ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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William Burroughs








Ricardo Piglia








Klimt








German García








César Mazza

LA SUERTE DE LOS ILEGIBLES

CÉSAR MAZZA

Mientras preparo las cosas para viajar escribo en mi libreta. “Revisar la dedicatoria y el epígrafe de la novela El camino de Ida de Ricardo Piglia: A Germán García por la vuelta. Es infinita esa riqueza abandonada, decía Edgar Bayley. “jueves 5 de septiembre de 2019, llego a Junín, Provincia de Buenos Aires, invitado a presentar el libro Palabras de ocasión. Entrevistas a Germán García. Primer contacto con Alejandra Burela. Reencuentro con Nora Piotte y excelente conversación con colegas del CID en la cena de agasajo en el Hotel Copahue.”

Dos días de estadía, varias conversaciones, lecturas en voz alta y otras que desprevenidamente me brinda la suerte. De regreso de Junín, la ciudad natal de Germán García, en un colectivo no tan lento como el que me trajo, logro dormir unos escasos minutos hasta que un pasajero se baja en la ciudad cercana de Chacabuco. A punto de malhumorarme, vuelvo a encontrar el antídoto de la lectura. Viene a mi auxilio el número cero de la revista Travesía Revista de Psicoanálisis y cultura del IOM (noviembre 2002). He de confesar que años atrás tuve una copia de este ejemplar que lamentablemente extravié en una mudanza, c'est la vie. El cero inicia una cuenta, es una decisión que me permite volver a leer. Este número lleva el título Jacques Lacan llega a Junín, 1978. Un reportaje a Germán García. En algunos pasajes el reportaje realizado por Marita Gómez Albamonte, el 17 de febrero de 1978, respira un aire macedoniano en los que encuentro una intensidad inesperada. Distintos puntos se confirman y desarman, al mismo tiempo que abren otra perspectiva. Derroche sin más. Al responder a la pregunta “¿De dónde surgió Nanina?” Germán enumera sucintamente las vicisitudes en la trama de la publicación. Traumatismo que ejerce la escritura, alguien que entra al juego modificándolo no podría gozar del reconocimiento que rige los intercambios de la moneda corriente: “Era un Recienvenido y los tíos culturales, los escritores de oficio se molestaron. Hay algunos que todavía no me perdonaron mi éxito de entonces, a pesar de que no hice ningún uso del mismo.” Premeditadamente o no, el intrépido conversador trae a escena la voz de “un pequeño escritor” que juzgaba la inconveniencia de haber depositado mucho en su opera prima y, en consecuencia, no haberse ahorrado algo para el “próximo libro”..., como en un smash de revés la frase no se hace esperar, “bien podría no existir un próximo libro y esta eternidad en cuenta gotas me parece el colmo de la estupidez”.

Esa idea de progreso, de continuidad edificante, siempre en línea ascendente no es otra cosa que una mentalidad regida por un dictado: el escritor sólo vale por el éxito que puede obtener.

Lo incomprensible es que alguien escriba para nada, por la propia satisfacción que puede provocarle ese acto. La lectura de esa entrevista es vertiginosa, como si estuviera en un juego deportivo, comprometo mi absoluta disposición corporal. No sé qué acciones me demandará tomar (si viene al caso retener la pelota o pasarla) o dónde me llevará el resultado, si es que hay resultados... Lo cierto es que puedo ejercer el salteo de un texto a otro porque cuento con la ventaja de que el asiento contiguo no fue ocupado, así logro sacar otros libros y tenerlos a disposición, a la vista en ese micro espacio vacío. Manía de vida digresiva, me reía imaginando verme como si fuera otro, como si fuera un pasajero que recién sube al colectivo y al toparse con esa persona que está leyendo a dos manos, ocupando dos asientos se pregunta ¿por qué necesitar tener otro libro a mano cuando se puede estar apaciblemente leyendo uno? Como fuere, en el lugar del compañero ocasional tengo a la vista El viento ligero en Parma (Ed. Sexto piso, España 2008) de Enrique Vila-Matas, así encuentro una inconexa afinidad.

Vila-Matas cuenta la molestia de un cronista frente al discurso que Coetzee leyó en ocasión de la entrega del Nobel de Literatura. Según el cronista de Estocolmo, la reacción se debe a las características del texto “intenso y apretado, lleno de requilorios mentales y sutiles matices, muy difícil de condensar”.

Vila-Matas entonces tomará partido por la molestia que ocasiona el texto “difícil de condensar” y resalta el valor de la incomprensibilidad en la literatura y aún más, en la vida, “Entre nosotros se halla muy arraigado el drama de no entender. De todos los países de la tierra somos el más obsesionado por esta cuestión ¿De qué tratará tu próximo libro? A ver si por fin un día escribes algo que se entienda. (...) En nuestro país (...) se exige todavía a los libros que sean legibles y sobre todo que se entiendan. Es decir, que estén al nivel mental de quienes los lean, lo que nos lleva a que se jaleen, con alegría irresponsable, obras de escritores poco exigentes, aunque ese vergonzoso jaleo, por fortuna, no todo el mundo lo acepta o, mejor dicho, llega a entenderlo” El escritor cuya escritura se subordina a una finalidad, para triunfar o para la posteridad juzgante, dirá Macedonio Fernández, es el que produce un lector de vidriera. Un lector de fácil acceso y complaciente reducirá la legibilidad lo comprensible, deslizamiento que no tardará en desembocar en la estupidez. Por suerte existen los textos ilegibles, una literatura que pone al resguardo la lectura de la comprensión. Sin otro éxito más que su ilegibilidad, el fracaso de escribir para ser entendidos, o leídos-devorados sin que el lector ponga su parte, en palabras de Vila-Matas o de Beckett: “Es como si de pronto a Coetzee le hubiera llegado la soledad de los escritores que lo arriesgan todo y no tienen raíces ni quieren tenerlas, pues proceden de la nada (...). Es la soledad de los escritores que, en su encierro, acaban pensando si obraron bien al probar, al ensayar nuevas voces. Probablemente hicieron bien, aunque realmente no tenían por qué triunfar. ¿O tenían realmente que hacerlo? ¿O tenían que triunfar? Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

Escribir es ritmar el tiempo

Casi al entrar a la Estación Retiro (CABA) no dejo de recibir el impacto del estilo aforístico en una respuesta de Germán García.

“-MA: ¿Qué busca un escritor?

-GG: Yo no busco, encuentro, decía Picasso. Yo encuentro satisfacción en la escritura, encuentro el campo de ciertas ilusiones y la posibilidad de su pérdida, encuentro el goce de exponer signos en medio de un vacío que se plantea como interrogación, encuentro una forma de ritmar el tiempo, encuentro que escribir enseña a morir porque la literatura es una actividad contra la muerte”.

Tengo que dejar de leer, tal vez para tomar respiro, hoy vuelvo a la misma frase con un desvío extemporáneo. Recuerdo una escena que Germán García cuenta en una de esas charlas previas a una Conferencia en Córdoba a principio de la década pasada. Ese relato de Germán queda en mi memoria, como una fugaz fotografía, sin saber ni poder articularla. Se me ocurre ahora que lo escribo, quizás se trata de la cuestión del encuentro como efecto instantáneo. Una cuestión del parlêtre como acontecimiento corporal, dirá Jacques-Alain Miller. Entonces, a propósito de la reedición del libro MACEDONIO FERNÁNDEZ: La escritura en objeto (Ed. Adriana Hidalgo, 2000), Germán cuenta una anécdota que Ricardo Piglia le confía. El protagonista es ese libro reeditado en manos de un lector en DF, México. De repente mientras caminaba por esa inmensa ciudad, la cámara lúcida del narrador vio, al pasar, a Enrique Vila-Matas leyendo el libro de Germán García sentado en una mesa de un bar...

Sigo un diálogo subrepticio, ilegible entre el texto de Germán García en ese Reportaje y un pasaje en la novela de Vila-Matas, lector de Germán. En Doctor Pasavento encontramos la referencia a la estrategia narrativa de la novela Tristram Shandy de Laurence Sterne. Escribir es utilizar el recurso del divague, un arte de la digresión para aplazar lo conclusivo. Una multiplicación del tiempo que asedia el interior de la obra, cada instante es único y efectúa una fuga permanente, ¿fuga de qué? del final, de la supuesta línea recta hacia el final cantado.


• Revista TRAVESÍA, No9 / JULIO 2021
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