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ENSAYO Y DESAIRE.
GUILLERMO FADANELLI
Durante los meses recientes he sido invitado a algunas charlas o mesas formales de la más distinta calidad. Sin afán de darme una importancia de la que es evidente carezco, quisiera decir que acepto tales compromisos siempre a mi pesar, sean remunerados o no. Absorto en estos trajines he presentado un par de libros y también he conversado en público con un músico a quien admiro.
También llegué a ser invitado desde hace dos meses a dar una charla acerca del ensayo en Casa Refugio, aunque parece que lo tomaron a la ligera y una tarde de jueves lluviosa mi pareja me llamó por teléfono para decirme: “No vengas, creo que se les ha olvidado tu participación.” No me molesté en absoluto —excepto por el hecho de que me vi obligado a apartarme de un descanso merecido
y porque decliné la invitación que me hicieran para formar parte el mismo día en otra mesa de amigos acerca de un bar mítico y célebre durante los años ochenta—, al contrario, cada vez que alguna de las participaciones en las que debo posar mi desteñida existencia se cancela, una alegría íntima me embarga y me siento un ser afortunado. El director de la institución que me invitaba ha sido siempre amable y un anfitrión sin par.
Mas es posible que esta vez se encontrara de vacaciones.
No obstante el desaguisado, preparé algunas notas acerca del ensayo que se suponía sería el tema a tratar. No el ensayo acerca de un determinado tema, sino al ensayo como género literario en sí mismo: notas que no quisiera dejar en el aire aunque a nadie le importe gran cosa el asunto. Las tribulaciones del piojo Herrera que hoy en día ocupan a toda clase de personas no dejan espacio a estas preocupaciones literarias más bien intrascendentes.
No obstante los piojosos temas que atañen a la población en general, no pierdo de vista que vivimos en un país en esencia iletrado (es decir: incapaz de llevar a cabo la articulación verbal de sus penas civiles) suelo hacer énfasis en que la lectura de ensayos es preferible a la lectura de ficciones si uno quiere aprender a pensar por sí mismo o abrirse a un mundo de palabras que no tienen como fin contar una historia donde los personajes lloren, rían o se quedan callados.
En fin, los límites del ensayo son muy amplios y ya José Luis Martínez en su libro El ensayo mexicano moderno reconocía diez opciones distintas para este género: desde el ensayo como género de creación literaria hasta el ensayo periodístico. Yo quisiera añadir que la esencia del ensayo es el movimiento de ideas y la pluralidad de motivos. Si bien la novela representa el engaño mismo y por ello se parece tanto a la vida, el ensayo va en busca de una verdad a medias,
un rodeo y la puesta en escena del juicio, el placer y la distracción, como quería Montaigne.
Cuando uno se hace viejo o madura en su capacidad como lector de novelas ya no resulta tan fácil engañarlo ni hacerlo creer tan ingenuamente en una historia que proviene de la imaginación. Robert Musil decía que hoy todo se ha vuelto no narrativo y yo miro esta afirmación como una disposición a abandonar el romanticismo implícito en las novelas tradicionales. Es verdad que hoy en día la novela se ha vuelto también problemática y simula ser un ensayo con el propósito de darse sustento o actualidad,
pero ello no hace más que reafirmar la creencia de que el ensayo va contaminando o enfermando al resto de los géneros literarios. Así es: el ensayo es lo más parecido a una enfermedad en literatura. H. G. Gadamer decía que la literatura en general es como la poesía pero despojada de su valencia ontológica: quiere decir, profana, interesada, amorfa y en continuo movimiento. Si desean leer un ensayo que propone de manera certera y amena esta diatriba no me queda más que sugerirles la lectura de Chet Baker piensa en su arte, obra de uno de los escritores más importantes de lengua española, Enrique Vila-Matas.
Si el escritor turco Orhan Pamuk dice que escribir novelas va contra la lógica cartesiana es porque insiste en que las novelas no pueden ser certeras o científicas. Son como el amor mismo: mentirosas, seductoras y ricas en mañas de encantamiento. Yo prefiero el ensayo; más cerca del escepticismo y la buena ignorancia (la socrática), del saber a medias y del ejercicio creativo de un lenguaje que no se ve a sí mismo como trascendental. En fin, les he endilgado algunas consideraciones acerca de un tema que me interesa,
sobre todo cuando el piojoso panorama en que vivimos no nos permite la gimnasia reflexiva, el estímulo de la acción de pensar y, en suma, la queja bien articulada. Quien lea ensayos se hallará menos propenso a ser engañado.
[Guillermo Fadanelli. Escritor mexicano, potente y marginal a la vez, en genial combinación, uno de los grandes de su país. Entre sus obras destacan Lodo, Educar a los Topos y Hotel DF (novelas); Insolencia. Literatura y mundo (ensayo)] |