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UNA EXCEPCIÓN
ANTONIO ORTUÑO
Es costumbre que se exalte a un autor en términos de excepcionalidad. No se repara en que excepcional no es sinónimo de grandeza ni de habilidad, sino palabra que describe una condición: la de singular e infrecuente. Lo que no es norma sino, justo, excepción. Hay carretadas de autores que encabezan tendencias robustas en la literatura y cuentan con decenas de exégetas y discípulos; hay otros con poder y una corte de aduladores; y algunos más que, como sucede en la mayor parte de las profesiones y empeños humanos, pasan más o menos de noche: ni unos ni otros, ni mucho menos los últimos, son excepcionales.
Me atrevo, pues, a decir que el premio FIL de este año, el narrador español Enrique Vila-Matas, sí es excepcional y por varios motivos. El primero, y quizá más importante, por haber escrito a contracorriente de las tendencias hegemónicas en la narrativa de su país y su lengua. El segundo, en el que quiero extenderme, por ser uno de los pocos escritores españoles de su generación (o de casi cualquier otra) que ha establecido un intenso diálogo con las literaturas y plumas latinoamericanas desde una postura despojada de arrogancia. No es un secreto que entre los escritores peninsulares (al menos, entre un porcentaje sustancial de ellos) existe un cierto desdén por las letras de este lado del mar. Los ingenios del Siglo de Oro y sus sucesores se las arreglaron para ningunear o hacerse los desentendidos ante talentos del tamaño de Ruiz de Alarcón (a quien le fue como en feria) o Sor Juana. Unamuno se permitió insultar a Rubén Darío (“Se le ven las plumas debajo del sombrero”, dijo de él, a lo que el nicaragüense respondió: “Con una de esas plumas escribo”). Hasta que la marejada del Boom y lo que trajo aparejado arrasó con la industria editorial ibérica en los años sesenta del siglo pasado, no era infrecuente que los manuales y cátedras de literatura en español no fueran sino compilados y estudios de literatura solamente española.
Aún en la actualidad es hábito que los escritores españoles volteen antes al resto de Europa (y, crecientemente, a Estados Unidos) antes que a América Latina. Reconocen, muchos a regañadientes, a Borges, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo y algunos más (ilustres difuntos casi todos), pero no suelen exaltarlos y hasta llegan a darles de batazos con algo que debemos reconocer como saña (alguien tan cosmopolita como el madrileño Javier Marías, por ejemplo, le tunde a Borges con una enjundia que permite conjeturar algo más que una simple postura crítica). En ese escenario (si bien no absoluto, porque también hay ejemplos de lo contrario, sí mayoritario) Vila-Matas ha sido una excepción cósmica: lector, estudioso y promotor de Sergio Pitol, amigo de Bolaño y Villoro, buen conocedor de las tradiciones literarias latinoamericanas y visitante frecuente de nuestras ferias, festivales, librerías, museos y galerías, el barcelonés se ha distinguido en eso del común de sus paisanos. Y su prosa y su imaginario narrativo dan buen testimonio de ello.
* Publicado en El Informador, México, 18 sept. 2015. |