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LA PERSISTENCIA DE UNA TAREA
SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
Entre la disyuntiva del silencio abismal o agrafia que asedia a los escritores en un momento de su vida, y la curiosidad incesante ante el acto de escribir, Enrique Vila-Matas ha elegido la segunda vía, como lo asienta en su nuevo libro, Dietario voluble (Anagrama). Lejos de ser un cuaderno convencional de apuntes diarios, y a pesar de la estructura cotidiana que implica, evade ser una mera fuente de ocurrencias a la que se presta este género literario inherente al surgimiento y reproducción del sujeto moderno y cosmopolita. Hay algo más allí y de mayor importancia que la lectura anecdótica o el desahogo subjetivo. Podría definirse este juego de Vila-Matas bajo un término: escritura de la anomalía. En ésta alguien, que presume ser quien enuncia lo escrito, pero que no es sólo el yo de la enunciación previsto años atrás por Roland Barthes al referirse a un nuevo tipo de escritura ajena a la confesión tradicional, aparece sin aparecer. De hecho, las páginas de Dietario voluble explicitan un ejercicio de desaparición paulatina.
La palabra "desaparición" no refiere aquí a un tufo mortuorio o fúnebre, ni siquiera alude a una despedida en medio de un paisaje otoñal y música de fados inmemoriales: si de algo trata Dietario voluble es de un reencuentro permanente con la vida desde una suerte de optimismo escéptico e intenso. O bien, un pesimismo alegre. Es un festejo de la agudeza y la curiosidad intelectual en plenitud. La desaparición allí es un giro de lenguaje que encuentra zonas inéditas de escritura en el acto de desprenderse de las certezas, si hubiera algunas, sobre todo de cariz autoral, y en el hallazgo de una materia inestable que comienza con el desplazamiento del sujeto que enuncia y del sujeto que es enunciado. Enrique Vila-Matas ha entrado poco a poco en algo que, aunque suene tajante, incluso intimidatorio, se vuelve digno de tener en cuenta: se ha apropiado de una teoría de la desaparición, si recordamos que "teoría" en su origen se refiere a la posibilidad de contemplar algo para conocerlo, o para sólo dejarlo que se exprese. Acaso incursione en una pura contemplación sin conocimiento alguno. En su caso, al contemplarse a sí mismo como enunciado y como enunciador de su propia existencia cotidiana, ha terminado por crear un factor narrativo especial inserto en su propio tiempo y espacio escritural desde un afuera desconcertante y entrañable. Un elemento externo que se ve a sí mismo desde otro plano, que podría ser oblicuo, o múltiple y móvil, pero que a su vez nos permite atisbarlo desde allí. Algo diferente a la autoficción y la metaficción, categorías a menudo usadas como la ropa prêt-à-porter venga o no al caso.
Esta escritura anómala está lejos de ser reductible a un simple estilo, si bien el estilo de Vila-Matas (transparente, irónico, digresivo, cíclico, conjetural, exacto) sea uno de los rasgos más admirables de su obra, el cual se desdobla en un repertorio de temas enfocados desde lo insólito: la conducta de las moscas y los mosquitos; Kafka; el enano descomunal que atrajo a Kafka en un bautisterio italiano; Sebald; la pereza de Oblómov; la literatura como algo interior y cálido; el cine como algo exterior; el acróbata Philippe Petit que sobre un cable atravesó el horror vacui entre las Torres Gemelas y previó la catástrofe que animaba su estructura; el elogio al uso de citas ajenas; o el epitafio sobre la tumba de W.C. Fields: "A pesar de todo, preferiría estar en Filadelfia".
En Dietario voluble surge una transfiguración profunda y sencilla de la lucidez escritural. El exponente que Vila-Matas ha sido de la mirada furtiva y el ser evanescente en la realidad, aquel que busca esconderse en un abrigo negro y un sombrero idóneo al caminar de prisa por las ciudades y las páginas, ha devenido en un escritor especializado en captar anomalías, un experto en la caja negra que las ciencias exactas y el sentido común han encontrado para incluir en ella lo que escapa al orden previsto. Quizás a lo largo del tiempo Enrique Vila-Matas sólo había sido un observador y coleccionista de tales rarezas, pero ahora ha dado otro paso, que incluye dejarse atrás a sí mismo, para acceder a un nuevo plan de fuga universal. Lo que se quiere evocar no involucra un simple juego de prestidigitación o magia escénica en la letra impresa, tampoco es un gesto o un conjunto de gestos: es la creación consolidada de una inmensidad literaria que carece de grandilocuencia y de toda solemnidad. Una renuncia, o rapto de autoborrarse, que acontece a favor de los lectores. Un diálogo intemporal, el auge de una voz que desdobla en muchas personas que a su vez es una misma que no está allí sino en otra parte, siempre viva, regocijante, inmersa en la búsqueda permanente de ese "algo más" en la escritura. Un estar aquí y ahora, en otro tiempo o en el futuro equis en el que acaso las moscas leerán novelas y los mosquitos se entregarán al arte de tocar el saxofón.
En los apuntes de Dietario voluble habita una infinitud de historias que, bien leídas, implican páginas en blanco intercaladas para la reflexión y el gozo de los lectores. Como en la idea genial de Giorgio Manganelli en Encomio del tirano (Siruela): los libros decisivos que no acaban, aunque acaben, porque siguen adelante, por su cuenta, ilimitados, fascinantes. Así, Dietario voluble de Enrique Vila-Matas. Si el propio escritor ha registrado semejante transfiguración obedece a la persistencia de su tarea: la lectura, los viajes, la ironía. En Dietario voluble se recupera una frase de Paul Valéry en una dedicatoria: "escribir es prever". A esta pre-visión, de sí y del mundo reinventado, pertenece este libro excepcional de Enrique Vila-Matas.
Suplemento El Ángel, de La Reforma. México, 25 de agosto 2008.
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