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MAC Y SU CONTRATIEMPO
NADAL SUAU
En el primer capítulo de Mac y su contratiempo, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) parece exhibir todos los juegos con los que va a divertirse en esas trescientas páginas: no en vano, le presenta su novela al lector como si fuera un diario sin lectores; le otorga a su narrador la categoría de principiante en el oficio de la escritura, aunque aclarando que “escribir es dejar de escribir” y, por lo tanto, abriendo la puerta a la posibilidad de que la escritura más perfecta sea la que no se produce; apunta la tentación de escribir un libro falsamente póstumo e inacabado, asumiendo la posibilidad de morir antes de acabar esa falsificación y, por lo tanto, ver estropeado su proyecto al convertirse en realidad; afirma, en fin, que si un día escribiera una novela, “me gustaría perderla como quien pierde una manzana al comprar varias en el colmado paquistaní de la esquina” (y esto lo escribe quien ya ha ido perdiendo teorías por ahí en el pasado).
Piruetas de golondrina, imaginación paseante, levedad inteligente. Y bien, en esas seis primeras páginas hay una promesa de estructura: la novela como una manzana rodando por el adoquinado del ensanche barcelonés. Como el adoquinado es accidentado, no van a faltarle saltos, rebotes y desvíos a esa manzana en su camino.
No es extraño, por lo tanto, que empiece el segundo capítulo y a los juegos iniciales se añadan otros juegos, otras acrobacias del espíritu: por ejemplo, la idea de que “el proceso de escribir propiamente dicho es el que permite al autor descubrir lo que quiere decir”; o el capricho algo paranoico de intuir una apelación directa a la propia biografía en los textos semiautomáticos que escribe una mujer excéntrica para la sección del (esto es, el capricho del lector de vivir en los textos o de que los textos vivan en él).
Y luego llegará el tercer capítulo y desvelará una de las grandes claves del libro: la vocación de la repetición. “La repetición, gesto humano donde los haya, es un gesto que me gustaría analizar, investigar, modificar las conclusiones a las que hayan llegado otros”. Y entonces, de verdad, empieza la fiesta.
El Mac del título es un tipo que se ha quedado sin trabajo (qué trabajo era, está por ver) y aprovecha para iniciarse en la escritura después de una larga vida de lector. Mac tiene una mujer llamada Carmen y un vecino llamado Ander Sánchez, eximio escritor barcelonés que debutó en la novela con Walter y su contratiempo, un libro del que ahora reniega y prefiere simular que no existió. Y Mac, aprendiz de escritor fascinado por la idea de repetición, tiene de pronto una idea definitiva: ¿y si vuelve a leer Walter y su contratiempo y luego lo reescribe?
El libro original son diez relatos encabezados con citas de los autores a los que Sánchez imita en cada uno de ellos (Cheever, Djuna Barnes, Hemingway, Carver, Malamud, Schwob, Rhys, Poe, etc.): ¿cómo sería la reescritura de una imitación? ¿Qué clase de voz es la voz de un escritor, hecha de lecturas y diálogo con otros? Y así, salen a pasear por estas páginas Borges, Pierre Menard (nótese que no he escrito “el Pierre Menard de Borges”), Perec, el Wakefield de Hawthorne, K. Dick... Y Kierkegaard.
A Kierkegaard le debemos uno de los libros más desgarradores de la prosa europea, La repetición. Por él sabemos que la repetición es una expectativa y un deseo, una actualización del pasado que nunca se cumple pero en la que, con todo, cabe creer para avanzar. Mac y su contratiempo se hace eco de esta idea, sin renunciar a una palomita final de ironía simpática (“puesto a modificar, yo ahora modificaría lo que dijo Kierkegaard, pero no sé cómo lo haría”).
El caso es que también sabemos por Kierkegaard que la repetición es, en fin, imposible (ningún obstáculo para seguir creyendo y deseando). Esto es interesante a varios niveles: primero, uno se pregunta si Vila-Matas andará parodiando a quienes digan que su literatura se repite (recriminación que nunca recibirá quien escriba novelas decimonónicas o impecablemente ortodoxas en su estructura genérica); por nuestra parte, no deja de ser muy divertido pensar en la cantidad de veces que hemos visto a los narradores de Vila-Matas protagonizar escenas de slapstick en la calle sin que, al mismo tiempo, jamás las variaciones vila-matianas hayan dejado de ser sustanciales.
Segundo, esa imposibilidad de la repetición es la que nos lleva con una lógica tan azarosa como inapelable, la de la manzana rodando por una calle barcelonesa, al final del libro: un Mac viajando para vivir las aventuras y los cuentos “que se introducen en nuestras vidas y prosiguen su camino confundiéndose con ellas”: un vagabundo (hay muchos Vagabundos de la chatarra en este libro, más soñados que palpables, no como los de Jorge Carrión y Sagar Forniés) de la literatura que mira atrás, a sí mismo y a otros, y al tratar de repetir lo recordado el resultado es y no es el mismo, es el recuerdo y no lo es, es propio y no lo es.
Me he reído con bastantes pasajes de Mac y su contratiempo, que es efectivamente una novela de gesto irónico siempre y a ratos ligeramente paródico. Pero, sobre todo, creo que su aparición después de Kassel no invita a la lógica y Marienbad eléctrico (en cierto modo, un díptico) confirma a Vila-Matas como un autor que sigue pudiendo reclamarse principiante y aventurero, esto es, que sigue experimentando variaciones valiosas. Diario ficticio, comentario y falsificación ficticia de un libro inexistente, novela moderna, prosa de dicción sorprendente y saltarina, repetición imposible y arraigada en la idea misma de literatura: Mac y su contratiempo es también una novela sobre la lectura. Yo tampoco sé si los jóvenes leen a Marco Polo.
(10/02/2017 | Edición impresa de El Cultural) |