INVISIBLE,
DE PAUL AUSTER,
Comentada por
Javier Fernández de Castro |
SOBRE 'CUENTOS SALVAJES' DE EDNODIO QUINTERO
JAVIER FERNÁNDEZ DE CASTRO
Este libro de Ednodio Quintero es un ejemplo paradigmático de por qué el lector medio se muestra reticente a comprar y leer recolecciones de relatos breves. Y por la misma razón el libro es un ejemplo cabal de hasta qué punto el lector medio se priva de una riquísima fuente de placer estético al dejarse llevar por unos prejuicios que en gran medida son alimentados por los propios editores. Todo escritor que no posea la capacidad necesaria para imponer su criterio (por ejemplo, esgrimiendo su fama y prestigio) habrá escuchado una frase que los editores repiten como un mantra: “No me traiga relatos porque no se venden”. Resultado: casi no se publican libros de cuentos porque no se venden y los libros de cuentos no se venden porque no se publican. Gran astucia.
En cierto modo con los relatos breves pasa lo mismo que con los poemas. Tomados en su mejor momento ambos son como un fogonazo casi instantáneo pero de tanta intensidad que pueden dejar en la retina una huella capaz de durar toda una vida. Al recientemente fallecido escritor Rafael Sánchez Ferlosio una maestra romana le enseñó de niño el poema “El infinito”, de Giacomo Leopardi. Una de las últimas cosas que hizo poco antes de morir, bien pasados los noventa años de edad, fue recitar aquel poema sin alterar una línea ni perder una sola palabra, desde el dubitativo comienzo,
Sempre caro mi fu quest’ermo colle
E questa siepe, che da tanta parte
Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
hasta el prodigioso final.
Cosí tra questa
Inmensità s’annega il pensier mio:
E il naufragar m’è dolce in questo mare (1)
Sin pretender en absoluto establecer comparaciones, y más que nada porque tengo ahora mismo ante mis ojos el libro de Ednodio Quintero, si tuviese que poner un ejemplo de relato breve como un fogonazo pero capaz de dejar una huella indeleble en la retina elegiría sin dudarlo el titulado “Maracaibo en la noche”, en el que la voz narradora empieza afirmando que nació en “algún lugar agreste de la alta montaña” para manifestar a continuación su convicción de que fue engendrado “en un hotel de Maracaibo”. Es lo que en psiquiatría se conoce como Urszene, que literalmente significa “escena original”, es decir, en este caso, el relato realizado desde lo más cerca posible del momento primigenio en que el narrador fue concebido. Pese a ocupar apenas cuatro páginas, el lector llega casi sin aliento al final: “Y desde mi refugio inexpugnable, en la frontera del no-ser, escuchaba fascinado el zumbido del ventilador colgado del techo, escuchaba el zumbido de un helicóptero sobre las montañas del Guirigay”. Ese helicóptero tiene una íntima relación con un bote de mayonesa en el que viajan las cenizas del narrador. Pero es mejor leerlo (pág. 459 de la edición de Atalanta).
La ininterrumpida sucesión de puntos de vista y voces narrativas, unido a la acumulación de momentos temáticos, emotivos y de gran intensidad que ofrece un buen libro de relatos puede llegar a resultar fatigosa para el lector debido justamente a lo heterogéneo de su propuesta.
En el caso de Cuentos salvajes el peligro de cansancio o tedio queda conjurado por unos recursos narrativos que Ednodio Quintero utiliza con asombrosa precisión y elegante eficacia. Aparte de un lenguaje límpido y de gran musicalidad utiliza una serie de rasgos que pasan de unos relatos a otros hasta crear una extraña familiaridad (eso que también podría llamarse estilo): hay una voz narradora en primera persona que se autobiografía de continuo sin importarle contradecirse o corroborar lo dicho unas páginas más atrás; el marco físico en el que se inscriben gran parte de las historias es el altiplano alpino, un medio rural tan arraigado y tan extremado y aislado del resto del mundo que para contarse a sí mismo se ve obligado a mantener vivos sus mitos, crear su propia magia, traspasar los límites entre lo real y lo imaginario o recurrir a una suerte de moral transgresora en la que caben por igual la ternura, el dolor, la soledad o la capacidad de extasiarse ante la magnificencia de un atardecer o la belleza de una mujer. Tampoco pretendo decir que se pueda leer de un tirón como si fuera una novela, pero a diferencia de lo que pasa con ésta, se puede acudir una y otra vez a Cuentos salvajes con la seguridad de que, sea cual sea la página encontrada, será la puerta de entrada a un universo conocido y al mismo tiempo enigmático porque es imposible predecir lo que pueda pasar.
(1) [Siempre amé este yermo monte / y este promontorio, que me oculta / la
visión del último horizonte.[…]
Así a través de esta inmensidad se ahoga el pensamiento:
y me resulta dulce naufragar en este mar.
I Canti (1831), Canto XII
Cuentos salvajes. Ednodio Quintero. Atalanta.
[Nota publicada en El Boomeran(g) el 24/4/2019] |