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LA LECTORA ACTIVA
NOEMÍ VALIENTE
Dice Enrique Vila-Matas que cuando lee a Paul Auster tiene que dejar inmediatamente el libro porque le inspira tanto que necesita ponerse a escribir. Y ese es exactamente el mismo efecto que Vila-Matas causa en mí. ¿Existe una cadena de inspiración y soy yo el último eslabón?
Hace unos meses leí Kassel no invita a la lógica, el último libro de este autor. En esta obra Enrique Vila-Matas reflexiona acerca del arte de vanguardia y de sus relaciones con la literatura. Entonces me entraron ganas de escribir sobre ese tema y pensé que muy bien podría encajar en una revista de arte un artículo dedicado a las vanguardias.
Pero, ¿qué es exactamente arte de vanguardia? Me preguntaba yo antes de leer esta novela.
Mientras leía, me agradó descubrir con cada capítulo y giro de la trama que Enrique Vila-Matas tampoco se atreve a decir de forma precisa y contundente qué es arte de vanguardia. Y eso tiene como consecuencia un libro delicioso, divertido, trescientas páginas para disfrutar. Exactamente trescientas, en pequeños capítulos que plantean preguntas y dejan que seas tú mismo el que responda. Esta obra, para mí, es arte de vanguardia.
Cuando comencé este artículo hice un pequeño experimento. Pregunté en la oficina, en mi trabajo de por la mañana, qué pensaban que era el arte de vanguardia. No lo hice a la hora del café, no quería que se formase un debate. Quería una respuesta calmada, en la quietud de una mirada de a dos. Me acerco mientras se imprime un plano y pregunto qué es arte de vanguardia. Desencadeno resoplidos y respuestas rápidas. Miradas de extrañeza. «¿Ya estás con tus ocurrencias?», me espetó Mario, mi compañero de despacho. Y eso anoté. El arte de vanguardia es una ocurrencia. «Arte de vanguardia es un arte que trae algo nuevo, que supone una innovación», me dijo Andrés, mi jefe. Siempre tan sensatos y acertados, los jefes. Tan correctos.
Las instalaciones que Vila-Matas descubre al llegar a la ciudad alemana de Kassel para asistir como escritor invitado a la exposición Documenta 13, no pueden enmarcarse dentro de ninguna de las artes clásicas. ¡Un cuadro, por favor, si eso está muy visto!
La primera instalación que visita el autor es “El impuso invisible”, de Ryan Gander, una corriente de aire artificial. Una brisa fresca que sopla en el museo más importante de la ciudad, el Fridericianum. Y esa brisa provoca en él una energía creativa.
Es arte de vanguardia si fomenta la creatividad, genera energía en el receptor, anoto yo. Pero, ¿cómo se reparte la responsabilidad entre el creador y el receptor? Quiero decir que la brisa del Fridericianum puede provocar que me ponga a escribir, hacer que otro visitante quiera pintar, generará alegría en muchos para enfrentarse a las tareas más rutinarias. Pero tal vez haya quien no perciba absolutamente nada. ¿Es la misma brisa? Y es que, en palabras de Chus Martínez, comisaria de la Documenta, «El arte hace y ahí te las compongas».
El arte de vanguardia requiere la participación del público de un modo activo, anoto yo. ¿Serán esto conclusiones o meras obviedades? Las dudas, las inseguridades, el tamborilear del miedo, están asociados a la idea de vanguardia, anoto de nuevo.
En la euforia que ha provocado en mí la lectura de Kassel, comencé a tener la certeza presuntuosa y persistente, densa como una miel de encina, de que yo misma era una artista de vanguardia, una escritora de vanguardia. Creadora de nueva formas, casi una comisaria de arte. Vila-Matas siempre me rescata del aburrimiento. Con él los pensamientos se me vuelven revoltosos.
Hace unos meses viajé con un grupo de escritores de mi ciudad a Madrid a un evento literario. Novelistas, poetas, ambos, reunidos en un mismo vagón, que era también la locomotora. Me inventé un juego, un experimento. Cada uno de nosotros tenía que escribir un microrrelato en el billete del tren. Sólo en el dorso. Lo último que queríamos era profanar la parte delantera y tener problemas con el revisor. Me imaginé a todos apeados en la siguiente estación. El espacio, el que a cada uno le permitiera nuestra grafía. Con más palabras para el que tuviera la letra pequeña y delicada, diamantes y piedras engarzadas. Menos para grafías díscolas y burlonas, como esta que leéis en su estado original. El tiempo límite: hasta que la locomotora parase en Madrid.
Hubo un viajero desconocido, de los pocos del vagón que no era del grupo de escritores, que preguntó si podía participar. ¡Por supuesto!, contesté. ¡Para que luego digan que los escritores somos seres introvertidos y solitarios!
Era un sábado lluvioso y las palabras fluían, las ideas, las historias, mientras la lluvia insistía en el techo y festejaba en las ventanas con ríos de gotas desobedientes. El paisaje era todo añil.
Pusimos los relatos en común en la comida, en Madrid. El viaje había resultado productivo; hermosos relatos, algunos inquietantes y otros luminosos. Pequeñas sacudidas.
Y en el viaje de vuelta todos quisieron repetir. El formato, el lugar, el colectivo, eran propicios para la inspiración. Cada viajero llegó a casa con dos relatos más en aquel día de lluvia sobre raíles.
La locomotora era una instalación vanguardista, como en Kassel, y yo, sin ser conductora, ni revisora, la reina del tren.
Arte de vanguardia, anoto, se escapa de las siete artes clásicas (para mí son nueve) «y es en realidad una fuente de ideas que cobran forma para activar, casi en cualquiera, el resorte del asombro». El arte aleja a la vida de una sucesión de mañanas de trabajo y tardes de paseo. La vida es intensa si se nutre de sacudidas, si se huye de la cotidianidad. Son esos los días en los que sientes que no has dejado escapar el tiempo que, si no estamos atentos, suele colarse entre las grietas de la dejadez, del desánimo, del cansancio.
«La alegría como algo próximo al núcleo central de toda creación». «Intensificar el propio sentimiento de estar vivo es un modo más de crear arte». Kassel llevó a Vila-Matas a «estados mentales donde a veces la euforia parecía carecer de límites».
Estas frases de Vila-Matas las siento tan mías-me identifico-es como si se me hubieran ocurrido a mí-pero él las ha dicho primero. Y pienso que mi afición a juntar frases con guiones para que refuercen una idea, algo a transmitir, puede ser otra vanguardia.
«Llegará el día —ansía Vila-Matas— que las vanguardias podrán desaparecer, ya no serán necesarias. Porque todos nos dejaremos llevar por una corriente de energía creadora».
Las corrientes artísticas tienen líneas de fuga, arcos eléctricos azulados te envuelven. Así, mientras terminaba la lectura de Kassel no invita a la lógica recibí el encargo del premiado fotógrafo Manuel Mata, también colaborador de ATTICUS, de que escribiese diecisiete microrrelatos basados en diecisiete de sus espectaculares fotografías seleccionadas para su exposición “Un lugar llamado mundo”. Influenciada por la idea que aparece en Kassel… de «lo importante no es el arte en sí, si no el efecto que causa ese arte», ideé una historia que enlazaba las fotografías y que tan sólo da pistas para que el espectador pueda completar la historia. Porque esas fotos sugieren más que muestran y también mis relatos. Así, el peso de la historia descansa en lo que no se muestra explícitamente, en lo que el espectador debe averiguar. La exposición se abre con una advertencia: «Mira con atención las fotografías y lee los relatos. Descubre las pistas. Hay una historia por descubrir». Buscamos un público activo que avance un paso más y ponga parte de sí mismo en la visita. ¿Podemos decir que es una exposición vanguardista?
Hay tantos ejemplos que agotaría la revista ATTICUS 30 con este artículo. Hace unos días en Cantabria se inauguraba la exposición literaria Teresa. Erótica de la luz de la magnífica poeta Nieves Álvarez Martín. Además de la presentación de un libro con catorce textos de catorce escritoras, la exposición se compone de varias instalaciones. Mi preferida es «Sublimación del amor», una sala con quinientas botellas repartidas por el suelo. Han desgajado las poesías de Santa Teresa de Jesús en estrofas y las han impreso en vinilo dentro de las botellas. Botellas con agua dentro, que se dejan mecer en un bamboleo de reflejos. Se invita al público a llevarse a una botella y a cambio tienen que dejar escritas las dos palabras que cada uno juzgue más hermosas. Obligar a que el público elija las dos palabras de su vida es una sacudida para nuestro autoconocimiento.
En Salamanca, han convertido el periférico Barrio del Oeste en una zona que ahora sirve de inspiración; grafitis irreverentes y una fachada llena de paraguas. Razón tienes, Enrique Vila-Matas, el arte no está muerto, no es un ser inerte. Aún tiene mucho que decir, que innovar. ¿O es que con mi eufórica brisa juzgo arte de vanguardia demasiado a la ligera?
Pero estamos en la sección “La cocina de los libros”. Debería centrarme ya en la literatura. ¿Dónde queda la literatura en medio de tanta vanguardia? ¿Cuánto tiene que innovar una obra para que se considere vanguardista?
Y pienso en esas obras que mezclan géneros, que se juzgaban inmiscibles, o en el tratamiento irreverente de los diálogos en algunas obras de la reciente narrativa hispanoamericana. Pero más allá de esto, creo que toda obra literaria es vanguardista. No hablo de esos libros que se repiten y se entrelazan formando géneros forzados, que crean modas absurdas como si escribir fuera una receta de éxito con ingredientes calculados y tarados en una balanza de cifras de ventas, de números de lectores.
Hablo de los libros que no pueden clasificarse fácilmente porque tienen múltiples planos y nos sacuden desde distintos lugares de nuestro interior. Obras que limpian de polvo los recovecos más escondidos, donde tiempo hace que nada llegaba, que nadie podía asomarse. Porque, para mí, la auténtica literatura es la que trata de desmarcarse del resto. La literatura por definición, y cito a Vila-Matas, trata de decir lo que no ha sido dicho o de decirlo de un modo nuevo. No es otra cosa que la huída de lo que ya antes se ha escrito. Hace que te replantees la vida y te da energía para ver lo de siempre desde un ángulo cambiante. Te impulsa; como la brisa del Fridericianum, a huir de la cotidianidad. La literatura es, por definición, una vanguardia.
Ya termino, y como casi en todo, sin certezas. ¿Habré acertado, en medio de este entusiasmo vilamatiano, con alguna de mis notas? ¿Estarán los lectores elevando las cejas, sujetando su escepticismo? Me gustaría invitar a todos los que habéis leído esta sección a que compartáis vuestras ideas al respecto, vuestro desacuerdo o, con un poco de suerte, vuestras preguntas.
Noemí Valiente
Publicado en Revista Atticus. Septiembre 2015 |