ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Stranger than Paradise
Stranger than Paradise




LA NOCHE DEL PEREGRINO

IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN


Una noche, en mitad de un viaje por Andalucía, estábamos Vila-Matas y yo merodeando junto a las tapias de la basílica del Palmar de Troya y de repente nos salieron al paso unos matones para conminarnos a volver al coche y marcharnos. Aquellos dos hombres tenían un aspecto temible y lo más sensato era obedecer. Pero ocurría que con nosotros venía Miguelito, un amigo sevillano, y que se había puesto a orinar contra el muro y no podíamos irnos de allí mientras él no acabara. Peor aún: ni siquiera podíamos movernos porque eso habría permitido a aquellos seres patibularios descubrir a Miguelito en plena micción, y quién sabía entonces lo que habrían sido capaces de hacer. “¿No habéis oído? ¡Largo de aquí!”, nos gritaron amenazadores, y yo me sentí literalmente paralizado por el terror. La meada de Miguelito, mientras tanto, no parecía que fuera a terminar nunca y aquellos hombres avanzaban hacia nosotros con la peor de las intenciones. Fue entonces cuando Enrique, adoptando una entonación parecida a la de Simón del desierto en la película de Buñuel, dijo: “Somos peregrinos. Somos peregrinos y venimos de muy lejos para ver al papa Clemente.” Lo dijo con tal convicción que los dos gorilas se pararon en seco y le contemplaron con una extraña atención. Por supuesto, el aspecto de Enrique distaba mucho de ser el de un peregrino, y sin embargo había algo en él que los tenía totalmente desconcertados. Se diría que dudaban entre arrojarse a sus pies como los pastorcillos de Fátima o agarrarle directamente por el pescuezo, y el caso es que de ese modo ganamos el tiempo que necesitábamos para salvar el pellejo. Miguelito acabó por fin de mear, yo eché a andar en dirección al coche y Enrique me siguió, no sin antes anunciar con solemnidad: “Volveré.”

Cuento esta anécdota porque es la clase de cosas que a uno le ocurren cuando viaja en compañía de Vila-Matas: las cosas más raras del mundo. Enrique fue durante mucho tiempo el “raro” oficial de la literatura española: raro por escaso pero también por extraño, incalificable. Él, en cambio, dice que el raro soy yo, a pesar de tener dos hijos y este aspecto mío de profesor de instituto, pero lo cierto es que a mí, cuando estoy solo, nunca me sucede nada raro. Policías que le confunden con el terrorista Carlos, seres pintorescos que se ofrecen para protegerle de un monstruo llamado Chupacabras, mexicanos de película que le retan a beber tequila y acaban pegando tiros desde el tren, portugueses melancólicos que le cantan fados por teléfono, ministros chilenos que insisten en casarle con su querida Paula de Parma, poetas malditos que tratan de secuestrarle para leerle sus poemas...: así son algunos de los personajes con los que se ha ido tropezando en la vida y así también algunos de los personajes de sus libros, que es la realidad en la que Enrique se ha instalado.

Aunque pueda parecer sorprendente, un autor de la singularidad y la excelencia de Vila-Matas, jefe de filas de una vasta minoría de amantes de los libros, jamás había recibido ningún premio. ¿Será que los escritores raros no entran en las quinielas de los premios? Ahora, merced a su galería de escritores que no escriben, le han dado el Ciutat de Barcelona, y yo estoy seguro de que no por ello su literatura abandonará esa rareza suya que tantas y tan buenas páginas ha producido.

El Periódico de Cataluña, 9 de febrero de 2001.
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