Detour
Amos Oz
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DESDE AMOS OZ HASTA MI ABUELA:
APUNTES PARA UNA TEORÍA DE LOS DESVÍOS LITERARIOS
LILIANA LARA
Desvío 1
Lo que más me gusta de una novela son sus desvíos.
Me recuerdan a mi abuela cuando quería dar lecciones de moral o de vida a través de algún cuento largísimo y divertido que al final nadie recordaba de dónde había venido ni por qué. Si un novio de alguna de las primas iba a llevar a casa a una amiga, la abuela desempolvaba el cuento de Laila.
Laila era una especie de femme fatale que acababa de llegar del Líbano y se había mudado en un apartamentico de la populosa Av. Urdaneta caraqueña de los 60, en un edificio cundido de extranjeros: libaneses, judíos, italianos y mis abuelos que eran de la provincia, otra forma de ser extranjeros. Laila no paraba de llorar y de rezongar en su idioma y otra libanesa con un español un poquito más avanzado -atravesado por mucho francés- la consolaba y la traducía a las demás señoras ¿Qué era lo que hacía llorar de esa forma desgarradora a la pobre Laila desde que llegó del Líbano? – se preguntaban las demás señoras entre curiosas y conmovidas. Por chisme o por compasión, las invitaban a tomar café y cada una con un cigarrillo en la mano –también mi abuela- se sentaban a escuchar el menjurje lingüístico: primero Laila en su idioma de jotas raspantes, luego la otra señora en un español rudimentario. Laila, oscura como la noche, había tenido que huir de un marido malvado que le pegaba y demás; un marido tan malo que no andaba en nada bueno allá en el Líbano y allí las señoras judías temblaban y recordaban la guerra de los seis días, aunque no sé si eso fue antes o después. No importa, lo que sí es que en su carrera, Laila, tersa como una pantera bañada de lluvia, tuvo que dejar atrás a sus dos hijos. Por ellos lloraba desde que había pisado Caracas. Un familiar o un paisano le había prometido ayudarla a resolver desde aquí el problema, apelando a no sé qué procedimiento de derecho internacional, pero antes tenía que conseguir un piso económico, trabajar día y noche en el negocio, como esclava, para reunir no sé cuanta plata y no recuerdo para qué. Tal vez para los pasajes de los niños.
La pobre Laila llegaba todas las noches a ese edificio de la Av. Urdaneta con el lomo partido de tanto trabajo y el alma quebrada de desconsuelo. Cada vez más flaca, con los labios cada vez más rojos de tanto mordérselos, los ojos cada vez más claros de tanto llanto, Laila subía las escaleras de aquel viejo edificio como un alma en pena y las señoras movidas por el chisme o la compasión, se la llevaban a tomar una sopita o un té, a que comiera algo, pobrecita, que no podía ser que estuviese extinguiéndose así, a fuerza de trabajo, tristeza y poca comida. La que más la consolaba era la otra libanesa, la que fungía de traductora. Otro que comenzó a traducirla y consolarla fue el esposo de la señora libanesa. En este punto debo confesar que no recuerdo si el señor era pariente lejano de Laila o algo por el estilo. Lo cierto es que un día, probablemente la madre desconsolada (la mamacita, porque era de una belleza abrumadora, según mi abuela) ya había reunido una cantidad de dinero suficiente como para tratar de solucionar la separación de sus hijos, se decidió un viaje de urgencia a Beirut. Laila iría acompañada por un hombre que la representara: el esposo de su traductora.
Así fue como se largaron y más nunca se supo de ellos. No porque el marido malvado hubiese metido las manos en el asunto, sino porque el amor había nacido entre ellos luego de tantas traducciones y consuelos. La pobre señora libanesa se quedó con 5 hijos en el destartalado edificio de la Av. Urdaneta, llorando para adentro. Las vecinas, por chisme o compasión, la invitaban a tomar un cafecito o a jugar a las cartas. El nombre de Laila nunca se mencionó en su presencia. El marido era como si nunca hubiese existido, como si ella hubiese llegado sola de Beirut. Laila era un nombre impronunciable también para mi abuela, como si todo los oscuro estuviese en ese nombre, toda la trampa y la perversión, la trastada y la puñalada trapera. ¿Sabría mi abuela que Laila en las lenguas semíticas quiere decir "noche"? No sé, lo cierto es que cuando mi abuela terminaba su cuento, todas estábamos viviendo en ese edificio de la Urdaneta, preguntando detalles de los demás inquilinos o de nuestras madres. Ya nadie se acordaba de dónde venía la cosa y probablemente el novio que se había ofrecido a llevar a su casa a la amiga, estaba disfrutando de la piel y el reverso de una Laila criolla. ¿Y qué? Si nosotras estábamos metidas en ese cuento, en esos nombres, en Beirut.
Perdidas en ese desvío.
Desvío 2
Lo que diferencia a un cuento de una novela son sus desvíos.
O un desvío es un cuento dentro de una novela.
Un cuento que funciona solo, como esos que están al final de la novela La tarea del testigo del escritor venezolano Rubi Guerra, pero que en el entramado que los contiene adquieren mayores resonancias. La tarea del testigo narra el viaje a Europa en los años 30 del siglo pasado de un personaje sólo mencionado por sus iniciales, pero que remite al poeta José Antonio Ramos Sucre. Es la historia de su continuo deambular por diversos sanatorios europeos de la mano de la enfermedad y del insomnio, y finalmente su muerte. La reconstrucción de este personaje literario se encuentra problematizada por las reflexiones del narrador y por su paulatino contagio con el desasosiego del poeta. “¿Es el testigo y su tarea lo que importan, o lo atestiguado?”, se pregunta en el último capítulo en que ambos- el narrador y el personaje narrado- se encuentran en un mismo plano, trastocando de esta manera las fronteras del tiempo y el espacio textual. Las “Tres historias perdidas” que aparecen al final de esta novela están escritas en un estilo muy ramosucreano y a primera vista rompen con la anécdota, desvían la historia, sin embargo se trata de la contaminación entre narrador y personaje, de un impecable juego de dobles.
Otro ejemplo de cuentos encapsulados dentro de novelas son las historias contadas por la madre del narrador en Historia de amor y oscuridad de Amos Oz, que difuminan las fronteras discursivas e invocan dentro del texto fragmentos de géneros diversos, en este caso fábulas y cuentos populares rusos.
O ese cuento, para seguir con Oz, del gorila en No digas noche. Un hombre quiere hacer una clínica de desintoxicación en honor a su hijo muerto de una sobredosis, habla con una de sus profesoras y en medio de la conversación – que gira esencialmente alrededor del tema que les atañe- echa el cuento de un bebé gorila que encontraron mientras vivían en algún lugar de África. El pequeño gorila es criado como un hijo y como tal se comporta hasta que llega a la pubertad (que en los gorilas llega más rápido que en los seres humanos) Entonces se enamora de la madre y entra en conflicto con el hijo de la pareja y con el padre. Celos, asedio sexual, depresiones. El cuento es espectacular, dura unas cuantas hojas y termina en la frase: "Pero no sé por qué le cuento todo esto" dicha por el padre avergonzado. El cuento no es una reproducción en pequeño de lo que pasa en la novela, como suele suceder, que Oz no es así de predecible, aunque si uno se pone a buscar las 5 patas al gato, algo encuentra. Es un cuento en apariencia gratuito. Me encanta esa gratuidad aparente, un cuento que nos atrapa pero que no tiene nada que ver con lo que estamos leyendo a primera vista. Es como si el narrador también se preguntara: ¿por qué cuento todo esto? Como si estuviese poseído por un ansia de contar que le hace salirse del cauce y regodearse en las ramificaciones. Un desvío es una muestra de cómo la historia se apodera del que la escribe y lo hace irse por ramificaciones inesperadas. Me gustan los desvíos que en apariencia son gratuitos, son una muestra de la locura e imperfección de las novelas.
Pero, un desvío no es un turning point. En un desvío hay retornos.
Desvío 3
Había una vez un hombre que leyó tantos libros de caballería hasta que llegó a creer que era caballero. Se buscó caballo, espada y escudero, y salió a luchar contra el mal del mundo. En un breve desvío en su contienda, se detuvo en una venta manchega, y con él se detuvo -en cierto modo- su historia, para dar paso a las historias de los otros, a los desvíos más famosos de la toda la literatura: "El curioso impertinente" y "el capitán cautivo". Muchas son las deudas de la novela contemporánea con el caballero de la triste figura, pero sobre todo este intercalar historias en el curso de la trama principal. No sólo pequeñas digresiones, sino también sonetos, coplas y hasta novelas. A través de estos desvíos, la novela se llena de otros registros discursivos. Un desvío, de este modo, rompe con el carácter cerrado e ininterrumpido del espacio textual. Rompe con las rígidas fronteras del género, permitiendo que fluyan de forma dinámica diversos tipos de discursos dentro de un mismo texto.
"El curioso impertinente", es una novela encontrada en una maleta olvidada en aquella venta manchega a la que llegan Don Quijote y Sancho Panza en su periplo. Esta novela es leída por el cura, para el deleite de los presentes en la venta. Así como para el deleite de los lectores, quienes gustosamente nos perdemos en ese meandro sin quejarnos de la pertinencia o no dentro de la trama. Se trata de una historia encapsulada, de género, temática y estructura diferente a la que la contiene, pero no totalmente aislada porque continuamente es interrumpida por pasajes que narran lo que ocurre mientras el cura la lee. Otro tanto pasa con "El capitán cautivo", el otro famoso desvío, en este caso contado por su propio protagonista en aquella mítica venta de La Mancha.
En la segunda parte del Quijote, Cide Hamete Benengeli da la razón a los lectores que supuestamente se quejan por la interposición de estas fábulas en la primera parte y se excusa diciendo que lo hizo por huir del trabajo insoportable que era escribir sólo sobre Don Quijote y Sancho Panza, así como también por el valor estético de las mismas muy por encima del de la trama principal. Y no contento con esto exige que se le alabe ahora, en esa segunda parte, no sólo por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.
Algunos estudiosos han tratado de definir la pertinencia de estos desvíos dentro de la trama del Quijote. Yo creo, sin embargo, que ningún desvío es absolutamente pertinente ni necesario porque una novela no debe ser obligatoriamente un artefacto en el que todo concuerde perfectamente, un relojito bellamente armado, una maquinaria perfecta. Creo en cierta anarquía que gobierna las páginas de novelas como 2666 o Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, por ejemplo, a quien me resulta difícil asociar con la idea de un desarrollo eficaz de la trama y no por eso deja de encantarme. Me imagino a Bolaño y Cide Hamete Benengeli disfrutando de la escritura de sus des(var)íos, dejándose llevar por los descarríos de la historia, invadidos por el ansía de contar.
Los desvíos, a mi juicio, son un devenir inevitable de una historia que crece hacia todos lados. Una historia metastásica. ¿Necesarios o innecesarios? ¿A quién le interesa? Lo importante es el placer de contar historias, o como diría Ricardo Piglia: la pasión pura del relato.
Ojo: no confundir relleno con desvío.
Desvío 4
A veces es difícil determinar cuál es la trama principal y cuales sus desvíos.
En La ciudad ausente, de Ricardo Piglia, un periodista amateur encargado de "investigaciones especiales" del diario "El mundo" comienza una pesquisa acerca de los orígenes de una máquina de contar historias que se encuentra confinada en un museo de una zona apartada de la ciudad. La máquina ofrece en sus historias un discurso de resistencia cultural en el que se cantan los pesares de los outsiders, los extranjeros, los marginales que el sistema pretende acallar. Relatos de la diferencia que atentan en contra del deseo de uniformidad del Estado: lo diferente siempre es un riesgo para la instauración de las grandes hegemonías, como ha pregonado lúcidamente toda la ciencia ficción. De modo que la máquina representa un gran peligro y por esta causa es sacada de circulación, alejada de los predios públicos, e internada en un museo de poco acceso para ser estudiada y posteriormente desmantelada. La novela narra la historia de esta complicada investigación, plagada de desvíos, versiones y contra-versiones. La trama principal se desvía, además, con cada historia producida por la máquina. Cuentos independientes en sí mismos -muchas de estas historias fueron publicadas luego en otros libros de este autor- las grabaciones de la máquina difunden calamidades sociales que van desde las anécdotas históricas sobre los desaparecidos de “El proceso” dictatorial argentino, hasta la recreación de las formas futuristas de anular la memoria humana, la implantación de recuerdos y las realidades virtuales. El museo en el que se encuentra la máquina muestra en cada salón, además, una réplica de las historias que ésta produce, así como también una réplica de una escena de la vida del periodista que investiga sus orígenes con lo cual la ambigüedad se fortalece al abrir la posibilidad de que la misma novela sea una historia de la propia máquina. Entonces, estamos en un terreno movedizo en el que la anécdota que sirve de conexión entre los múltiples desvíos constituidos por las grabaciones de la máquina, podría ser también uno de ellos. La trama principal podría ser, de este modo, también un extravío. ¿Cuáles son las historias de la máquina? ¿Cuál la historia que las contiene? ¿Hasta dónde llega la ficción?
Atención: Los desvíos atentan contra el deseo de uniformidad, la hegemonía textual, la pulcritud de la trama, la mimesis narrativa. Resaltan los límites difusos entre realidad y ficción.
Desvío 5
Me gustaría hacer una teoría del desvío literario que comenzara así:
Un desvío siempre es perverso.
Porque a fin de cuentas un desvío es un rehuirle a la norma. A la vía principal. A la regla genética. A la gramática reproductiva.
Tendría que aclarar primero a qué tipo de desvíos me refiero. Se me ocurre que hay un desvío semántico. Otro sexual. Otro sintáctico. Otro anecdótico. Otro genético.
Probablemente existan sólo dos grandes tipos de desvíos, siguiendo a la escuela clásica: el desvío de la forma y el del contenido. Y dentro de estos dos, miles de posibilidades.
Tal vez existan mejores formas de llamar a las divagaciones, pero me gusta la palabra desvío porque tiene en el fondo algo de insurrección. Me recuerda a la palabra portuguesa "viado", tan desviada.
Un descarrío, un perder el camino, un perderse. Desviado el honor. Perdida la honra, pero ¿según quién?
Siento un gusto retorcido por mirar cómo el que narra pierde el norte. Me gusta perderme yo misma también. Comenzar a contar algo que no viene al caso y no poder parar.
También me gusta la versión inglesa de la palabra: detour. El anti tour. Un paseo que nos lleva por carreteras olvidadas, caminos secundarios, sin paradas prefijadas ni ilusión de simetría.
Vila-Matas, rey de los viados, es decir, amante de bifurcaciones y descarrilamientos, cuenta en El mal de Montano una película llamada Detour y muestra dos posibilidades de desvíos. Una: dejarse llevar por el cuento de la película. Otra: la propia película, un film noir estadounidense de bajo presupuesto en el que una tal Ann Savagge hace de femme fatale fatalísima. Un músico de Nueva York va a Los Angeles a encontrarse con su novia -cantante que se ha ido a probar suerte en el cine-, pero va de autostop y con en el primer carro que lo lleva comienza su desgracia o su desvío.
Hay muchos desvíos posibles, así como posibilidades de definirlos.
Es mi abuela tratando de poner un ejemplo didáctico, para que nos quede clara la posibilidad de la traición, del desvío amoroso. Pero también es Laila cambiándole la vida a la familia libanesa que la traducía, descarriando el destino propio y ajeno. Somos mis primas y yo desperdiciando la moraleja. Soy yo misma, olvidando mi supuesta teoría y fajándome a escribir una anécdota familiar que ya creía olvidada.
Liliana Lara nació en Caracas en 1971 y vive en el Kibbutz Bror Hail, en Israel. Es profesora de español y literatura. Ha publicado el libro de cuentos Los jardines de Salomón y lleva el blog Memorias y Avatares de una Madre Intelectual. |