Racontato da Fregoli
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DOCTOR PASAVENTO
ANTON M. ESPADALER
Estábamos hablando sobre la narrativa francesa reciente cuando Amadeu Cuito, que sigue muy de cerca las cosas de Francia, nos dijo que acababa de leer a un escritor muy poco conocido, casi secreto, un raro y curioso para uso y disfrute de connaisseurs, Emmanuel Bove. “¿Quieres ver qué pinta tenía?”, le dije yo. Y le mostré la cubierta de un libro recién comprado: Doctor Pasavento, de Enrique Vila-Matas. Cuito se sorprendió de una coincidencia cuya oportunidad fue alegremente celebrada. Luego, al leer la novela de Vila-Matas, supe que estas conexiones casuales formaban parte de la particular biografía intelectual y sentimental del protagonista de su obra, convencido de que “hay episodios de nuestra vida dictados por una discreta ley que se nos escapa”.
El día que empecé su lectura encontré en este mismo periódico un artículo debido a un poeta sirio para mí desconocido que lucía un nombre de esos que no se los salta un gitano: Adonis. Al poco rato, este mismo poeta apareció por las páginas de Doctor Pasavento. Leí la novela de un tirón, que es como se hacen leer los buenos libros, con la inquietud de que me asaltaran otras casualidades, y no me tranquilicé del todo hasta que di con una de esas opiniones contundentes a las que Goethe era tan aficionado, y que Eckermann se complacía en anotar con toda la admiración del mundo. El 8 de abril de 1829 un satisfecho Goethe explicó a su amigo que acababa de recibir una carta del rey Luis I de Baviera. “Comparto vuestra alegría –repuso Eckermann–. Pero ¿no os parece raro? Llevo una hora reflexionando muy intensamente sobre el rey de Baviera y ahora Vuestra Excelencia me viene con una noticia tan agradable” “Es frecuente que las cosas se anuncien en nuestro interior”, sentencia entonces Goethe.
El vínculo con el libro de Eckermann, sin embargo, no terminó ahí. La novela de Vila-Matas trata preferentemente una materia, ya anunciada en Bartleby y compañía, muy propia de la literatura centroeuropea, no en vano toma como principal punto de referencia al escritor suizo Robert Walser, y secundariamente a otros autores, muchos de ellos de lengua alemana y cultura protestante. Hay excepciones, claro está, y alguna muy cercana y espectacular, como nuestro Miquel Bauçà. El protagonista de Doctor Pasavento, atrapado por la diabólica manía de escribir –para decirlo con Pla–, en un tiempo en que la escritura sobrevive al borde del precipicio, y cuyo mayor atractivo lo proporciona el vértigo de su extinción, vive con hastío la vida de literato famoso, y pone todo su empeño en ejecutar un programa complejo, con momentos propios de Frégoli, que persigue su desaparición. Walser –como el huidizo Salinger, el irónico Bove, el juguetón Pynchon, que fueron y son sin ser vistos por nadie– se refugió en el manicomio de Herisau, presentado, citando a Canetti, como un nuevo monasterio, o sea el lugar idóneo para el trabajo sin futuro del escritor. Es difícil imaginar un gesto de rechazo más radical, que va mucho más allá que el elogio de la vida solitaria de Petrarca o la huida del mundanal ruido de fray Luis. Me intrigan las raíces del tema, por lo que vuelvo a las Conversaciones con Goethe: “La fama es fuente de trabajos y sufrimientos; la ocultación, en cambio, es fuente de felicidad”. El aforismo se debe al teólogo luterano Johann Lorenz von Mosheim, y tanto Goethe como sus amigos lo tenían en gran estima.
(La Vanguardia, sábado 14 de octubre 2006)
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