “Hoy ya no”, he respondido. Le doy vueltas a la semántica imposible de mi respuesta. Hoy-ya-no. A partir de hoy, no nos volveremos a ver. Y yo habré sido para ti y tú habrás sido para mí uno de esos tantos rostros. Este chico lleva observándome cuatro días. Es un establecimiento frecuentado por familias y parejas, y los cuerpos se suceden y relevan a un ritmo vertiginoso. Yo reclamaba el tiempo lento, el ritmo lento, un moderato cantábile en esa mesa para dos, solo ocupada por mí, conversando conmigo misma en este cuaderno monótono. Evoco un diálogo de Los ojos azules pelo negro:

- Está sola.
- Sí.
Para escapar de la sofocante simplicidad de esta confesión, se giró hacia la puerta del café; el mar.

“Justo donde tú te sientas / se solía sentar Dalí”. Estos dos octosílabos inocentemente hermosos ha pronunciado el camarero. Cuatro días, consideró, eran suficiente indicio de permanencia. Suficiente promesa de cliente habitual. El día en que decide llegar a mí (con la palabra) es cuando tengo que irme.

***

“Buscar ruido oculto en el silencio, el movimiento en la quietud, la vida en lo inerte, el infinito en lo finito, las formas en el vacío y yo mismo en el anonimato” (J. Miró).
Un sol blau. Recuerdo ahora, en el tren de regreso al sur, las palabras del señor que miró a Miró.

No es el rojo de Visconti. No es un adorno risible y afectado que se revela trágico en su ambigüedad sanguinolenta. En mitad de tanto blanco, en el centro del hueco de esta mañana última de Barcelona, existió tras el café un deslumbrante palíndromo, una diminuta luz azul.

Final de partida.


(*) María Domínguez del Castillo (1997) “Esta joven poeta sevillana explora en su último poemario, Otras aguas no, la tensión entre ficción y verdad, las (im)posibilidades comunicativas del lenguaje, interesándose tanto por lo que este puede lograr como por lo que no. Todas las historias son la misma historia —la del amor y el dolor, la historia del hueco—.
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