Praga. Foto de V-M.
Homenage de la ACEC a Juan Antonio Masoliver Ródenas. 2/11/2009.
Intervención de V-M en el homenaje a JAMR. 2/11/2009.
VILA-MATAS Y EL VIAJE
AL FIN DE LA NOCHE
J.A. Masoliver Ródenas
sobre Doctor Pasavento
HISTORIAS DE UN HETERODOXO ESPAÑOL
J.A. Masoliver Ródenas
sobre Hijos sin hijos
EL FALSO EXTRANJERO
Enrique Vila-Matas
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UN PAISAJE MORAL
J. A. MASOLIVER RÓDENAS
Si el lector se fiase sin más de mi juicio crítico, me bastaría con afirmar que este Dietario voluble de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) supera todo lo que podíamos esperar para quienes lo hemos seguido fragmentariamente semana a semana en las páginas dominicales para Cataluña de El País. Diario de lecturas, encuentros con amigos, viajes, paseos por la ciudad, estados de ánimo, juegos de la imaginación, reflexiones sobre la literatura que ahora poseen la más exigente unidad y el más ameno flujo narrativo.
Barcelonista y barcelonés, pasea por barrios muy parecidos a los que su primo de adopción Joan de Sagarra nos describe, también los domingos, en La Vanguardia. Pero si del sombrero de éste sale una mitificada Barcelona con la joie de vivre parisina, Vila-Matas se acerca mucho más al Dublín de Joyce, quien, resignadamente, proponía «ya que no podemos cambiar de país cambiemos de tema», cuando Dublín e Irlanda fueron la obsesión de su vida. De parecida obsesión salen algunas de las páginas más incisivas y divertidas del Dietario voluble y que, puestos a relacionar, nos remiten a las más malhumoradas pero igualmente perceptivas de Javier Marías y, por supuesto, a Mariano José de Larra. Parte de una visión del mundo pesimista o, mejor dicho, lúcida: vivimos en tiempos de destrucción y de alienación de los que Bush, los aeropuertos, los obispos fundamentalistas y “la mala leche tradicional de los franquistas” son algunos de los indicios que anuncian un pavoroso futuro. En “una época en la que ya no tienen cabida ni la sabiduría ni el entendimiento”, nuestros intelectuales están refugiados en sus casas “viviendo en una tensa discreción desde que comprendieron que el individuo está vendido ante los poderes de una maquinaria burocrática estatal implacable”; “es bien sabido que en un una minoría selecta hay una mayoría de imbéciles”. Arremete contra los taxistas madrileños, de “castizo y guarro carácter” y contra “una ciudad, Madrid, que lo tiene todo para ser feliz, pero que vive hoy en día neciamente crispada”. Y si Barcelona es la del Paseo de Sant Joan, tan ligado a sus años de infancia, y paseando por su barrio le maravilla “la asombrosa realidad de la inteligencia cotidiana”, le horroriza el nivel de ignorancia de un país “con mucha inquina y mucha mala leche, de escasa –por no decir nula– categoría moral”. Y este deseo de “un paisaje moral nuevo” es el que le hace pensar en posibles ciudades ideales donde refugiarse, como Nueva York o París.
Un paisaje moral que recorre todas las páginas de un diario que se lee como se leen todas las novelas de Vila-Matas. El personaje que admira a los extravagantes y al que le ocurren –reales o inventadas, no importa– las cosas más descabelladas, es también la persona que, “como no tengo hijos ni discípulos, me concentro en los amigos”, que, con la nueva vida tras la catarsis de su enfermedad, “ todo tiene otro ritmo, vivo fuera ya de la vida que no existe” y que, al ver el manuscrito de su diario escrito en 1963, le sorprende no ver “un solo sentimiento que sea verdadero”. “¿A qué edad tenemos el privilegio de acceder a los sentimientos?”, es decir, a qué edad el personaje y la persona coinciden para producir obras auténticas, que permita acercarnos a ese “gesto casi infantil que devuelva al arte la facilidad de realización que tuvo en sus orígenes”, algo que siente que ha conseguido desde “el vanguardismo (si puedo llamarlo así) de mi nueva vida”.
Un vanguardismo que ha estado presente en su obra desde la Historia abreviada de la literatura portátil y que se va intensificando progresivamente. Vanguardismo y exigencia ética en los que le acompañan sus escritores más queridos. Lector apasionado e inquieto, atento a los nuevos escritores, con agudas observaciones críticas. Por eso sólo un tópico afea este magnífico y apasionante libro: su arremetida contra los críticos, por más que razones durante años no le sobraran, con la no menos tópica aclaración de “hay brillantes excepciones, eso sí”. Excepciones que por prudencia calla, pues sabe que todos somos esa excepción y todos peligrosamente susceptibles. Pero incluso susceptibles enfermizos como yo, no pueden sino rendirse a la evidencia de su talento.
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