ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Enrique Vila-Matas

VILA-MATAS Y EL VIAJE AL FIN DE LA NOCHE

J. A. MASOLIVER RÓDENAS


Con Bartlebyy compañía, El mal de Montano y París no se acaba nunca, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ha seguido una línea ascendente que culmina ahora en Doctor Pasavento, donde, en un radical proceso de depuración y de intensificación, se han reducido al máximo los por otro lado brillantes pasajes narrativos inspirados por el absurdo y la imaginación. Pasajes o respiros narrativos que echamos tan en falta que, sin dejar de admirar un proyecto único en nuestra narrativa, el más europeo de todos, el más universal por la identificación y asimilación de otros grandes escritores europeos, deseamos casi ansiosamente que el autor regrese a aquellas descabelladas aventuras por el mundo inventadas desde el sillón de su casa, como sus brillantes relatos, la novela Lejos de Veracruz, o la que inicia ya, sin abandonar el humor y la imaginación, su camino hacia el abismo de su mundo interior, los viajes hacia la nada, El viaje vertical.

Son escasísimos los escritores, y desde luego lo son en la literatura en lengua española, que sean capaces de ser trascendentes sin caer en la solemnidad. Con Doctor Pasavento Vila-Matas es uno de ellos. Una falta de solemnidad que alcanza a través de un curioso distanciamento reforzado por la ironía y la naturaleza ficticia en la que se sumergen sus cada vez más intensas reflexiones sobre la condición humana y, sobre todo, sobre la de ciertos artistas marcados por la bella desdicha. Un universo de sufrimiento, una aventura suicida que lleva a la más alta sublimación del espíritu. Hay una naturaleza trascendente en la profundización de la sustancia de la lengua en Rafael Sánchez Ferlosio, la hay en la naturaleza de lo religioso en Álvaro Pombo. No ha habido, hasta Vila-Matas, una naturaleza del arte y del artista, que en él son inseparables.

El eje activo de la narración es el tema de la identidad. El protagonista o narrador es Andrés Pasavento, escritor de obras que ahora rechaza posiblemente porque carecen de sustancia ensayística y busca una nueva identidad que le permita un nuevo proyecto de escritura cercano al silencio y, como en el caso de Thomas Pynchon o J. D. Salinger, poder desaparecer. El tema de la desaparición, que no es nuevo en Vila-Matas pero que aquí está desarrollado plenamente y no puede separarse de su concepción de la literatura, llevará a otro nuevo: el de una especie de Odisea pero en un viaje sin regreso al fin del mundo, al borde del abismo pero con todas sus identidades asumidas y aglutinadas en el hombre nuevo. De momento Andrés es poseedor de dos pasados: por un lado, nacido en Barcelona en 1948, sus padres se arrojaron a las frías aguas del río Hudson con los bolsillos llenos de piedras. A su mujer Leonor, de la que se ha separado, la conoció en el Liceo Italiano. Su hija Nora, ahora muerta, "sólo aceptaba la compañía de la heroína". Y Andrés acabó por convertirse en un escritor relativamente conocido, "y eso me puso en contacto con el horror de la gloria literaria"; por lo que decide inventarse otra infancia, la que le permite crear a su álter ego el doctor Pasavento, psiquiatra con vocación de escritor. Paradójicamente, esta infancia inventada es la que más coincide con la real del propio Vila-Matas. Estudió en los Hermanos Maristas del paseo Sant Joan de Barcelona, su centro del universo, vivió en la calle Rosselló con sus padres, "muertos de muerte natural a edades muy respetables", y entre los seis espacios que conserva en la memoria están el cine Chile o la tienda del viejo librero judío, un trayecto que lo contenía todo para él. "En él encontramos lo que para mí es esencial, pues están los padres, la lectura y la libertad que llegaba con ella, el cine, la soledad de los paisajes abandonados, el silencio y la locura del colegio."

También, pues, su vocación viajera, otra constante de las novelas de Vila-Matas como búsqueda y como huída, tiene su origen en la infancia, cuando "viajaba de niño con el dedo por los mapas de mi atlas universal", es decir, por los seis espacios a los que acabo de hacer referencia. El afán de desaparecer se expresa así de dos modos que le permitirán llevar a buen puerto su estrategia de renuncia: la invención de nuevas identidades y el recorrido por una geografía en la que se confunde lo real con lo inventado, o sea, una geografía fabulosa. El doctor Pasavento es, asimismo, el escritor Pinchon o Pynchon. Identidades que adaptará a cada nueva situación pero que en todo caso expresan la compleja personalidad del autor, poseedor de un pasado doble hasta que decide crear un tercer nombre, "instalarme en una especie de tercera identidad, tercera vía de la verdad". Éste será el doctor Ingravallo, nombre tomado de la celebrada novela de Gadda El zafarrancho aquel de Via Merulana, pero que aquí representa, en cierto modo, la voz de la conciencia, una voz irónica y sensata que interviene en los momentos de mayor extravagancia o locura del narrador.

A estas identidades inventadas pero que conducen a la verdad hay que añadir la figura real de Robert Walser, el escritor del sublime arte de desaparecer "que supo deslizarse lentamente hacia el silencio y que caminó hasta llegar al borde de un abismo". En efecto, estuvo veintitrés años en el manicomio suizo de Herisau hasta que "encontró su sepulcro natural en aquella Navidad de 1956", cuando salió a pasear bajo la nieve. Walser se convierte así en su héroe moral y literario. Y no sólo él sino lo que constituye el factor Walser, todos los escritores que se identifican con su escritura y que le servirán a Pasavento para buscar la literatura del silencio o cercana al silencio, expresada en los microgramas o microensayos. Yes en la búsqueda de estos ideales walserianos, que son desde hace tiempo obsesiones del propio Vila-Matas, que recorrerá una geografía mágica y a la vez real en la que encontraremos una serie de personajes tan inteligentes como extravagantes, tocados muchos de ellos por el don de la locura.

Su obra más coherente y ambiciosa

He escrito, a propósito de París no se acaba nunca, lo que podía haber escrito para El mal de Montano: que Enrique Vila-Matas rozaba el cielo. Doctor Pasavento está escrita desde el cielo, lo que inevitablemente le aleja de muchos terrestres incapaces de percibir el aliento de lo divino. Es éste su proyecto más ambicioso y al mismo tiempo coherente con todo lo escrito anteriormente. El adelgazamiento de lo ficticio a favor de lo ensayístico ha sido necesario para alcanzar esta grandeza. Por un lado hay una reflexión que ilumina sus novelas metaliterarias, un sacrificio de la brillantez narrativa en una línea parecida a la de Negra espalda del tiempo, de Javier Marías. Pero a la vez hay una ampliación radical de motivos sólo sugeridos en novelas anteriores. Más que nunca brilla la inteligencia, el poderoso control de la materia narrativa, la fabulosa lectura (en el sentido de fábula, sí, pero también de gigantesca) de sus escritores más cercanos, especialmente de los centroeuropeos. En este sentido Vila-Matas se identifica claramente con dos escritores: con Jorge Luis Borges, aunque no lo haga de una manera explícita, y con Roberto Bolaño. Hay en él la misma capacidad para descubrir a escritores que han caminado al margen de la vida y del prestigio literario. Por eso mismo hay también una especial habilidad para confundir persona y personaje y de adaptarlos a sus propias preocupaciones. Razón por la que el ensayo tiene siempre una calidad imaginativa y se rompe la frontera entre ficción y realidad a favor de la verdad, un tema recurrente aquí y que es el centro espiritual de toda su escritura. Puede hablarse, pues, de una dimensión profundamente moral, alimentada por un espíritu radicalmente independiente, ajena por lo tanto a todo moralismo gregario. Por eso mismo, y a diferencia de Pombo, el otro gran escritor de esta trinidad literaria, no necesita gestos de heterodoxa irreverencia o de provocación. Y si a esto añadimos el humor, la capacidad de inventarsea sí mismo y de reírse sin burla de sí mismo, encontramos suficientes razones para afirmar que escribe desde este maravilloso cielo sin ángeles de los laicos. Y para acceder al cielo es sabido que se le exige a los lectores el máximo rigor. Un esfuerzo que tiene muchísimas compensaciones. Doctor Pasavento, consecuencia y superación de sus últimas novelas metaliterarias, es un prodigio de estructura basada en relaciones sólo en apariencia casuales pero en las que el azar no tiene cabida aunque sí lo tiene la invención, una forma de negar la realidad para alcanzar la verdad, algo que determina más que nunca el aliento de esta novela superior que no admite a los lectores de la literatura de consumo cada vez más elogiada en nuestra sociedad. ¿Es ésta su mejor novela? Hace mucho que ya no puede decirse cuál es la mejor novela de Enrique Vila-Matas, pero lo que sí puede decirse es que es la más ambiciosa y profunda.

J.A.M.R., 07/09/2005
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