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CARA AL ABISMO LIGERO DE EQUIPAJE
HERMES SALCEDA
En el extenso diálogo con Ana María Iglesia, sin duda muy atenta conocedora de su trayectoria, E. Vila-Matas repasa las principales problemáticas de su escritura (la lectura, la poética del fracaso, el arte de desaparecer, los dobles, los lugares de escritura, la intertextualidad…), su biblioteca, sus amistades literarias, sus aficiones cinematográficas. El diálogo es una avalancha de ideas, anécdotas, viajes, reflexiones, sobre la escritura y la lectura, a menudo sin ninguna concesión a l’air tu temps. Si todo Vila-Matas es una invitación a perderse en los múltiples caminos que ofrece la literatura, una potente máquina de abrir y desplazar el pensamiento, en este caso la brevedad a la que obliga el género permite, de alguna forma, ver mejor el funcionamiento de la forja del autor, los engranajes que le permiten hilvanar anécdotas e ideas hasta lograr que cristalicen en conceptos o en imágenes. Al hilo de la conversación con Ana-María Iglesia vemos al Vila-Matas lector vivir en la literatura, al artesano que trabaja con los libros, con su materialidad hasta desvencijarlos, porque escribir es a la vez un gesto de reverencia al pasado y una radical irreverencia que permite pervertirlo todo y relanzar el juego.
El mundo y la ficción
Uno de los problemas insistentes en sus obras es la relación entre el mundo real y la literatura. Cuando le preguntan de qué tratan sus novelas contesta “de la realidad como central creativa”; la expresión ata la escritura a la realidad y a la vez abre la puerta al asombro ante lo real como pura ficción. Es un terreno delicado, de equilibrios sutiles, porque la literatura no puede abandonar totalmente el mundo, pero tampoco puede permitirse una dependencia excesiva del abismo de la vida. La artista Sophie Calle propuso en una ocasión a Vila-Matas que le escribiese una historia que, una vez terminada ella viviría. Por razones varias el proyecto no llegó a buen puerto, un alivio porque el peligro para el autor sería el de tener que escribir lo que otros vivieran, y disolver la ficción en la vida sería la mejor manera de liquidar la literatura. Su forma de tratar la relación entre la realidad y la ficción, de variar el enfoque sobre el tema, es sin duda uno de los aspectos más originales y complejos de desentrañar en su obra.
La libertad propia de la escritura
Se escribe desde una declaración radical de libertad que se lleva por delante incluso la propia identidad, no se puede pretender encontrar nada nuevo desde la afirmación de la propia pertenencia identitaria. Al revés, ponerse ante el papel en blanco es prepararse a disolverse y desaparecer; la escritura es viaje y desplazamiento sin retorno garantizado, lo que Georges Bataille llamaba una experiencia interior. En este tipo de viaje lleva años embarcado Vila-Matas: “escribo movido por la necesidad de encontrar escrituras que nos interroguen desde la estricta contemporaneidad, en la necesidad de encontrar estructuras que no se limiten a reproducir modelos que estaban obsoletos hace ya cien años.” Esta escritura sería una novela que mezclaría “lo autobiográfico con el ensayo, con el libro de viajes, con el diario, con la ficción pura, con la realidad traída al texto como tal […] los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera de la ficción”. “No estaría mal acabar con los géneros y con todo”, sentencia. Escribir con la conciencia de una total libertad no parece consistir en otra cosa que en rechazar cualquier tipo de límite y en disolver la vida en la ficción. El autor apunta algunos gestos en los que conviene perseverar cuando uno se embarca en un viaje de esta naturaleza: apostar por un arte que sea la cosa en sí en vez de hablar de las cosas, huir de lo auténtico y lo sencillo como del demonio, evitar las frases hechas, no repetir ninguna receta, liquidar toda convención, no ceder a la dictadura de la novedad, evitar cualquier traición a las propias leyes... No se trata de una poética, ni de una teoría armada y mucho menos de una visión del mundo, solo de un conjunto de gestos, tal vez precauciones, guiados por una cierta moral: “hay una búsqueda ética en la lucha por crear nuevas formas”.
Con todo, proyectarse con total libertad hacia el abismo en pos de una escritura realmente nueva con la esperanza de lograr aplazar el naufragio de la literatura no implica ningún rechazo de la tradición. Es ingenuo pensar que pueda existir la originalidad, todo escritor es hijo de una larga estirpe y no tiene sentido renunciar a los hallazgos del pasado (lo que los oulipianos llaman los plagiarios por anticipación), se trataría más bien de transformar la lengua y las formas que hemos heredado. Escribir es reescribir, tomar prestado y transformar palabras, frases y formas para explorar todas sus potencialidades; la literatura es así el resultado de un juego de relevos en el que la escritura y la lectura se activan sin parar una a la otra.
La levedad
La idea de leggerezza que Vila-Matas toma tanto de Duchamp como de Calvino vuelve con insistencia a lo largo del libro. El sueño de Duchamp era poder prescindir de la mano en el gesto creativo, más tarde Morellet cultivaría la mano fría frente a la mano caliente. Duchamp y Roussel son las dos figuras tutelares que acompañaron a Vila-Matas en su recorrido por la Documenta de Kassel en pos de un arte radicalmente nuevo. Recordemos que cuando dormimos estamos más cerca de Duchamp.
Recupera Vila-Matas unas palabras de Torrente Ballester en las que el gallego reprochaba a la literatura española de un peso excesivo de lo trágico, de lo grave, en detrimento del humor y la levedad, más o menos todos, nos dice, sabemos quién es un pesado y quién no. El autor se cuida de precisar que esta afirmación se refiere sobre todo a la literatura española de tierra adentro. Insinúa así que los escritores de la periferia, latinoamericanos incluidos, habrían desarrollado más la línea del humor, o para ser más concretos los juegos de la lengua y de las formas. Un breve repaso por la literatura española del siglo pasado nos revela efectivamente que buena parte de los principales escritores experimentales han sido catalanes y gallegos (Valle-Inclán, Cunqueiro, Torrente Ballester, Dalí, Joan Brossa, los Goytisolo) y latinoamericanos. Probablemente, el bilingüismo y la propia inestabilidad de sus sistemas hicieron que las literaturas catalana y gallega hayan buscado afirmarse en un espacio no ocupado, o poco ocupado, por las letras españolas, muy lastradas por los rescoldos del academicismo nacional católico. Esto explicaría, por ejemplo, que el Oulipo haya tenido una buena recepción en Cataluña con Vila-Matas como uno de sus principales intermediaros, que el único miembro español de ese grupo sea el catalán Pablo Martín Sánchez, que el único miembro español del Oplepo (doble italiano del Oulipo) sea el barcelonés Màrius Serra, que el Oulipiano más matemático sea el poco conocido y también catalán Juan Ramírez.
La ficción como pensamiento
Tanto en sus novelas como en sus diarios y entrevistas insiste Enrique Vila-Matas en su empeño por fusionar ensayo y ficción, en que la ficción ha de ser pensamiento. Y uno de sus méritos, y no el menor, es precisamente el haber construido cada de sus obras como un ensayo en un doble sentido, a la vez exploración de una forma literaria y desarrollo de un pensamiento crítico sobre la propia literatura. Sus libros pueden recorrerse como un conjunto de reflexiones teóricas sobre el arte y la literatura; pueden ser leídos, según Ricardo Piglia, como una única obra que contaría la historia de la literatura contemporánea; Kassel no invita a la lógica sería quizás la pieza en la que el autor ha alcanzado la perfecta simbiosis de la ficción y el ensayo. Algún crítico agudo cuando se publicó Chet Baker piensa en su arte no dudó en escribir que tal obra era imprescindible para quien quisiera averiguar hacia donde iría la literatura.
Al Vila-Matas crítico le debemos el habernos hecho releer a Melville, haber convertido a Robert Walser en un clásico contemporáneo y, los aficionados al experimentalismo francés, entre los que me cuento, el haber contribuido de una manera decisiva a dar visibilidad a autores como Raymond Roussel y Georges Perec, con los que mantiene no pocas connivencias.
Cuenta Vila-Matas que, en una ocasión, le preguntó un periodista por qué su obra era mejor recibida en el extranjero que en España. Es posible que la explicación de semejante anomalía se encuentre, en parte, en el trasfondo ensayístico de sus textos. Sus posiciones críticas se inscriben, con algunos matices, en las líneas trazadas por el estructuralismo, el posestructuralismo y el nietszcheanismo franceses; unas perspectivas teóricas que han tenido una penetración limitada en España. Lo que podemos llamar vagamente el experimentalismo formal y su acompañamiento teórico nunca han gozado de una gran aceptación en nuestra academia, siempre más inclinada hacia el positivismo filológico, el biografismo o los enfoques temáticos. Vista así la disociación que constata Vila-Matas con su crítica íbera no es extraña, encaja en los parámetros sobre los que se fundan el sistema literario español y la transmisión del saber en el ámbito de las letras. Esta situación quizás permite comprender la visión algo superficial que las letras catalanas tienen del trabajo de Màrius Serra, o el espacio relativamente marginal que la filosofía española reserva a Miguel Morey.
Ana María Iglesia y la editorial WunderKammer ofrecen a los lectores quizás sin haberlo pretendido un magnífico mapa de navegación para orientarnos en los textos y las principales preocupaciones literarias y humanas de Vila-Matas. Por las referencias que se manejan también se puede leer este diálogo como un homenaje y una suerte de iniciación para quien desee salirse de los caminos trillados y correr el riesgo de perderse. |