ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Formentor 2014



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LA MALETA DEL TIEMPO

José Carlos Llop

VILA-MATAS ALARGA LA VIDA

JOSÉ CARLOS LLOP


Hace dos veranos, Enrique Vila-Matas y yo estábamos desayunando en un hotel. Al cabo de un rato teníamos una intervención en un festival de literatura, pero evitábamos hablar de eso. Las cosas salen mejor si no se le dan vueltas a última hora. De repente se desprendió de entre sus dedos un trozo de cruasán y cayó sobre la taza de café con leche. Dos o tres manchas aparecieron sobre la pechera de su camisa, impecablemente planchada. Se quedó inmóvil, como paralizado. ‘Esto no lo tenía previsto’, dijo, poniendo esa cara entre Emilfork y Keaton que pone a veces, segundos antes de sonreír. Nos echamos a reír: era, una vez más, el humor vilamatiano que prefiero, el absurdo dentro de la lógica o la voluntad lógica incrustada en el absurdo: ‘esto no lo tenía previsto’. Después añadió: ‘menos mal que en la habitación tengo preparada otra camisa idéntica’. Y ahí estaba, también, el cálculo vilamatiano, que no suele fallar, ni dañar a terceros.

Durante muchos años, casi todos, Enrique Vila-Matas ha sido joven, muy joven, y siempre creí que esa eterna juventud no se debía tanto a cuestiones genéticas como a su sentido del humor. Un sentido del humor extraño que aparenta no serlo y que le sirve para habitar la vida como si ésta fuera un libro escrito por él. Un sentido del humor delirante pero contenido y pensado. Nunca he estado con Vila-Matas sin reírme antes o después, y nunca lo he visto reírse a él sin que abriera una puerta para entrar en un lugar distinto, o para salir del lugar donde estábamos. Este humor de Vila-Matas no sólo es el trasfondo de toda su literatura –una risa que tiene su origen en las vanguardias artísticas y literarias del siglo XX, pero que no pierde ojo a nada que pueda alimentarla– sino que protege aquello que toca. Enrique Vila-Matas, el anti-realista, tiene en un escritor realista, Ignacio Martínez de Pisón, a uno de sus mejores amigos, si no el mejor en el tiempo. Y Vila-Matas tenía cuando lo conocí –a punto de publicarse su primer libro–, uno de sus principales valedores en Jordi Llovet, que lo adoraba. Pues bien: no conozco a nadie que haya envejecido menos –que siga siendo joven sin serlo por edad– que Llovet y Pisón. (Sólo Félix de Azúa, que ya estaba cuando fuimos llegando los demás, es la excepción por sí mismo). Y ambos, Pisón y Llovet, son como son, estoy seguro, debido al efecto Vila-Matas, que incluso cuando ha dejado de ser joven no ha ingresado en el bando de los que no lo son. No, Enrique sigue siendo otra cosa distinta: lo es él y lo es su literatura, siempre a salvo de críticos, fans e imitadores. Por mucho que hablen de la chambre de bonne que le alquiló Marguerite Duras en París, que ha acabado siendo un mcguffin. Pero cito a Duras en París y llega la literatura, como el trozo de cruasán cayendo en el café con leche. Tampoco yo lo tenía previsto.

Enrique Vila-Matas recibió ayer el Premio Formentor por la calidad de su obra y otorgárselo vuelve a reforzar la solidez del galardón, entroncándolo  nuevamente –como con Goytisolo y Marías- con el espíritu del original. Y tratándose de Vila-Matas, a alargar la vida al premio, no lo duden sus promotores. Detrás de este Formentor hay más de una veintena de novelas y ensayos literarios con un denominador común: que las primeras son intercambiables en lo ensayístico con los segundos, y los segundos lo son con las primeras en lo ficcional. Este es el mundo de Vila-Matas y su extraordinaria combinación de densidad y ligereza, de profundidad y sofisticación. Un mundo donde, para mí, destacan (como novelas y teoría de sus ficciones) Extraña forma de vida y París no se acaba nunca, y lo revelan como un escritor europeo que enlaza el siglo XX y el XXI desde dentro mismo de la literatura, al tiempo que ejerce de espía de esa misma literatura sobre la vida. Extraña forma de vida anunciaba lo que ya era ese mundo y, sobre todo, lo que iba a ser, lo que acabó llegando y esto no acaba aquí. París no se acaba nunca es el cenit y esplendor de un modo de escribir tan inteligente como intransferible. A ellas se suma ahora la reciente Kassel no invita a la lógica, una novela magnífica donde Vila-Matas toma al asalto el arte contemporáneo y reinventa y refuerza, a través de ese arte, su propia poética. Siempre al margen de las corrientes críticas de nuestro país –que en los últimos años han ido claudicando frente a él– y siempre camuflado tras una máscara de Bartleby, en el centro de una biblioteca de escritores y libros no escritos, palimpsestos y recuerdos inventados.

Yo voy a acabar con uno que no lo es. Corresponde a otro festival donde la estrella era un escritor que se había puesto súbitamente de moda. El público lo esperaba entregado. Pero empezó a hablar de chinos Vila-Matas en un lenguaje que en la sala sonaba a chino y era Kafka quien estaba al fondo, y al mismo tiempo ese lenguaje cautivaba como cautiva la cultura china y cautiva Kafka, y en menos de quince minutos, se hizo con el aforo. Reían y escuchaban y se preguntaban y lo hacían con tanta curiosidad como entusiasmo. La mayoría de ellos –hablo de hace veinte años– no había leído un solo libro de Vila-Matas, pero a partir de aquel momento iban a hacerlo. Cuando le llegó el turno a un poeta contestatario y desbaratado, que hacía grandilocuentes declaraciones mientras fumaba un puro que había encendido allí mismo, al humo del habano le siguió un chisporroteo luminoso y una explosión. Algún partidario del surrealismo local había colocado un petardo en su cigarro y la situación que se creó fue digna del profesor Tornasol. Pero no fue Tornasol quien habló, sino Vila-Matas: ‘tranquilo, es un atentado’, dijo. Y lo dijo como quien da la hora, con la cara muy seria. Toda la sala estalló en risas y aquel día añadieron, sin saberlo, un par de años más a su vida.

 Publicado en Diario de Mallorca, domingo 31 agosto 2014.

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