ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Lluvia
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RAZONES PARA ENVIDIAR
A VILA-MATAS

Alan Pauls

LA VOLUNTAD DE VIVIR UNA VIDA DIFERENTE (*)

ALAN PAULS


Saltar al vacío, volarse la tapa de los sesos, tomar veneno, destriparse, abrir el gas y meter la cabeza en el horno, arrojarse bajo las ruedas de un coche, dejarse consumir por la nostalgia, hacerse fulminar por un relámpago... No hay modus operandi suicida que estos relatos de Vila-Matas menosprecien o pasen por alto. Pero sus héroes —los héroes tercos, lunáticos, infatigables de Suicidios ejemplares— no se suicidan. Coquetean con el suicidio, sueñan con él, dan vueltas a su alrededor, lo evalúan y hasta lo planean meticulosamente, pero jamás lo consuman. Uno de ellos, Fernando —el enamorado no correspondido de “Los amores que duran toda la vida“—, parece tener más suerte y llega a dispararse un pistoletazo, pero el relato que da cuenta de su suicidio —lo único en el mundo que lo “prueba“— es sospechoso, inverosímil, y termina deshaciéndose en el caldo incrédulo de la ficción. Otro, el Maestro de “El coleccionista de tempestades“, tiene el prudente mal gusto de morir de un ataque al corazón dos minutos antes de llevar a cabo un suicidio apoteótico, à la Raymond Roussel, en el que, además del suicida, intervenían una cripta, un bocal cilíndrico lleno de sales químicas luminosas, una serie de fenómenos eléctricos deslumbrantes, diez tormentas artificiales, una dulce melodía napolitana y un rayo letal. Ésos son los dos personajes que llegan más cerca. Como si destiñera, el halo de ironía y fracaso que envuelve el desenlace de ambas tentativas ilumina también todas las demás, y pone al desnudo la lógica de inepcia, renuncia o imposibilidad que la experiencia de morir por mano propia tiene cuando el que la pone en escena es Vila-Matas. En efecto, sólo son ejemplares —es decir: dignos de narrarse— los suicidios imposibles, los indefinidamente aplazados, los fallidos, los olvidados. Y es que lo que en verdad desvela a Vila-Matas es la idea del suicidio, o mejor: su posibilidad. Ese chispazo de regocijante misterio con el que el proyecto de un morir original, o tortuoso, o sofisticado, o cruel, enciende una vida apagada y la reaviva, volviéndola tensa, excepcional, apasionante, como esa cuerda de acero desde la que nos cortan el aliento los equilibristas. A Vila-Matas, fabulador experto en “voluntades negativas“ (dejar de escribir, desaparecer, ser nadie), le interesa sobre todo el modo paradójico en que el suicidio se instala en el corazón de una vida y le da sentido, la alegra, incluso la embellece. Suena mal no ser capaz de matarse; suena a discapacidad, a invalidez, a impotencia radical. Y sin embargo, qué desaforados niveles de actividad desencadena esa imposibilidad de pasar al acto en los personajes de Suicidios ejemplares. Qué revuelo de inspiración y de humor, qué tasas de adrenalina, de ansiedad, de hiperventilación mental. Sofisticada o impulsiva, meditada o capturada al vuelo en un instante de hartazgo, la idea del suicidio nunca es aquí un signo de derrota. Es un principio de potencia: algo en una vida cruje, se abre y empieza a ser posible —algo desconocido, que hasta entonces no tenía rostro ni forma, y que ahora, de golpe, parece ejercer una seducción irresistible— cuando alguna de las criaturas que puebla estas páginas se deja poseer por la idea de matarse. Eso es el bel morir según Vila-Matas: la deliciosa, la demencial toxicidad estética que un sueño de muerte bien soñado le inocula a la vida que estaba llamado a segar. De ahí que los relatos de Suicidios ejemplares sean coléricos, a menudo sangrientos, casi siempre extremos, pero nunca amargos ni desesperanzados. El suicidio, en ellos, jamás es el fruto de una claudicación; es la idea en la que se encarna la Gran Voluntad que anima toda la ficción de Vila-Matas: la voluntad de vivir una vida diferente.

(*) Texto original en español de Alan Pauls para la solapa de la edición brasileña de SUICÍDIOS EXEMPLARES, Cosac & Naify, 2009.
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