Joven Marguerite Duras
(foto tomada en una capilla de La Baule)
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EL GATO DE PYNCHON
RAY LORIGA
Un laberinto de contradicciones, con un sentido bíblico de la experiencia personal y una inocencia tan extraordinaria como su sofisticación, intenso y pasivo, un loco cuyo odio destila comedia, un erudito en un mundo traicionero, y a pesar de todo, aún a la deriva en la gran piscina del amor de la infancia, la confianza y la excitación por todas las cosas.
Estas líneas, entresacadas y traducidas al volapié y con urgencia, de la descripción que Philip Roth hacía de Moses Herzog, posiblemente la más grande creación de Saul Bellow, me parecen, de pronto, muy adecuadas al tratar de desentrañar, en pocas palabras, la compleja naturaleza de Enrique Vila-Matas.
No le molestará a Enrique, lo sé, que su descripción sea robada. Ni le extrañará lo más mínimo que cuando recibo la llamada con el placentero encargo de escribir, también con urgencia, este elogio y felicitación, tan sincero como nuestra amistad, me encuentre, precisamente, enredado (y nunca mejor dicho) en la lectura de la nueva novela de Thomas Pynchon, ese otro personaje de ficción que seguramente es real en algún lugar escondido, pero que sobre todo es real en el territorio real de los escritores, la ficción. De ahí que enlace con el recuerdo de una mención, entre las páginas de Doctor Pasavento, al gato de Schrödinger, un extraño animal que, según las lúcidas leyes de la mecánica cuántica, está vivo y muerto al mismo tiempo. También Pasavento participa de esta paradoja y, cabría decir, de esta impostura. Y aquí me voy, de manera nada arbitraria, al título de una novela que Vila-Matas publicó en 1984, para recordar que, impostura es, en esencia, la presentación de una ficción como realidad, la voluntad de imponer una construcción en el mundo de lo real. Así, ni más ni menos, se produce la buena literatura, no copiando y reduciendo la realidad, sino imponiendo a ésta los impulsos y necesidades de la ficción. Vila-Matas lleva años domando con cautela y arrojo, calladamente pero a gritos, ese caballo. El mundo, poco a poco, se va enterando. Quienes pensamos que la literatura es un asunto esencial, divertido, emocionante y riguroso, estamos de enhorabuena por la mera, aunque dudosa, existencia de Enrique Vila-Matas y nos alegramos por todas y cada una de las buenas noticias que él recibe. Escritores de su rango no abundan, ni aquí ni en ninguna parte y de sus muchas pieles, sacamos retales para hacernos abrigos contra los fríos que corren.
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