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CUANDO LA SABIDURÍA ES LA LOCURA
JUAN JOSÉ BECERRA
Una celebridad de la literatura universal con paradero fantasma en New York, que se hace llamar Gran Bros, que operó como avatar de Thomas Pynchon en su novela más floja y despista a los curiosos con sus dobles de cuerpo, le anuncia a su hermano, Simon Schneider, neurótico proveedor oculto del insumo del cual vive su literatura y posiblemente la de todo el mundo (las citas), que va a regresar sin un propósito claro a Barcelona después de mucho tiempo.
Esperando la escena de ese reencuentro, que tiene algo de sitcom lunática y algo de ajuste de cuentas en las puertas del cielo, transcurre gran parte de Esta bruma insensata (Seix Barral, 2019), la última novela de Enrique Vila-Matas, por cuyos canales subterráneos corre enloquecida la crisis de la literatura y la dinámica diabólica que la empuja al abismo.
Gran Bros ha dado la vuelta completa a su experiencia de escritor. Ya no sabe si escribir o no escribir; y si escribe, no sabe si tiene más sentido seguir que parar. Esa duda al cuadrado acerca del fondo de las cosas, que representa en términos de incertidumbre artística el drama de la vida, inyecta desde la raíz de la novela la preocupación por la fe o la falta de fe de la literatura.
Luego de confesarle a su hermano proveedor: “mi obra me la suda”, y en un acceso de sabiduría con poética de loco (en las novelas de Vila-Matas, la sabiduría es la locura), algo que no ocurre en cualquier momento sino cuando alguien puede hablar por fin, acaso por única vez, con conocimiento de causa sobre sí mismo, Gran Bros confiesa que los escritores le dan risa. Porque en todo lector había “una vocesita que por lo bajo le decía acerca de todo lo que leía, por extraordinario que fuera: ¡anda ya!”.
Es un momento de Esta bruma insensata en la que se puede escuchar en surround la voz de Macedonio Fernández llamando a la desobediencia de cualquier pacto que le haga creer a un lector que hay vida en los libros, y que leer una novela es estar “viendo un vivir”.
Algo del repertorio de la compañía de artes escénicas que acompañó la obra de Vila-Matas en todas sus locaciones, reaparece aquí con sus elementos irresistibles. Vuelve la voluntad de desaparición, que no es otra cosa que una voluntad de discreción, del doctor Pasavento siguiendo la ruta de Robert Walser en Doctor Pasavento (Anagrama, 2005); y a su modo también vuelve “el mal de Montano” (El mal de Montano, 2002), aunque esta vez con un inesperado pronóstico de cura. Pero la presencia del escepticismo, que siembra Esta bruma insensata de huellas trazantes, es una novedad oscura que cruza los campos de la literatura para señalar otro tipo de arte: el de vivir (un arte de ilusiones vanas, que no da casi nada de lo que promete), donde la comedia ya no puede aguantar la presión de la tragedia que lleva adentro.
Además de dejar correr una hermandad llena de filamentos irónicos que mantiene conectado el “aparato” Schneider con la “marca” Gran Bros, y en la que las compensaciones mutuas (citas a cambio de dinero) son tan definitorias para su funcionamiento de unidad como las tensiones y los desequilibrios sensibles por las que tanto son capaces de decirse barbaridades como llamarse a silencio, Vila-Matas monta sobre ellos la ilusión de un solo sujeto dividido en hemisferios.
Schneider, soldado edípico arrumbado a los pies de sus padres ha sufrido el problema del “narrador” en el que Roland Barthes se desdobla en nombre de la crítica (¿a quién se lo ha querido hacer creer?) para llevar a cabo una novela sobre un loco que emprende la lectura imposible de “Sarrasine”, de Balzac. En pocas palabras: si hay un libro para agregar a cada frase, entonces ya no se puede leer. La aparición de Gran Bros interviene sobre Schneider como un electroshock: no hay nada que tomar en serio de la experiencia de lectura, excepto para reconocer que da risa. Se trata de una cosquilla metafísica que le dice al lector que las novelas son naturalezas muertas que vienen de otro mundo.
Entre las tantas delicadezas de Esta bruma insensata que, sin embargo, no pierde oportunidad de clavar con violencia una bandera que es la de la capitulación del verosímil como aspirante a realidad, hay un ritmo en la prosa extraordinario por su modo de ajustarse al cuerpo del lector. Llamémoslo antropodrómico, una palabra que armamos acá a las apuradas para referir una carrera a ritmo humano. La novela de Vila-Matas camina, que es para lo que el hombre ha nacido.
Sorpresivamente, esa realidad insobornable del texto se empieza a imponer y es, tal vez, el giro drástico e invisible en la obra de Vila-Matas. Como un ejercicio de conversión cuyo argumento (como si existiera un argumento lógico cuando alguien “se da vuelta”) dijese: esta cosa del arte al final no anduvo; hagamos de la literatura una naturaleza. |