ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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DE CÓMO EVM SE LAS COMPUSO EN KASSEL

CARMEN ANULA CASTELLS *

Un joven, quizá impostando a Mr. Mcguffin, tras invitarme a tomar un magnífico café, cuya degustación se prolonga más tiempo del habitual, me pide que escriba para una revista en ciernes sobre Enrique Vila Matas y el arte contemporáneo; en concreto, en torno de su penúltima creación, el poliédrico Kassel no invita a la lógica, brillante recreación del mundo postmoderno y pieza maestra del universo experimental de su autor. Se entenderá que no dudara en exceso en aceptar el reto, y no tan sólo por corresponder al halago que lleva implícita la propuesta, sino también, y sobre todo, por tratar de resarcir con estas inevitables  apologéticas líneas el impagable disfrute que EVM me ha regalado con la apasionante lectura de sus obras.

El primer indicio de este proyecto literario de EVM es su encuentro con la ciudad alemana de Kassel, a la que acude invitado a participar en la última edición de Documenta (2013, Colapso y recuperación), el exuberante encuentro quinquenal del arte contemporáneo que allí se celebra desde el año 1955. Una imagina este encuentro como una cita a ciegas en el jardín de los senderos que se bifurcan, en el sentido de que Documenta constituye un auténtico pottlatch para el hombre postmoderno, que proclama la desmesura en las formas, el derroche en los argumentos y la ubicuidad de la performance, como el rayo que no cesa. Mas es claro como la luz del día que detrás de la aparente universalidad de este parque temático de las ideas sublimes, de este espacio multifacético de la expresión artística en todos sus lenguajes, subyace una realidad material que no es capaz de expresarse por sí misma, pero impregna todos los contenidos; y es que el arte contemporáneo es también un arsenal de mercancías.

Kassel, una de las ciudades motor-máquina de la industrialización alemana, fue centro neurálgico de la producción de locomotoras y punto nodal de la red ferroviaria del moderno imperio europeo.  Ciudad moderna por antonomasia, fue testigo de los primeros ensayos de la bomba a presión de vapor con pistones en 1588, y de la fabricación del primer motor diesel en 1897. El propio Goethe quedó deslumbrado por las luminarias y alumbrados que desde finales del siglo XVIII resplandecían en la ciudad, que se convierte en uno de los grandes focos culturales de Europa, como demuestra la inauguración en 1779 del prodigioso Fridericianum, primer museo europeo de acceso público y actual sede de Documenta, y la proliferación de grandes equipamientos culturales.

Como es bien conocido, la década de los cincuenta del pasado siglo fue harto complicada en todo el mundo, especialmente en Europa, y particularmente en Alemania, tras la destrucción por los unos y los otros de la proclamada superioridad cultural del mundo germano. Las grandes guerras de la primera mitad del siglo XX no sólo destruyeron redes de comunicación, equipamientos, fábricas, obras arquitectónicas e incluso ciudades enteras, con el exterminio subsecuente de millones de personas, entre ellas millones de judíos. La vocación de la ciudad Kassel como lugar de confluencia del arte moderno y de sus vanguardias tiene su punto de inflexión en la primera mitad del siglo XX, con la ascensión del nazismo en Alemania, que transforma la industria cultural de la ciudad en una industria de guerra y genocidio: las locomotoras se convierten en tanques, y la red ferroviaria se ocupa de llevar grandes masas de judíos, razas impuras  y artistas degenerados a sus respectivos campos de exterminio. ¿Por qué se asentó Documenta, la exposición de exposiciones artísticas, en Kassel? Tengo para mí que tiene que ver con el binomio culpa-mercado: expiación y renovación del antiguo esplendor de la ciudad, hoy resuelto. Porque Kassel es, precisamente, un escenario en el que se condensan a escala microscópica todos estos procesos, esta ciudad es también exponente vivo de la otra destrucción: la destrucción simbólica de la modernidad  misma; de sus valores más profundos, en que cabía la esperanza de un mundo mejor a través del esfuerzo del hombre hecho a sí mismo y la sublimación del trabajo humano a través de su plasmación en obra de arte; la destrucción, en suma, de lo que dio en llamarse  arte deshonesto.

Mientras el arte moderno decae en Europa, en América se despliegan  la nueva cultura del narcisismo y el consumo conspicuo. Bendecida por su condición de invicta y portadora de la salvación en la grandes guerras, América se autoproclama, satisfecha y orgullosa, vigilante de la libertad y tenedora del poder omnisciente del Mercado, al que han de supeditarse todas las formas de creación humana, incluido  el arte. Surge así el esplendor cromático y matérico del expresionismo abstracto, que cabalga de consuno con el Pop-Art. Pensamiento, creación y obra integrados en un gran poliedro: el mercado y sus hombres libres. El resultado indiscutible es la construcción de un nuevo hombre disociado e impostor, que no sabe quién es ni dónde habita: es el hombre postmoderno, cuya vida y obra constituyen un constante simulacro. En Europa, asolada tras la segunda guerra mundial,  el pensamiento, el ánimo y el arte dominantes eran el existencialismo, el nihilismo y el escepticismo: sobrevivir pese a todo y pese a todos. En el arte aparece el informalismo y el collage: búsqueda de la expiación.

De los tiempos modernos pasamos a los tiempos postmodernos, que cimentan la vida entera sobre tres grandes pilares: (i) el mercado como forma indiscutible de las relaciones inter-personales; (ii)  la mercantilización de todo ser, orgánico o inorgánico, y de todos las ideas, decires y haceres humanos; y por último, que nunca en último lugar, (iii)  la propagación del hombre libre expandido y enjaulado en su prejuicio de libertad. La colonización de toda manifestación cultural por el Mercado destruye la diferenciación entre sujeto y objeto, y convierte en valores indistintos los discursos, las ideologías, y otras facetas de la vida intelectual… entre otras fatalidades. La mercantilización incesante de la vida cultural trae consigo la obscena confusión entre realidad virtual y realidad material, entre consumo y deseo; como consecuencia, las instituciones se desprenden de su historicidad y con ellas el sujeto se pierde en su insoportable levedad. Como en el tango famoso todo es igual, nada es mejor; el único referente válido es sencillamente el precio: ya no existe otra prioridad en la valoración de las cosas. No es casualidad que el lema de la última edición Documenta, "colapso y recuperación", en clara referencia a la situación actual del arte contemporáneo, sea un descriptor preciso de los vaivenes del Mercado. Pero más allá de la senda tortuosa que impone esta forma caótica de medir el valor de las creaciones artísticas, con sus colapsos y recuperaciones,  lo que está fuera de toda duda es que el valor del arte contemporáneo es, también, valor financiero y bursátil.

Un escritor con la trayectoria de EVM debía necesariamente ser invitado a Documenta, y la aceptación de la invitación era también inevitable, por más que el encargo le fuese hostil. Vila Matas acude a Kassel quizá porque no puede hacer otra cosa que experimentar la propuesta, y vivir en una performance una particular aventura.  Si todo espacio social es siempre un simulacro, Documenta es probablemente, por su magnitud y resonancia, el simulacro ejemplar, en el que EVM tiene que realizar una extraña exhibición de su proceso creativo en un restaurante chino (Dschingis Khan), lo que constituye una oferta irrechazable para alguien que ha penetrado de manera tan incisiva en la disociación e impostura del sujeto postmoderno. Tengo para mí que aunque EVM no hubiera ido a Kassel, bien podría haber escrito igualmente su Kassel no invita a la lógica.

La obra de EVM trata de sujetos disociados y situaciones de una absurda ambigüedad. Su objeto literario es la propia literatura, que delimita la vida de sus personajes como la expresión pictórica queda acotada por la substancia misma de la pintura: lo cromático y lo matérico. Estos personajes remiten siempre, de una u otra forma, al sujeto postmoderno: el individuo disociado, impostor, delirante, huidizo, calculador de afectos, calibrador de su propia importancia, que habita en escenarios literarios como un fantasma habita dentro de una realidad auténtica que le es completamente ajena. Cada una de sus obras está imbuida de ese malestar que genera la cultura postmoderna: qué soy o qué no soy, qué quiero o qué no quiero, qué tengo o qué no tengo... Es la fantasía de la huída lenitiva, el apremio por ser otro, la mentira permanente a una misma, los compartimentos yoícos que habitan en todos nosotros, la perenne ciclo-manía de estados intra-psíquicos que se suceden turbulentamente en todo sujeto coetáneo, del frenesí de la euforia a la angustia; la creciente ansiedad y la derrota emocional con el transcurso de los años y, por fin, el eterno retorno a ninguna parte, otra vuelta de tuerca.

Todos estos fenómenos atraviesan a cada uno de los sujetos de estos tiempos y de estos espacios; nos reconocemos en ellos tan precisamente como reconocemos el perímetro del barrio en el que vivimos. Valgan como botón de muestra los títulos de algunos de sus relatos cortos, que son metáforas de los síntomas inequívocos de este entorno desquiciado que es el mundo que habitamos: Hijos sin hijos, Suicidios ejemplares, Una casa para siempre, Recuerdos inventados….  En todos sus formatos, ya sea ensayo, novela o relato corto, la obra de  EVM nos ofrece un magnífico itinerario de autores literarios de extraordinario interés, al tiempo que nos transporta en sus huídas a continentes lejanos, islas, países, ciudades, calles, hoteles, miradores y muchos otros escenarios mundanos, en que habitan sus personajes con plena conciencia de ser objetos de exposición, bien a la vista de nuestra presencia voyeur. En los últimos años, los mismos que llevo leyendo a  EVM, mi biblioteca ha crecido esencialmente gracias a las referencias literarias de su obra.

Los haceres y decires de EVM no son meros fragmentos del discurso único hoy dominante, sino que van más allá (no creo que a su pesar, o quizá si), porque delimitan los contextos y contornos de la vida cotidiana que nos ha tocado vivir, porque penetran incisivamente en el mundo real de fantasía que habitamos, y porque identifican los síntomas del hombre contemporáneo con tal grado de excelencia que consiguen persuadir al lector de lo desastrosas que son en realidad sus propias condiciones de vida. Sin pretensión alguna de denuncia, como Kafka en su Proceso o en sus Diarios, su obra constituye una crítica implícita pero feroz por acumulación de sinsentidos, esta falta de lógica a que nos invita Kassel resulta tan convincente que, a mi leal entender  sitúa a Enrique Vila Matas en abanderado vanguardista que se eleva  por encima de su propio objeto literario y desoyendo tendencias se impone al mismísimo mercado avalado por una importante cuota de voraces lectores.


*Socióloga. Universidad de Sevilla, octubre 2016.

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