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LA SUERTE DE LOS ILEGIBLES
CÉSAR MAZZA
Mientras preparo las cosas para viajar escribo en mi
libreta. “Revisar la dedicatoria y el epígrafe de la novela El
camino de Ida de Ricardo Piglia: A Germán García por la
vuelta. Es infinita esa riqueza abandonada, decía Edgar Bayley.
“jueves 5 de septiembre de 2019, llego a Junín, Provincia de
Buenos Aires, invitado a presentar el libro Palabras de
ocasión. Entrevistas a Germán García. Primer contacto con
Alejandra Burela. Reencuentro con Nora Piotte y excelente
conversación con colegas del CID en la cena de agasajo en el
Hotel Copahue.”
Dos días de estadía, varias conversaciones, lecturas en voz
alta y otras que desprevenidamente me brinda la suerte.
De regreso de Junín, la ciudad natal de Germán García, en
un colectivo no tan lento como el que me trajo, logro
dormir unos escasos minutos hasta que un pasajero se baja
en la ciudad cercana de Chacabuco. A punto de
malhumorarme, vuelvo a encontrar el antídoto de la
lectura. Viene a mi auxilio el número cero de la revista Travesía Revista de Psicoanálisis y cultura del IOM
(noviembre 2002). He de confesar que años atrás tuve una
copia de este ejemplar que lamentablemente extravié en
una mudanza, c'est la vie. El cero inicia una cuenta, es una
decisión que me permite volver a leer. Este número lleva el
título Jacques Lacan llega a Junín, 1978. Un reportaje a
Germán García. En algunos pasajes el reportaje realizado
por Marita Gómez Albamonte, el 17 de febrero de 1978,
respira un aire macedoniano en los que encuentro una
intensidad inesperada. Distintos puntos se confirman y
desarman, al mismo tiempo que abren otra perspectiva.
Derroche sin más. Al responder a la pregunta “¿De dónde surgió Nanina?” Germán enumera sucintamente las vicisitudes en
la trama de la publicación. Traumatismo que ejerce la
escritura, alguien que entra al juego modificándolo no
podría gozar del reconocimiento que rige los intercambios
de la moneda corriente: “Era un Recienvenido y los tíos
culturales, los escritores de oficio se molestaron. Hay
algunos que todavía no me perdonaron mi éxito de
entonces, a pesar de que no hice ningún uso del mismo.”
Premeditadamente o no, el intrépido conversador trae a
escena la voz de “un pequeño escritor” que juzgaba la
inconveniencia de haber depositado mucho en su opera
prima y, en consecuencia, no haberse ahorrado algo para el
“próximo libro”..., como en un smash de revés la frase no se
hace esperar, “bien podría no existir un próximo libro y esta
eternidad en cuenta gotas me parece el colmo de la
estupidez”.
Esa idea de progreso, de continuidad edificante, siempre
en línea ascendente no es otra cosa que una mentalidad
regida por un dictado: el escritor sólo vale por el éxito que
puede obtener.
Lo incomprensible es que alguien escriba para nada, por la
propia satisfacción que puede provocarle ese acto.
La lectura de esa entrevista es vertiginosa, como si
estuviera en un juego deportivo, comprometo mi absoluta
disposición corporal. No sé qué acciones me demandará
tomar (si viene al caso retener la pelota o pasarla) o dónde
me llevará el resultado, si es que hay resultados... Lo cierto
es que puedo ejercer el salteo de un texto a otro porque
cuento con la ventaja de que el asiento contiguo no fue
ocupado, así logro sacar otros libros y tenerlos a
disposición, a la vista en ese micro espacio vacío. Manía de
vida digresiva, me reía imaginando verme como si fuera
otro, como si fuera un pasajero que recién sube al colectivo
y al toparse con esa persona que está leyendo a dos manos,
ocupando dos asientos se pregunta ¿por qué necesitar
tener otro libro a mano cuando se puede estar
apaciblemente leyendo uno? Como fuere, en el lugar del
compañero ocasional tengo a la vista El viento ligero en
Parma (Ed. Sexto piso, España 2008) de Enrique Vila-Matas,
así encuentro una inconexa afinidad.
Vila-Matas cuenta la molestia de un cronista frente al
discurso que Coetzee leyó en ocasión de la entrega del
Nobel de Literatura. Según el cronista de Estocolmo, la
reacción se debe a las características del texto “intenso y
apretado, lleno de requilorios mentales y sutiles matices,
muy difícil de condensar”.
Vila-Matas entonces tomará partido por la molestia que
ocasiona el texto “difícil de condensar” y resalta el valor de
la incomprensibilidad en la literatura y aún más, en la vida,
“Entre nosotros se halla muy arraigado el drama de no
entender. De todos los países de la tierra somos el más
obsesionado por esta cuestión ¿De qué tratará tu próximo
libro? A ver si por fin un día escribes algo que se entienda.
(...) En nuestro país (...) se exige todavía a los libros que sean
legibles y sobre todo que se entiendan. Es decir, que estén
al nivel mental de quienes los lean, lo que nos lleva a que se
jaleen, con alegría irresponsable, obras de escritores poco
exigentes, aunque ese vergonzoso jaleo, por fortuna, no
todo el mundo lo acepta o, mejor dicho, llega a entenderlo”
El escritor cuya escritura se subordina a una finalidad, para
triunfar o para la posteridad juzgante, dirá Macedonio
Fernández, es el que produce un lector de vidriera. Un
lector de fácil acceso y complaciente reducirá la legibilidad
lo comprensible, deslizamiento que no tardará en
desembocar en la estupidez. Por suerte existen los textos
ilegibles, una literatura que pone al resguardo la lectura de
la comprensión. Sin otro éxito más que su ilegibilidad, el
fracaso de escribir para ser entendidos, o leídos-devorados
sin que el lector ponga su parte, en palabras de Vila-Matas
o de Beckett: “Es como si de pronto a Coetzee le hubiera
llegado la soledad de los escritores que lo arriesgan todo y
no tienen raíces ni quieren tenerlas, pues proceden de la
nada (...). Es la soledad de los escritores que, en su encierro,
acaban pensando si obraron bien al probar, al ensayar
nuevas voces. Probablemente hicieron bien, aunque
realmente no tenían por qué triunfar. ¿O tenían realmente
que hacerlo? ¿O tenían que triunfar? Jamás probar. Jamás
fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa
otra vez. Fracasa mejor”.
Escribir es ritmar el tiempo
Casi al entrar a la Estación Retiro (CABA) no dejo de recibir
el impacto del estilo aforístico en una respuesta de Germán
García.
“-MA: ¿Qué busca un escritor?
-GG: Yo no busco, encuentro, decía Picasso. Yo encuentro
satisfacción en la escritura, encuentro el campo de ciertas
ilusiones y la posibilidad de su pérdida, encuentro el goce
de exponer signos en medio de un vacío que se plantea
como interrogación, encuentro una forma de ritmar el
tiempo, encuentro que escribir enseña a morir porque la
literatura es una actividad contra la muerte”.
Tengo que
dejar de leer, tal vez para tomar respiro, hoy
vuelvo a la misma frase con un desvío extemporáneo.
Recuerdo una escena que Germán García cuenta en una de
esas charlas previas a una Conferencia en Córdoba a
principio de la década pasada. Ese relato de Germán queda
en mi memoria, como una fugaz fotografía, sin saber ni
poder articularla. Se me ocurre ahora que lo escribo,
quizás se trata de la cuestión del encuentro como efecto
instantáneo. Una cuestión del parlêtre como
acontecimiento corporal, dirá Jacques-Alain Miller.
Entonces, a propósito de la reedición del libro MACEDONIO
FERNÁNDEZ: La escritura en objeto (Ed. Adriana Hidalgo,
2000), Germán cuenta una anécdota que Ricardo Piglia le
confía. El protagonista es ese libro reeditado en manos de
un lector en DF, México. De repente mientras caminaba por
esa inmensa ciudad, la cámara lúcida del narrador vio, al
pasar, a Enrique Vila-Matas leyendo el libro de Germán
García sentado en una mesa de un bar...
Sigo un diálogo subrepticio, ilegible entre el texto de
Germán García en ese Reportaje y un pasaje en la novela de
Vila-Matas, lector de Germán. En Doctor Pasavento encontramos la referencia a la estrategia narrativa de la
novela Tristram Shandy de Laurence Sterne. Escribir es
utilizar el recurso del divague, un arte de la digresión para
aplazar lo conclusivo. Una multiplicación del tiempo que
asedia el interior de la obra, cada instante es único y
efectúa una fuga permanente, ¿fuga de qué? del final, de la
supuesta línea recta hacia el final cantado.
• Revista TRAVESÍA, No9 / JULIO 2021 |