ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
índice     autobiografía     obra    traducciones    premios     textos    la vida de los otros    recomendaciones     vilnius     fotobiografía

image







Juan Eduardo Cirlot







Nueva York, 1950. Vivian Maier







Kiefer







image







Hockney







Escultura de Gargantua (Mirapolis, Val d´Oise, 1985)

LOS SESGOS DE LA CRÍTICA LITERARIA

PATRICK STASNY


Subtítulo sugerido: según la crítica actual, la literatura contemporánea es muy floja, pero está repleta de títulos excelentes. Si nos basamos en las reseñas publicadas a diario, parece indiscutible que la literatura está viviendo un gran momento. Basta con echar un vistazo a cualquier periódico para ver que se recomiendan constantemente novedades editoriales, a menudo con elogios asombrosos; tanto es así que resulta casi imposible encontrar una novela contemporánea cuya cubierta no esté adornada con todo tipo de alabanzas, o un autor que no sea considerado "el mejor de su generación" o “el estilista más sofisticado del siglo”, o un texto que no sea descrito como "el más emocionante que he leído en mucho tiempo" o "una obra maestra”. Sin embargo, cuando esos mismos críticos escriben sobre el estado general de la ficción literaria, prescindiendo del ejemplo particular, es inevitable percibir una profunda insatisfacción con el panorama actual; nadie parece pensar que la literatura contemporánea sea especialmente brillante, e incluso entre los columnistas más entusiastas se hace difícil encontrar a alguno que crea que las obras actuales están a la altura de las grandes creaciones de antaño. ¿A qué se debe esta disparidad? Ciertamente, no a una incapacidad para evaluar con criterio propio. Cuando se trata de los clásicos, los críticos a los que me refiero son perfectamente capaces de distinguir entre una obra maestra de Dostoyevski y una menor. Saben que Cervantes sufrió varios fracasos antes de comenzar el Quijote y que Shakespeare es desigual en su producción. En un ensayo sobre la obra de Borges, nunca afirmarían que La historia universal de la infamia es una gran obra, sino que se trata de un texto modesto de un gran autor, una obra de aprendizaje.

No obstante, cuando pasamos a la literatura actual las cosas cambian. En cuanto se tiene que hablar de la nueva novela de tal o cual escritor de moda, esos 1 comentaristas refinados que podían distinguir los matices de los clásicos se convierten en entusiastas impresionables que apoyan sin reservas todo lo que destaca levemente. Así, los mismos críticos que habían dicho que La historia universal de la infamia era un texto modesto —los mismos que saben que ese autor de moda no es comparable con el escritor argentino— no tendrán ningún problema en deshacerse en halagos para con esta nueva novela, y dirán que se trata de una obra maestra, que es la culminación de una carrera, o que supone un acontecimiento literario radical. El resto de la historia es conocido: al cabo de un tiempo, a veces simplemente unos meses, ese “acontecimiento radical” apenas es recordado, mientras que la “obra de aprendizaje” de Borges perdura en la imaginación de miles de lectores. Con lo cual cabe deducir que la posición de la crítica contemporánea es esta: la literatura clásica es muy buena, si bien está compuesta por algunas obras menores o irregulares, mientras que la literatura contemporánea es floja, pero está llena de obras excelentes. Es posible que a algunos críticos no les moleste esta paradoja y les parezca perfectamente natural no juzgar a un clásico como Borges con los mismos estándares que a un joven autor nacional. Puede que piensen que es importante apoyar a los artistas contemporáneos o emergentes más que a aquellos que ya están establecidos en el canon. Pero, ¿hay algún motivo de peso para sostenerlo? O, en otras palabras, ¿desde un punto de vista estético, hay algún motivo por el cual la crítica deba preocuparse por la salud de la "literatura contemporánea”? No lo creo. De hecho, si a partir de hoy no se pudieran escribir más libros, no sería ninguna tragedia para los lectores.

Por suerte, la historia de la literatura es riquísima: siempre que habrá algo bueno que leer, mucho más de lo que nadie podría terminar en una vida. Si consideramos que los lectores son hedónicos (creo que la mayoría lo son) no 2 debería importar si un libro fue escrito hace unos meses, diez años o hace mil: lo que se espera es disfrutar de la lectura. Por tanto, la falta de calidad de lo producido actualmente debería tener poca importancia. Se podría objetar que el público desea leer cosas actuales, obras que reflejen su propia experiencia y preocupaciones, lo cual está muy bien, pero ¿qué nos hace suponer que un libro escrito recientemente será más “contemporáneo” que uno que fue escrito hace cien años? Hay libros que nacen viejos, y otros que por muy antiguos que sean siempre parecen jóvenes y relevantes — problematizar esta relación entre una obra y su tiempo tal vez sea una de las tareas más importantes del crítico. Sin embargo, se sigue alimentando la idea falsa (y tópica) de que uno debe leer literatura contemporánea, aunque —en ocasiones— no sea tan buena como la del pasado, asumiendo dogmáticamente que hay que "entender lo que sucede en el mundo", "seguir los desarrollos artísticos" o simplemente "estar al día", confundiendo, en mi opinión, de manera bastante grosera, la literatura con el periodismo.

En España, a este fervor acrítico por lo contemporáneo se le suma un fuerte sesgo nacional. Salvo algunas excepciones brillantes, la literatura española hace tiempo que es de una calidad muy inferior a las extranjeras, particularmente la inglesa, la latinoamericana y la estadounidense. Nuestra literatura es orgullosamente provinciana, como demuestra su obsesión con los entresijos de la historia y la política nacional, y nuestros autores a menudo exhiben un notable afán mercantilista (o una disposición a hacer lo que sea necesario para ganarse la vida escribiendo), así como cierta falta de originalidad torpemente apañada mediante la importación de variaciones de temas, formas y estilos habitualmente ya agotados en otras latitudes.

Juzgando por la crítica, sin embargo, sería imposible saberlo. Tal vez debido a una especie de patriotismo interiorizado, o una especie de creencia decimonónica en la realidad del distintivo nacional, los críticos españoles rutinariamente inflan sus valoraciones de los autores locales, a menudo 3 premiando el mencionado provincialismo, o condonando obras de segunda categoría que serían inmediatamente censuradas o ignoradas si proviniesen del extranjero. De nuevo, tal vez haya quien opine que esta actitud es la correcta, y que hay que respaldar a la literatura del país, aunque sigo sin comprender cómo esto beneficiaría a los lectores. O a los escritores. Y es que incluso si aceptáramos que la crítica tiene la responsabilidad de respaldar a los escritores contemporáneos o nacionales, cabría preguntarse si al bajar los estándares se les ayuda o si, por el contrario, el hecho de que estén tan bajos les perjudica, puesto que ya no tiene ningún mérito alcanzarlos. En mi opinión, eso es lo que ha sucedido recientemente en la crítica. La literatura se ha vuelto pequeña y, como resultado, la crítica también se ha reducido, pero lejos de revitalizar una literatura en declive, la ha vuelto conformista. El problema tal vez se esclarezca en su dimensión económica. Desde la explosión de internet, la disrupción de los canales tradicionales de información y la consecuente caída en picado de los ingresos del periodismo, los críticos literarios viven en un estado permanente de precariedad, cobrando sueldos de miseria a pesar de que realizan un trabajo altamente cualificado, o colaborando “freelance” a cambio de compensaciones risibles.

Muy probablemente esta situación irá a peor, ya que los puestos de trabajo se reducen periódicamente, porque las tasas de lectura siguen cayendo y porque en vez de contar con las reseñas tradicionales —demasiado largas y famosamente infladas (es un pez que se muerde la cola)—, los lectores recurren cada vez más a medios alternativos para informarse, como Goodreads, blogs en línea o la sección de comentarios de la tienda de Amazon. La fragilidad del sistema es tal que apenas nadie se atreve a firmar una reseña negativa por temor a ser marginado por sus colegas, descontentar a los pocos lectores que quedan o alienar a los medios que le contratan. Esto se agrava en un ámbito literario como el español, en el que casi todo el mundo se conoce, y donde las 4 reseñas suelen ser un intercambio de favores: a cambio de un artículo elogioso, el crítico espera que el autor sea igualmente complaciente cuando él publique su propio libro, quiera dar una conferencia, o necesite un puesto editorial. Además, es habitual que los medios de comunicación estén bajo el control del mismo capital que maneja los grupos editoriales, lo cual hace que escribir comentarios negativos sobre una obra nueva sea prácticamente imposible. Si bien los sesgos que llevan a la crítica a inflar sus valoraciones sobre los libros producidos aquí y ahora no son nuevos, actualmente se están exagerando debido a la precariedad del periodismo cultural y el incremento de su dependencia respecto al poder mediático y el sector editorial. De hecho, mucho más que los escritores —y desde luego más que los lectores — la industria editorial es la auténtica beneficiaria de que la literatura contemporánea y nacional sea positivamente discriminada. Ella es la razón por la cual el sistema produce frenéticamente “novedades”, a pesar de la mayor parte de ellas no merezcan el tiempo de los lectores, a pesar de que a menudo valdría más la pena releer los grandes libros del pasado que seguir el curso obsesivo de la actualidad; simplemente hay que mantener la maquinaria industrial en funcionamiento, ir sacando libros, ir acumulando ventas, ir haciendo caja. Es decir, hacer lo mismo que hace cualquier otra industria. La creciente servidumbre de la crítica a estos poderes económicos no hace más que exacerbar la situación. La observación de Bolaño acerca del destino de la buena literatura nunca ha sido más relevante: “Primer requisito de una obra maestra: pasar inadvertida."

índice     autobiografía     obra    traducciones    premios     textos    la vida de los otros    recomendaciones     vilnius     fotobiografía
www.enriquevilamatas.com