ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Foto de Wim Wenders


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* JAVIER MORENO (Murcia 1972).  Ha escrito que “a los humanos no nos basta con ser una persona” y que a él le gustaría ser “todo el mundo”. El texto que aquí publicamos parece relacionado con ese deseo. Javier Moreno es poeta y narrador, autor de novelas como Click (Candaya, 2008), Alma (Lengua de Trapo, 2011), Acontecimiento (Salto de página, 2015) y Un paseo por la desgracia ajena (Salto de página, 2017). Acerca de todo es un texto que guarda cierta relación con Alma, libro ampliamente elogiado por la crítica, y recientemente por Don DeLillo, que tras leer la versión inglesa dijo de Alma: "Kubrick, Malkovich, Einstein and everything else. A piece of quantum prose". Javier Moreno es un autor, literariamente hablando, muy ambicioso, lo cual dentro de poco, al paso que vamos, será visto en su país como una excentricidad. De hecho, es posible que ya esté sucediendo esto. ENRIQUE VILA-MATAS.

ACERCA DE TODO

JAVIER MORENO *

El ser humano está loco. Esa es la premisa de la que deberíamos partir en cualquier circunstancia. No hay arreglo para eso, para la locura. Así es la naturaleza. Una locura disfrazada de orden. El primer axioma. Luego está el resto: la necesidad de belleza, de armonía, de leyes que domestiquen existencia. Todos somos víctimas, en algún momento de nuestra historia. Y qué. Todos procedemos de alguna violación. Todos somos el último brote de una rama inesperada de un árbol genealógico. Estamos manchados de sangre. Y qué. Bendigo el presente que me acoge, bendigo la brutalidad de la que provengo. Bendigo el pasado, esa suma de acontecimientos que hacen que yo esté aquí sentado escribiendo estas palabras. Abro los ojos ante la película de mis antepasados. No cierro los ojos (hay momentos en los que siento tentación de hacerlo, de desviar la mirada, de presionar el botón de stop, de saltar a la próxima escena), me obligo a contemplar todos los detalles. No los culpo. Yo soy el final de esa teleserie, soy la línea de meta de todas esas atrocidades. Es un guión espantoso, pero no me atrevería a cambiar una coma. En las noticias hablan los corresponsales desde Berlín, Londres, Ciudad de México, Jerusalén. Es como clavar un tenedor en un pollo para conocer el punto de cocción. El planeta está muy hecho, podría ser la conclusión. Hay un relato de O. Henry en el que el personaje femenino, enfermo y postrado en la cama, llega a convencerse de que morirá en el momento en el que desaparezca la última hoja de una yedra que ve desde la ventana. Un vecino, conocedor de la superstición, pinta una hoja en la pared para que la mujer no muera. Hay otro relato de Usamu Dazai en el que una mujer escribe una carta a su hermana moribunda haciéndose pasar por un antiguo amante. En el primer caso, más ingenuo, la mujer se salva. En el segundo, la hermana enferma se da cuenta del engaño porque ella misma había escrito el resto de cartas de su supuesto amante, antes de morir. Se trata del viejo asunto de la ficción tratando de salvar la crudeza de la realidad. ¿Y si fuese la ficción a la que hubiese que rescatar de la realidad? Otra opción sería, simplemente, dejarla morir. Porque… qué habrá de ser de la ficción en un mundo que ha explorado y que es capaz de actualizar todas las posibilidades, salvo la de que ese mundo deje de existir. Siempre que entro al vestuario del gimnasio busco una zona de taquillas solitaria. Cuando regreso, listo para la ducha, la zona que rodea mi taquilla está llena de gente. De hecho, el resto del vestuario está vacío. Por alguna razón inexplicable los clientes tienden a aglomerarse alrededor del vacío que yo elegí en el momento de la llegada. Con el paso del tiempo he descubierto que el mío es un asombro compartido, que es nuestro común deseo de intimidad el que nos aboca, paradójicamente, a la aglomeración. Ese reducto desierto de taquillas es como un paisaje idílico que creemos solo nuestro y que, dos horas después, descubrimos saturado de toallas y cuerpos sudorosos. En la mañana del 6 de agosto de 1945 Kento Okada, un campesino de la prefectura de Shimane, se tiró un pedo al agacharse para recolectar una patata del huerto y casi al mismo tiempo escuchó el tintinear de la fuurin que colgaba en una de las esquinas del tejado de su casa. Si alguien me preguntara cuál es el secreto en el que consiste la vida diría que la clave de todo está en las apariencias. La única sabiduría es la que afecta a las apariencias. De hecho, si la sabiduría es algo es una apariencia. Me pregunto si los astronautas sueñan que caen, que la gravedad todavía somete sus cuerpos, si tienen erecciones nocturnas. La biografía es todo lo contrario de la novela negra. Se sabe desde el arranque quién es el asesino, pero solo al final logramos hacernos una idea cabal de quién era el cadáver. Esas personas que de repente aparecen un día cualquiera vestidas de domingo, en el trabajo, en la cafetería, trayendo al martes o al miércoles la alegría y la despreocupación de un día de fiesta. Con los libros pasa como con las esposas. Cada vez que escribimos uno pensamos que será el definitivo, que todo en él será perfecto, ajustado a nuestro espíritu como un guante. Pero es solo una ilusión. Ningún libro -ni ninguna esposa- es perfecto, ni falta que hace. Es nuestro espíritu el que se va amoldando al libro conforme lo vamos pergeñando. Cuando el libro se acaba el espíritu vuelve a su condición amorfa y maleable. De ahí la necesidad de escribir el siguiente. Por qué hay gente que viste camisetas de sus futbolistas favoritos y nadie se pone una camiseta de su escritor preferido. Las personas se diferencian fundamentalmente en su capacidad de identificación con sus símbolos (equipos de fútbol, nacionales, religiosos), o todo lo contrario. La mayoría de las personas poseen un directorio raíz emocional. A veces es la religión, a veces es el fútbol, a veces es una idea de la nación o la patria. El directorio raíz emocional determina los bares a los que iremos, las personas con las que nos relacionaremos, la ética y hasta la estética con la que nos desenvolveremos en la vida. La mayoría de las personas se asimilan así a plantas o árboles con una raíz bien asentada en la tierra. Yo, por mucho que me observo, no encuentro nada parecido. Más bien me veo reflejado en las esponjas, las rosas del desierto o los claveles de aire. Tal vez todos seamos necesarios. Los árboles, cuando uno busca sombra y alimento, y los claveles de aire para aquellos que viven suspendidos en el aire o en el desierto. En un espacio público nos refugiamos en los móviles para huir de eso animal que es el cuerpo de los demás, la mirada (llena de deseo, curiosidad o indiferencia) de los demás. A veces la escritura se encasquilla, no por el tan traído bloqueo del escritor, sino porque el escritor espera a que la vida sea la que pronuncie la próxima palabra. Y eso puede tardar semanas o meses. Incluso años. Siempre que miro el reloj pasada la media noche atisbo las 0:07. Es una hora que tiene algo de mágico en su reclamo, o a mi subconsciente así se lo parece. Está la saga de James Bond, pero también la imagen figurada de un revólver apuntando al entrecejo. Temo el momento (llegará, con la edad), en que la memoria adquiera un peso tal que haga orbitar alrededor de ella los acontecimientos del futuro, el momento en el que la memoria, convertida en un agujero negro, no deje escapar ni un rayo de presente. Es sabido que Warhol se hacía acompañar en The Factory de un submundo compuesto de drogadictos, chaperos y Drags Queens. Warhol se sentaba y los veía pulular a su alrededor, escuchaba en silencio sus charlas alucinadas. A veces ponía en marcha su grabadora, su esposa, como él la llamaba. De todo aquello extraía material para su obra. Warhol era una especie de riñón que filtraba el imaginario enfermo de sus acompañantes para plasmarlo en arte, una especie de psicoanalista que revela a través de su obra los síntomas más acuciantes de una sociedad desquiciada. Cuando veo la basura pienso en ella como los restos de lo que un día fue deseo por todos esos objetos de los que ahora solo queda un triste  residuo. Sin embargo los mendigos y traperos que rebuscan entre las inmundicias son capaces de deslumbrarse ante un hallazgo que a los demás solo causaría repulsión. Una prueba de que el deseo también posee sus escalas. Cumplir años es ir sustituyendo las certezas por dudas. Me parece hermoso que convivan dos almas en un ser humano, siempre que una de ellas no se dedique a juzgar continuamente a la otra. La ironía es como un pájaro encerrado en una jaula. El pájaro se queja de sus barrotes, pero en el fondo está a gusto dentro de ella. Ya he pegado todos los trozos, decía Warhol tras ceñirse el corsé y plantarse la peluca en su cabeza calva de la que tanto se avergonzaba. Creo que básicamente existen dos estrategias para lidiar con la frustración y el desencanto. Una de ellas es citarse con alguien a quien confiarse, verter en palabras la rabia o la injusticia o el desprecio y esperar que alguien las acoja en silencio, con muestras más o menos evidentes de apoyo. La otra consiste en desviar la atención del problema, recluirse de manera espontánea en el sexo o en un libro deslumbrante, en asumir una perspectiva (fisiológica o estética) desde la que la tribulación personal quede reducida a algo minúsculo y ridículo. El mayor refinamiento de los sentidos, así como el gusto por lo exquisito, se encuentra en aquellos seres exclusivamente mundanos. Solo el materialista sabe que eso que el común de los mortales llama espíritu no es más que la sofisticación en el aprecio de lo material, de las infinitas capas y combinaciones que lo material puede deparar a los sentidos. Solo alguien que cree en la vida ultramundana (o el que no cree en nada, que viene a ser lo mismo) puede permitirse la zafiedad y el mal gusto. Se me echará en cara la piedad de Bach, que su obra carece de sentido si se extirpa su componente religiosa. Pero, ¿qué hizo Bach sino convertir a Dios en una materia sensible y audible, en un compendio de notas capaces de obrar el milagro del arrobo y el estremecimiento?  No puede haber una intérprete de música fea, ni una bailarina fea, ni una actriz fea. La belleza es contagiosa, la de la música, la de la danza, la de las palabras. Siempre que veo a una actriz o a una bailarina me siento afectado por algo que transmite su anatomía. La música y las palabras impregnan los gestos y permanecen allí, en las manos y la piel y las piernas, incluso cuando la música y las palabras hace tiempo que se esfumaron. De hecho las palabras y la música fueron creadas para que ellas las encarnasen. No hay otra finalidad en el arte, como no hay otra finalidad en el amor, si no es su reproducción. 


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