| ENRIQUE VILA-MATAS | LA VIDA DE LOS OTROS | ||||||||||
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 Regresando a casa |
DESTILACIÓN DE UNA INQUIETUD IGNACIO ECHEVARRÍA Parece este libro destinado a señalar, en la trayectoria de Enrique Vila-Matas, un hito semejante al que hace 15 años supuso la Historia abreviada de la literatura portátil (1985), su obra “más irrepetible”. Idéntica pasión literaria alienta aquí una mitografía obsesiva, destinada a documentar y a tipificar, con delirio erudito, una actitud ante la literatura que es también una actitud ante la vida, una y otra puestas siempre por Vila-Matas en el mismo nivel, deliberadamente confundidas. A la sociedad secreta de los shandys se añade ahora la hermandad espiritual de los bartlebys, nombre que Vila-Matas roba al célebre personaje de Melville para bautizar a “esos seres en los que habita una profunda negación del mundo”. “Hace tiempo que rastreo el amplio espectro del síndrome de Bartleby en la literatura”, declara CasiWatt, el oficinista jorobado que escribe en su cuaderno esta especie de notas a pie de página que comentan un texto invisible; “hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien, escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha una obra queden, un día, literalmente paralizados”. El resultado de tales pesquisas es un desordenado inventario de silencios, de ausencias, de ocultamientos, de fatigas, de claudicaciones. Una crónica de la desesperación creadora, una enciclopedia de la negación, una colección de epitafios que, sobre la tumba de la literatura, acreditan y celebran su permanencia. Desde la Historia de la literatura portátil, Vila-Matas parece haber llegado a este libro por el camino de los artículos y ensayos literarios reunidos en El viajero más lento (cuya última pieza, titulada ‘Preferiría no hacerlo’, prefigura tempranamente), El traje de los domingos (1995) y Para acabar con los números redondos (1997). Pero la decisión de interponer la voz de un narrador aligera y desquicia su propósito, lo convierte en un juego grave pero sin reglas, en el que le está permitido insuflar arbitrariamente la insensata ráfaga de su singularísimo talento como cuentista, a cuenta del cual hay que poner el estupendo episodio del encuentro con Salinger, digno de antología, y acaso el centro secreto de este libro sonriente y melancólico e intranquilizador, destilación de una inquietud ya madura pero en absoluto tardía. Publicado el 19/2/2000 en El País. |
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