ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Tino Sehgal




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Tino Sehgal
CUANDO EL ARTE PASA COMO LA VIDA

MARTÍ MANEN


Uno de los debates que plantea el arte contemporáneo tiene que ver con la multiplicidad de sus formas, su exposición, reproducción y difusión. En este contexto, las efímeras performances de artistas, faltas incluso de documentación, suponen una auténtica revolución.

El Guggenheim en Nueva York, la última edición de la Documenta en Kassel, el Stedelijk en Amsterdam, la Alte Nationalgalerie en Berlín y, recientemente, la enorme Sala de Turbinas de la Tate Modern en Londres. Tino Sehgal ha logrado hacer exposiciones en algunos de los museos y galerías más importantes del mundo sin necesidad de presentar objeto alguno, simplemente con movimientos, voces, susurros. A sus 36 años, y generando momentos que tienden a la desaparición, Sehgal es uno de los artistas referentes del arte de hoy y de mañana.

Tino Sehgal (1976) supone una revolución. Desde la posición del artista ha logrado lo impensable: obligar a las instituciones a cambiar su forma de trabajar, controlar la difusión de imágenes y contenidos sobre su trabajo en los medios de comunicación, cambiar el ritmo de un formato como el de la exposición, incorporar con éxito la danza y la coreografía en los museos, vender momentos y situaciones a coleccionistas y que no quede rastro objetual de su trabajo con el que se pueda mercadear.

Nacido casi por casualidad en Londres (hijo de una familia global que cambia de ciudad y país sin demasiados problemas) y con una formación doble y sorprendente en economía política y danza contemporánea, Sehgal entra en el contexto del arte después de formar parte de las compañías de danza de coreógrafos como Jerôme Bal o Xavier Le Roy, de quien pudo visitarse recientemente su exposición en la Fundació Tàpies. El interés de Tino Sehgal en buscar una relación nada estática con el público propició su salto al arte contemporáneo y a la exposición, donde principio y fin no están necesariamente limitados como en una función en un escenario teatral. Sehgal parte de una idea de capitalismo ecológico: ya no necesitamos más objetos, la humanidad ha creado tantos que superamos el poder de la naturaleza como peligro número uno pero, al mismo tiempo, el sistema puede mantener una idea de producción como base imitando el modelo de la danza. "La danza transforma acciones para llegar a un producto u obra de arte que se produce y se deja de producir al mismo tiempo", comenta Sehgal.

Consciente de cómo el trabajo radical de los artistas conceptuales de los años 60 y 70 pasó a ser carne de mercado y museo, a partes iguales, Tino Sehgal decide plantear otro tipo de estrategia: no se posiciona a la contra, participa del mercado y de la institución y sus piezas se pueden comprar. Pero la compra será un contrato oral que implica la explicación, también oral, de un trabajo del que se adquieren los derechos de producción y presentación. Sus piezas, para más inri, están seriadas y no son obra única. Sehgal no vende objetos ni documentos, vende momentos y gestos, convirtiéndose en un ejemplo de una economía de las ideas.

Sus exposiciones, sus obras, pasan. Más que ser, pasan. La sorpresa, los cambios, el trato directo con cada visitante de la exposición define un modo de trabajo que desmonta algunos de los principios de la presentación artística: la exposición deja de ser un lugar igual para todos, abierto, estático y con un mensaje común. Una exposición de Tino Sehgal incorpora a una serie de personas, sean actores, bailarines o trabajadores de la institución con una nueva misión, y busca un contacto con los visitantes emocional y en presente. Con Tino Sehgal la exposición son tantas posibilidades como visitantes y sin interacción con ellos la exposición directamente no existe. Sehgal propone situaciones y genera algo así como coreografías abiertas, estructuras de trabajo con preguntas y guiones, cierta idea de improvisación programada y también algunas normas para sus intérpretes, proponiendo la necesidad de estar atentos a lo que está sucediendo y su recepción para reaccionar de inmediato.

Tino Sehgal trabaja con ideas no necesariamente innovadoras desde la narrativa, el espacio, el cuerpo y el sonido, pero lo hace desde una consciencia absoluta de los tiempos en que vive. Su propuesta no pretende ser rompedora sino que es sensual, su voluntad no es cambiar el mundo sino entrar en el día a día de cada individuo y proponer un desacompasamiento frente al comportamiento habitual. Alejándose del arte conceptual, para Sehgal la institución ya no es el enemigo sino el contexto natural en el que renegociar comportamientos y el arte es un lugar donde esta renegociación puede ser posible, donde el pensamiento puede ser movimiento.

El origen de Sehgal en ideas nacidas en la danza y la economía indica también el interés desde el arte actual en abrirse a otros modos de pensar y trabajar. En un momento de crisis, económica e ideológica, la propuesta de Sehgal abre vías hacia otros contextos y formas de trabajo, planteándose opciones más allá de las ideas clásicas del museo como lugar donde coleccionar objetos o de un mercado basado en el valor casi a peso de la obra. El arte se pregunta hacia dónde ir y Tino Sehgal apunta hacia el contacto directo, el gesto, el movimiento y la experiencia vital. El arte deja de ser una propuesta contemplativa para pasar a ser algo vivencial.

Algunas obras de Tino Sehgal se camuflan de personal en las salas del museo: un vigilante lanza un grito para buscar la atención de los visitantes y, acto seguido, moverse intentando interpretar con su cuerpo el estudio de proporciones humanas de Leonardo Da Vinci. Al cabo de unos segundos anunciará el nombre del artista y el título de la pieza. Un grupito de vigilantes empieza a bailar canturreando la frase "This is so contemporary" (Esto es tan contemporáneo) para también después informar de que se trata de una pieza de Tino Sehgal del 2004. La persona que vende las entradas en el museo, entre cobrar y dar la entrada suelta una frase inconexa, el titular de una noticia aparecida el mismo día en los periódicos para, acto seguido, decir el título de la pieza, "This is new" (Esto es nuevo) y que se trata de una obra del 2003 de Tino Sehgal. Piezas que aparecen cuando no deben, personajes no artísticos en la exposición que cobran relevancia y pasan a ser el centro de las miradas. Con un simple gesto, Sehgal logra desviar el foco de atención habitual y sorprender desde el lugar menos esperado. Los trabajadores en el museo son ahora parte de la obra. Son, quizás, la obra en sí. Con su gesto, Tino Seghal obliga al museo a modificar el contrato con sus trabajadores, incorporando en sus tareas funciones y responsabilidades nuevas hasta el momento. Las distancias con los visitantes se acortan y las obras abandonan el orden, esperando a escondidas para ser activadas con la presencia de aquellos con quien interactuar.


Algunas de sus piezas incorporan la historia del arte: una pareja se besa lentamente en las salas del museo. Sus besos, auténticos, son reproducciones de besos pintados por Klimt y Courbet, esculturizados por Rodin y Brancusi, o fotografiados por Jeff Koons. Historia del arte en directo, activada por aquellos que no deberían, personas que interpretan las obras en el lugar adecuado pero de la forma inadecuada. Besos reales pero besos históricos, besos de verdad que no son más que una representación. Un bailarín interpreta movimientos basados en informaciones relativas a Bruce Nauman y Dan Graham y su relación con el espacio. El bailarín se arrastra cerca de las paredes, viviendo lo físico del cuerpo humano y el cuerpo-edificio. Nauman y Graham se visitan en el museo mediante una interpretación coreográfica. El cómo presentar el arte y la historia del arte se pone en duda mediante la activación de las ideas con el movimiento. Para Sehgal, los documentos enmarcados forman parte de otra concepción de lo que puede ser la exposición, la historia y nuestra relación con ello.

Otras piezas de Tino Sehgal invitan directamente a un diálogo, a un recorrido, a repensar el lugar: un grupo de personas ocupan una sala de exposiciones vacía mirando las paredes y empiezan a repetir, casi como si fuera un rumor in crescendo, la frase "The objective of this work is to become the object of a discussion" (El objetivo de esta obra es convertirse en el objeto de una discusión). Si los visitantes interpelan a los actores estos empezarán una conversación sobre la obra con ellos, sobre lo que significa un objeto, un objetivo o una discusión. En This is progress (Esto es progreso), presentada en la rampa en espiral ascendiente del Guggenheim de Frank Lloyd Wright en Nueva York, una niña empieza con los visitantes una conversación sobre el progreso, conversación que sigue una adolescente, para pasar después a manos de un joven adulto y terminar, ya arriba de la rampa, con una persona mayor.

En la Documenta 13, Tino Sehgal presentaba un espacio oscuro, un lugar escondido en el que una serie de personas esperaban a los visitantes para acercarse a ellos, cantar canciones y ofrecer la experiencia de vivir una pieza de arte como algo completamente sensorial, sin barreras. Y recientemente, en la enorme Sala de Turbinas de la Tate Modern en Londres, Tino Sehgal ha dejado el espacio tal y como es. En una sala de dimensiones sobrehumanas, que parece estar pidiendo a gritos una obra monumental, unas setenta personas (jóvenes, abuelas, gente corriente) están a la espera. Andando arriba y abajo, desde un extremo de la sala a la otra, siguiendo una coreografía abierta, deciden pararse en algún punto del recorrido para empezar a cantar sobre las fuerzas naturales y cómo los humanos las hemos canalizado. Las luces se apagan y la penumbra facilita la percepción del sonido como algo casi mágico: el ahora coro juega con el eco y el espacio, el vacío se convierte en masa sonora. Aparecen algunos destellos de luz coordinados con la música coral. Y todo se para.

Es entonces cuando los intérpretes se dirigirán hacia personas en específico del público para contarles historias personales. Esa chica que dentro de un par de meses se queda sin permiso de residencia y debe volver a un lugar que ya no es su casa. Ese señor que cuenta que su amiga es muy organizada y tiene mucha energía pero necesita estar haciendo cosas todo el rato. Ese chico que explica el recuerdo aún presente de la primera vez que llegó a Inglaterra proveniente de su Malasia natal y cómo el aire frío entró en sus pulmones. Sin agresividad, conversaciones normales que fluctúan entre lo verdadero y lo ensayado. Si la persona del público pregunta sobre la obra de Tino Sehgal ellos cambian de tema o se reincorporan a una coreografía que sigue y sigue. Durante horas y días, a veces corriendo, a veces lentamente, interactuando más o menos con los turistas que visitan la Tate Modern y reaccionan: niños que empiezan a correr con los intérpretes, gente que pasea entre los bailarines que se han sentado en el suelo para cantar desde esta posición, grupos de adolescentes que hacen sus propios bailes, una pareja de abuelas que comenta que la obra es esta gente que está cantando y que esto es arte y, además, bonito. La vida pasa y las distancias se acortan.

Tino Sehgal ofrece momentos a vivir, realidades programadas, situaciones a compartir dentro del museo. Situaciones que, por el lugar en que ocurren y por la relevancia que tienen, forman ya parte de la historia del arte y, al mismo tiempo, del futuro. Situaciones que desaparecen una vez han sido, negándose así lo perenne dentro de la institución. Con gestos muy básicos, Sehgal logra abrir el campo a preguntas clave sobre el arte y su presentación, sobre economía y mercado, sobre las relaciones humanas y distancias insalvables. La obra de Tino Sehgal está aquí pero no para quedarse, está aquí y ahora, y con esto basta.
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