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PICASSO MUERTO Y EL BOT VIVO
Me propusieron que fuera entrevistado en público por una inteligencia artificial.
La idea me encantó. Pero pronto, tal como me había llegado, se fue. Dijeron que habían
entrenado inútilmente a un bot de última generación para que conversara sobre las
relaciones entre literatura y arte contemporáneo. Pero el bot (abreviatura de robot) carecía
de humor, y sólo era simpático cuando decía tonterías. Además, solía enojarse y reñir al
interrogado: “Le he dicho a usted…”
Y pensar que me había frotado las manos planeando el momento en que le
preguntaría si no creía que a las novelas les resultaba difícil representar la realidad, pero
la reflexión que ellas mismas abrían sobre ese defecto de fábrica (la conciencia de su
incompletud) las convertía en una actividad muy atractiva.
Y pensar que había pensado en contarle que coincidía plenamente con Luis
Landero cuando apuntaba que el escritor de hoy, en su fuero interno, ya no piensa en la
literatura, en la escritura, en ese sueño, y ahora solo piensa en la inmediatez y en el éxito.
Pero es que, por si fuera poco, había pensado en hablarle del turbador Magnífica
desolación, libro de cuatro relatos en el que Javier Moreno (Murcia 1972) se pregunta,
entre otras cuestiones, si el orden digital, la inteligencia artificial y la tecnología pueden
llegar a transformar nuestra intimidad y, con ella, la esencia misma de la literatura.
¿La esencia? Por un momento, ésta se ha infiltrado en mis pensamientos en el taxi
que me conduce a Arco. Tal vez esa inesperada irrupción se explique por qué sé que no
encontraré en el archicomercial Arco lo que es ya una evidencia en otros ámbitos: la cada
vez mayor convivencia entre el sector más avanzado del arte contemporáneo con un tipo
de escritura abierta a modos inéditos de existencia cultural.
Es un fenómeno que a veces toma el nombre de “literatura expandida”. Sus
pioneros puede que hayan sido curiosamente pintores, en cierta forma figurativos.
Edward Hopper, por ejemplo, con su tan visible registro narrativo. Pero pienso también
en Hammershøi, Romero de Torres, Louisa Matthiasdottir, Anselm Kiefer, Gerhard
Richter. Todos crean en sus pinturas una atmósfera literaria, metafísica, inquietante. Y a
todos los veo cercanos a lo que expone Javier Moreno en Los reinos de lo irreal, el más
brillante de los cuentos de Magnífica desolación (Candaya). En él se investiga la
improbable relación entre la hoy tan célebre fotógrafa Vivian Maier (Fontcuberta, por
cierto, sostiene, a modo de fake new que Vivian Maier es un invento suyo) y el escritor
Henry Darger, dos marginales que jamás vieron en vida reconocidas sus obras.
Ha sido ya solo entrar en Arco y ver enseguida lo más visto. Picasso muerto.
Vamos bien. Picasso muerto y el bot vivo. Claro que en realidad no hay nada nuevo ahí.
Se ha olvidado que, en 1965, los jóvenes Arroyo, Alliaud y Recalcati pintaron el entierro
de Duchamp. Hubo escándalo en Francia, pero Duchamp se rio: “Nada, son jóvenes.
Buscan publicidad. Es divertido, pero algo bobalicón. La infancia del arte publicitario”.
ENRIQUE VILA-MATAS |