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LA BRISA INFINITA
MOISÉS MORI
En su anterior novela, Aire de Dylan (2012), parecía interesarse Enrique Vila-Matas por cómo podía verse su escritura con las gafas de estos tiempos posmodernos, es decir, qué podía representar su obra hoy para los jóvenes, qué lugar, en definitiva, había llegado a ocupar su literatura, una trayectoria artística nacida en los primeros años de Dylan. Y no se trataba propiamente de una preocupación personal del escritor por su evolución, por la hipotética distancia entre aquellos afanes del joven artista que él era en los setenta y la escritura igualmente creativa y libre de ahora, sino de un cruce de historias sobre la identidad, el tiempo y el paso del tiempo, sobre los aires culturales de nuestra época.
Con Kassel no invita a la lógica el planteamiento es distinto, pues estamos ante un libro más reflexivo, que además es también catálogo, ensayo, caja de sorpresas y libro de viajes; sin embargo, el punto central de esta nueva novela constituye una interrogación sobre el arte de vanguardia, sobre su naturaleza, evolución y significación actual, y, por consiguiente, también un análisis de la posición del escritor en ese debate, en las coordenadas actuales del arte.
El procedimiento narrativo parte aquí de un viaje; impresiones de un viaje a la
Documenta de Kassel, adonde por otra parte (y así pudimos leerlo en su día en los periódicos) acudió realmente como artista invitado Enrique Vila-Matas en 2012. No obstante, y al margen de ese soporte biográfico, lo que importa es el viaje al centro del arte contemporáneo de un escritor que se pregunta así qué es lo que representa el arte en el mundo de hoy, qué significa para sí mismo, por tanto, la literatura, su propia actividad artística. Y si efectivamente en la actualidad -tal como aquí se nos dice- resulta ya poco vanguardista considerarse como un artista de vanguardia, no por ello el narrador de este viaje deja de constatar la potente energía de algunas instalaciones y performances que él mismo descubre (recorre, vive) en Documenta. De modo que el libro de Vila-Matas parte de un arte concreto y no conocido -aunque presentido, deseado-, describe esas instalaciones, el efecto que causan en su personaje, un escritor barcelonés que –siempre inquieto- cambia de nombre (pasa a llamarse Autre, luego Piniowsky) y teme la noche, las últimas estaciones.
Y ese atento paseante, conmovido y hasta transformado por esa experiencia, se manifiesta no solo como un defensor del arte moderno frente a quienes pregonan su insignificancia o impostura y quieren certificar, en suma, la defunción de las vanguardias mientras cantan de paso la oscuridad de este tiempo muerto al que estamos todos fatalmente abocados, sino que -contra esa sombría lógica- considera el viajero la posibilidad de una diferente álgebra estética y reflexiona asimismo sobre los fundamentos del arte como concepto y teoría: señala su necesaria aspiración filosófica, la raigambre histórica o política, su impulso de libertad, alegría, conocimiento, aire de vida.
Kassel se constituye también en un signo de la sociedad europea que ha surgido de la segunda guerra mundial y los horrores del nazismo, de la crisis económica y moral en la Europa de hoy; y el lema de Documenta 13, “Colapso y recuperación”, que alude sin duda a estos hechos históricos y a la necesidad de superarlos, de salir adelante, representa a su vez para el narrador, para ese escritor que es él mismo una instalación más entre las maravillas de Kassel (debe escribir durante varios días a la vista del público en un restaurante chino de las afueras) un programa de su propio restablecimiento anímico: la edad, el anochecer, todo lo que amenaza.
La novela recoge esta fina trama, el proceso interior de su personaje central: un narrador caviloso que mide la pertinencia de sus pasos y palabras, el pulso de su agitado espíritu; un viajero que deambula por Documenta sin otra oportunidad de diálogo -el alemán es chino- que la ofrecida por las diferentes y bellas acompañantes que, aun con distintas responsabilidades, forman parte de la organización; y, en definitiva, un artista solitario y más bien insomne (o con el sueño cambiado) que -desprovisto de prejuicios pero sin ingenuidad alguna- analiza sus impresiones ante las performances de la ciudad, sin excluir, por supuesto, su decepcionante actuación en un restaurante perdido.
La historia avanza con los movimientos de ese pensamiento interiorizado, sobre los impactos de esas experiencias estéticas, pues no otra es la pequeña peripecia de esta novela colosal: un relato brillantemente articulado sobre secuencias y motivos muy diversos (recuerdo familiar, apunte teórico, broma, pistas falsas, mecánica asociativa, imaginaciones) que multiplican así la significación del conjunto hasta cobrar con amenidad y humor, de modo natural, cierta dimensión de ensayo y donde, por tanto, se ganan teorías para -esta es la lógica- poder perderlas más alegremente luego, entre la creación artística propia. Y en este punto (género, yuxtaposición narrativa, homenaje, escritura) muestra expresamente Vila-Matas alguna de sus referencias literarias: el pensamiento chino de Kafka, los paseos en calma de Walser, los asombrosos ingenios de Locus Solus, las meditaciones europeas de Sebald y Magris…, si bien los aires que vienen de Duchamp (y su heterogénea familia, incluidas las máquinas de cine) circulan también como impulsos muy visibles entre las páginas de esta novela, o bosque, o sueño, o círculo novísimo, estación de las postrimerías.
Con todo, el escritor alimenta su estancia en Alemania con la lectura de dos libros que ha metido en la maleta: el Cela de Viaje a la Alcarria funciona para él como un contrapunto castizo y tenebrista, el otro extremo o idea de Kassel (por lo demás, las noticias que ahora llegan de Cataluña tampoco son muy reconfortantes); Romanticismo de Safranski le ayuda a fundamentar las raíces de la rebeldía romántica y le autoriza asimismo a vincular aquella corriente vital y artística de 1800 con las vanguardias históricas y la energía latente en el arte de nuestro siglo posmoderno. Y esta mirada al pasado -o regreso al futuro- alienta y envuelve asimismo el ánimo del viajero: no solo porque le permite emparentar su práctica de escritura con otras irracionales matemáticas sino porque todo su destino (recuerdos infantiles, primeros vislumbres del joven artista…, hasta la edad actual con sus días y noches) está determinado por un afán semejante. De modo que el escritor barcelonés (¿yo es Autre?) encuentra en Kassel, en las afueras de China, entre los infiernos de la oscuridad y un viejo cine Gloria, en ese bosque de los hermanos Grimm y Raymond Roussel, una brisa invisible e infinita, un penúltimo empuje para espantar el tedio, la angustia y las tinieblas. “La muerte estaba frente a nosotros”, asegura el viajero, el paseante de los bosques, ante el grupo de gente de una de las instalaciones en plena naturaleza: “La muerte estaba allí bien visible, pero era admirable el esfuerzo y resistencia general por no sucumbir a su temible canto asesino”.
Arte, literatura: una corriente de vida. Posible, otra. Y los lectores -tantas veces
colapsados, atenazados por nuestra triste lógica- recibimos ese impulso, la invitación de
este libro excepcional, el aire de un artista verdadero.
El Cuaderno [Asturias 24], páginas 17 y 18, abril 2014. |