Hotel Littré, París, dic. 2008
Grand Hotel et des Palmes, Palermo
(lugar del suicidio de R. Roussel)
Hotel Finn´s, Dublín (foto V-M)
Hotel du Nord, París 2011
Roger Smith Hotel (NY),
foto de V-M
Habitación de V-M en el hotel Hessenland, Kassel
Locanda dell Ángelo, junto a Sarzana (página 26
de Kassel no invita a la lógica) |
HOTEL VILA-MATAS
J. VIDAL VALICOURT
La tarde en la que le fue entregado el premio Formentor creímos o quisimos creer, por unos momentos y mientras esperábamos sentados la llegada de Vila-Matas, que el escritor acabaría por no aparecer, que no es lo mismo que desaparecer. Desde su habitación del Formentor estaría observándonos con cierta sorna o pavor, contemplando el trasiego humano, el lío que había montado la adjudicación del premio. En fin, que Vila-Matas también es culpable de que caigamos en la trampa de la literaturización.
La tarde amenazaba lluvia, y lo cierto es que algunos sentimos la timidez de ciertas gotas sobre nuestras frentes despejadas, no sólo por nuestra legendaria inteligencia, sino por una alopecia más o menos galopante o trotona, eso depende de la testa de cada cual. El propio autor se encargó de retrasar la lluvia mediante un conjuro que nos hizo sonreír. Al final, la lluvia no hizo acto de presencia y el discurso fluyó, como siempre, entre la realidad y la ficción, entre las extrañas coincidencias, que en el mundo vila-matiano ni siquiera son extrañas, sino casi habituales. Tras el estrado, la silueta de un velero cuyos tripulantes tampoco quisieron perderse el evento. No sé cómo sonarían las palabras de Vila-Matas desde el mar, pero lo cierto es que allí estaban los navegantes, atentos al discurso.
Un hotel y Vila-Matas: la conjunción perfecta. No en vano, su literatura es una literatura de hotel, de ponerse entre paréntesis, de individuos a quienes les gustaría salir de escena, lejos de la familia y los amigos y de cualquier tipo de vínculo que pudiera atarlos a la costumbre, a la realidad burda y previsible. En la habitación de un hotel uno puede ser un desgraciado, pero no hay testigos que puedan atestiguarlo, y valga la redundancia. Para el escritor, la habitación de un hotel es lo más parecido a un paraíso hecho a la medida del poeta o del prosista, y también del haragán, quien también precisa de paz y de tranquilidad para no hacer nada, actividad gozosa donde las haya. Es la neutralidad necesaria para que la imaginación salga de farra. No hay amigos ni familia. No hay, en fin, servidumbres. Leer los libros de Vila-Matas en la habitación de un hotel de cualquier ciudad es el colmo de la dicha por ser éste el lugar más idóneo. Los hoteles no necesariamente deben exhibir la categoría y la enjundia que ostenta el Hotel Formentor. La escritura fluye en las pensiones y en los hostales, en los moteles y en los hoteles de medio pelo.
La escritura, la literatura en estado puro se dio aquella tarde en los jardines del Formentor. Leer o escuchar un texto del escritor barcelonés es volver a la adicción, al deseo incontenible de escribir. Y ésa es una de las mayores virtudes que puede tener un escritor de verdad: la de contagiarte el virus de la escritura, la fiebre de la literatura, el temblor del párrafo y, sobre todo, la apuesta por seguir soñando con eso que, desde jóvenes quisimos ser y hacer y nos daba un cierto apuro confesarlo sin ruborizarnos: ser escritores y hacer escritura. Vila-Matas podría haberse quedado en la habitación y darnos un plantón de aquí te espero, pero su buena educación y el sentido de la responsabilidad le empujaron a salir de ella, del lugar de la escritura soñada, y dar la cara ante una multitud expectante.
Cualquier cursi de tres al cuarto pronunciaría la frase que algunos tememos, esa expresión infumable, que dice: “estuvimos en un marco incomparable.” No hace falta reincidir en la belleza del lugar. Está a la vista. Aquí lo que interesa es la habitación del hotel, ese paréntesis en medio del tráfago, esa estancia en la que uno puede romper a llorar o hablar solo o hacer cualquier tontería sin miedo a que nadie le reprenda o le consuele. La habitación de la que Vila-Matas podría no haber salido, todo porque el acto le había sorprendido en mitad de un capítulo crucial o por el mero hecho de reventar un acto. Una gamberrada como otra cualquiera. Pero eso el escritor, a pesar de su querencia por los hallazgos dadaístas, no podía hacerlo. Porque en Formentor, según confesión suya, fue feliz de niño y lloró cuando tuvo que abandonarlo con su familia. El niño aquél no podía saber que, muchos años después, regresaría en forma de escritor premiado y que ese premio llevaría el nombre del hotel en el que fue, por un tiempo, feliz. Un hotel que le hizo llorar.
El hotel Vila-Matas es un hotel en cuyas habitaciones uno puede escribir a gusto sin ser importunado. Un hotel lisboeta o parisino. En cualquier caso, pueden ser 12 metros cuadrados de libertad. Suficientes para seguir soñando.
* Publicado el 6 de septiembre 2014 en Diario de Mallorca. |