JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS
|
ELOGIO DE LA MÁSCARA
JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS
Enrique Vila-Matas se ha reconciliado finalmente con el escritor Vila-Matas y parece haber escrito esta novela para decirlo, es más para representar ante el escenario (el teatro de la literatura) la aceptación última de una gran verdad dicha de pasada en un momento clave: “la originalidad artística nunca podrá copiarse más que a sí misma”. Entre tanto por tal escenario hace desfilar a sus máscaras, convencido de que el étimon de máscara lo lleva la persona (prosopon). No únicamente convencido, como otras veces, sino feliz de proclamarlo, porque esta novela, que es la más vilamatiana de las suyas, sin embargo es la que menos lo parece, porque se ha liberado incluso del fragmento, de las citas , se ha liberado de la ansiedad de la influencia y de la necesidad de ser eco de los maestros, y también del eterno problema de “hacer una novela” como si fuese novela, esto es, vinculada a una trama que Aire de Dylan sabe construir con precisión de orfebre.
El fantasma del padre
Ninguna novela suya ha medido tanto la estructura narrativa. El lector de Vila-Matas se ve de repente arrastrado por una historia que va encadenando sucesos como si fuesen externos, con media docena de personajes deconstruyendo a su autor, hablando de las cosas que a su autor preocupan, y que tiene como tema principal las grandes cuestiones de la literatura: para quién se escribe, desde dónde se escribe, qué significa hoy ser autor, que relación se tiene con el padre literario con el que todo autor convive (y a quien mata-hereda). No sólo los grandes maestros que te preceden, sino tú mismo como autor vanguardista moderno, empeñado en tener una voz a la que has dedicado toda la vida, y que es tu liberación-condena, tu suerte y tu destino.
La fortuna mayor de esta novela la encuentro en que su mecanismo coincide con su juego: es teatro dentro del teatro, y nunca mejor dicho porque el gran tema que desarrolla, la ansiedad de la influencia, ajustada lo ejecuta Vila-Matas al hilo de Hamlet, de manera que un hijo, aquí llamado Vilnius, es poseído- perseguido por el fantasma del padre Lancastre, que le insta a indagar su asesinato, y a descubrir su identidad última.
Liberado del personaje.
¿La gran tragedia de la creación? No, también su comedia, incluso su farsa, porque Enrique Vila-Matas va deslizando todo este gran drama del creador en dialéctica consigo mismo mediante una tonalidad humorística, festiva, que tiene alguna deriva hollywoodiense y neoyorquina, también del Saint Gallen del Congreso de escritores, pero que sobre todo vuelve a las calles y bares y Barcelona y a una cotidianeidad hecha de cine, de personajes reales (la librera de su nueva calle, el crítico de cine, el director teatral amigo…). La verdad coincide con su representación. Y que tal cosa puede ocurrir aceptándolo como juego-representación (to play, jouer) incluso desde el humor que es ingrediente decisivo en este Vila-Matas liberado de su personaje por medio de haber dado entrada en su novela a sus sustitutos, es decir, a los diferentes heterónimos que lo suplantan en voces distintas. No hay etapa de su propia obra que no tenga aquí quien la defienda, o quien la zahiera. Vila-Matas se hace decir aquí incluso lo que los críticos llevaban tiempo queriéndole decir, acerca de la repetición, del movimiento en el trapecio y su salto. Pero el autor ha sacado enseñanza del viejo cuento de Josep Roth y el vendedor de corales: de nada sirve ser otro, tu manera de ser fiel a ti mismo es sabiéndote personaje, máscara, porque el teatro de la vida coincide con la literatura.
|