William Kentridge.
Felix in exile, 1994.
Nueva York visto desde el apartamento de Vidiadhar Surajprasad Naipaul. |
NOTICIAS DEL MUNDO REAL
DAVID TRUEBA
Desde muy temprano uno aprende a distinguir en la vida real la enorme diferencia que hay entre lo que alguien dice ser y lo que de verdad es. Luego, llega a la conclusión de que la mejor manera de conocer a alguien no es leer sus entrevistas o sus biografías o lo que su madre dice de él, sino asistir a sus acciones. Pues la vida de ficción funciona de manera idéntica. Todos los elementos decorativos de un personaje, desde los adjetivos hasta las frases grandilocuentes, desde los elementos biográficos hasta su inmersión en los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad, carecen de la relevancia de un minúsculo detalle. Un buen personaje de ficción se convierte en gigante por la acción más discreta contada sutilmente. Es más relevante ver a un personaje hacerse doble nudo con el cordón del zapato que escucharle declarar la independencia de su patria. Es como ese momento en El verdugo donde la hija quiere comprarle una camisa al marido y se vuelve hacia su padre para preguntarle la talla de cuello y el viejo verdugo, acostumbrado al manejo de cuellos en el garrote vil, le da una respuesta precisa y contundente, y todo sucede con la máxima normalidad y una enorme discreción. O como en El apartamento cuando descubres que Jack Lemmon escurre los spaghettis en una raqueta de tenis y, de pronto, sientes que todo lo esencial de su soledad está contenido ahí, en ese minúsculo detalle.
Una de las grandes desgracias del cine fue asistir a la preponderancia del actor sobre el personaje. De pronto, como la fama de las estrellas se convirtió en el reclamo comercial más eficaz de la industria, el actor se encontró con un poder entre las manos que no le llevó hacia la inteligencia ni la exposición personal ni hacia la complejidad, sino hacia la propaganda de su persona. Los actores que tienen poder eligen sus personajes en función de lo que aportan a su imagen pública. Los hay que se niegan a fumar, a maltratar a un niño, a pisarle la cola a un perro o a cualquier detalle que alguien pueda asociar con su persona real para mal. Pero los hay también que manipulan los personajes para alimentar su mítica de tipos comprometidos, inteligentes, sensibles, profundos, intensos. Y los resultados son grotescos, pero al mismo tiempo como la maquinaria de propaganda funciona con un engrase perfecto nadie parece dispuesto a denunciar el disparate. Mientras tanto los personajes se van empobreciendo, haciéndose de un tronco sin ramaje y la ficción contamina la realidad. Empezamos a creernos que la gente es de una pieza.
En el colegio aprendimos que no existía personaje más aburrido que el santo. Cuando nos daban a leer los episodios de las vidas de los santos el bostezo era soberano. Porque ahí no había ni drama ni complejidad ni atractivo. Un tipo encontraba el camino recto y lo seguía a rajatabla y sin fisuras. Sin darnos cuenta sentíamos que aquello era una estafa. Lo que nos gustaba era el renglón torcido, los pies del personaje metidos en un charco, la pelea contra su instinto, la caída, el levantarse. El camino más recto para acabar haciendo tuyo cualquier personaje de ficción es siempre el camino torcido y lleno de curvas.
En la literatura, por ejemplo, uno encuentra cada vez más personajes que responden a un comportamiento recto y ejemplar. El tufo de lo políticamente correcto invade también la ficción y a los escritores, al menos esos que corren detrás de satisfacer necesidades ajenas, piensan que nadie va a querer a su personaje si lo ven lleno de defectos o debilidades, si además de resolver el enigma y querer mucho a sus padres, de vez en cuando tira una colilla en la calle o cuando nadie le ve no recoge la caca de su perro de la acera. Por supuesto que luego aparece ese personaje maligno y monstruoso, sin ninguna moral, capaz de hacer daño desde que se levanta hasta que se acuesta de las formas más crueles, pero el proceso es el mismo, tranquilizarte, decirte que todo está bien, porque todos se comportan según lo que esperas de ellos. El mal es el mal, el bien es el bien. Y todos podemos cerrar el libro con total tranquilidad.
En los últimos tiempos sólo algunas biografías se han permitido ahondar en el océano turbio del ser humano con una decidida apuesta por la complejidad. No me refiero a esas biografías de personajes relevantes escritas como vidas de santos del intelecto donde todo casa, desde el trauma de la madre muerta hasta la relación de cualquiera de sus obras con algún detalle infrasicológico. La biografía de Patrick French sobre el escritor V. S. Naipaul, The World is What it is, seduce por su agradecible falta de análisis psicológico y su enumeración detallada pero respetuosa de las profundas complejidades de un carácter.
Más allá de las peripecias intelectuales y biográficas del escritor de Trinidad, al cerrar el libro uno ha disfrutado con ese personaje más que con muchos protagonistas de novelas. Porque es un personaje que no responde a compromisos sociales, no quiere ser agradable, es creíble por inimaginable. En su vida las mujeres no han de ser necesariamente atrevidas, valientes, sin complejos, feministas. Los personajes procedentes de países o entornos empobrecidos no son necesariamente fuertes, nobles, abnegados y decentes. Las naciones pobres no son recreadas en su riqueza cultural, el folclore exótico y la vida en la pureza frente a la corrupción de los países desarrollados. Los ambientes rurales no son paraísos poéticos de respeto y humildad. Ni los artistas son virtuosos ejemplares. Cuando uno tiene noticia de la vida real, se da cuenta de que las personas no se comportan como arquetipos y mucho menos de acuerdo a los rasgos que las encuestas sociológicas han determinado para cada particularidad.
En el fondo tengo la sensación de que Naipaul en esta biografía autorizada, pero no por eso menos afilada, ha jugado una carta a favor de la verdad, de la complejidad del ser humano. Sencillamente ha puesto una piedra más en su aventura compleja y desgañitada contra el cliché, contra lo correcto y contra todos los moldes imperantes. Y ha permitido hacer con su biografía un muestrario de todo aquello que dicen que no pasa y que sin embargo sucede constantemente. Otra vez la grandeza de mostrar el mundo como es y no como se empeñan en hacernos ver que es. -
El mundo es así: la biografía autorizada del premio Nobel V. S. Naipaul. Patrick French. Traducción de Ramón de España. Duomo Ediciones. Barcelona, 2009. 802 páginas.
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