Hay grandeza en la lucidez de escritores que, como Enrique Vila-Matas, saben aceptar el fracaso, sin rencor ni vergüenza, como parte de su bagaje literario. Se trata no solo de contemplar el fracaso como inevitabilidad en los primeros tiempos de formación de los escritores novatos. También es reconocer que en la escritura no se progresa en línea recta, sobre todo en las primeras obras. A veces se dan unos pasos atrás con respecto a libros anteriores, aunque ese retroceso sirva después para dar de golpe grandes zancadas. Sobre esto y mucho más habla Vila-Matas en su amplio texto a modo de prólogo de su libro En un lugar solitario, que contiene sus 5 primeras obras publicadas.

En el prólogo afirma Vila-Matas que, de igual modo que el fracaso es prefiguración natural del destino, también es sinónimo de la literatura en general. Deja entrever -o tal vez sea mi propia lectura de sus palabras la que hable- que si la vida transcurre en ese trecho que va de un conjunto de derrotas parciales a la derrota final de la muerte, también la creación literaria se abre paso a través de la experimentación de pequeñas muertes como pruebas del último ocaso al que estamos abocados los seres mortales. No en vano otro texto suyo publicado hace meses  lleva el título “Fracasa otra vez”, en cuyo interior cita con humor shandy  las palabras de Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.” Esta idea se complementa con otra que alude al momento en que comprende que debe dejar de pensar en avanzar, dejar de lado los callejones sin salida del qué hacer luego, una vez que ha terminado de escribir un libro. Es tiempo, entonces, de identificarse con su papel de padre de una obra ya extensa, concebida, tal y como él mismo ha señalado en una entrevista, como un tapiz que se dispara en muchas direcciones, como un gran cuadro que va componiendo día a día, llenando los espacios que quedan por cubrir. En pocas palabras: una obra en marcha. Un magnífico fracaso con éxito.