Infancia blaugrana (MM Lage) lejos de Cataluña
Sheffield, el club más antiguo del mundo
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DERROTAS SUBLIMES: LA LITERATURA Y EL DEPORTE REY
YVETTE SÁNCHEZ (Universidad de San Gallen)
Coincidiendo con el Mundial 2006 en Alemaniai, realicé varias incursiones en la literatura de fútbol por lo que me complace ahora, al cabo de una pausa de tres años, volver a tocar este tema. A pesar de que creía firmemente haber abarcado los textos hispánicos oportunos y recopilado una bibliografía exhaustiva, me he topado con dos omisiones imperdonables que, afortunadamente, puedo compensar mediante el presente artículo. Casi es de agradecer mi descuido, ya que el sugestivo y revelador cuento "Buba" de Roberto Bolañoii, que además puede abordarse perfectamente en la segunda enseñanza, en clases de bachillerato, y el poema "Crónica de Mané Garrincha, el marido de Vanderlea" del poeta colombiano Jorge García Ustaiii, me vienen ahora como anillo al dedo.
Los que nos hemos ocupado de la presencia del balompié en las letras ya nos hemos quejado bastante de las deficiencias literarias con relación al deporte rey y de la clamorosa ausencia de una novela de fútbol verdaderamente atractiva, con la excepción quizás de La fiebre en las gradas (1992) de Nick Hornby, que narra la historia de un hincha del Arsenal. Los literatos hispánicos, a lo largo del siglo XX, sí se apoyaron en una tradición futbolera y publicaron en formatos cortos un buen número de ensayos, cuentos, poemas, memorias, crónicas, que conviene tomar en cuenta, leer y estudiar.iv Pero, por lo general, se puede comprobar el fracaso de la novelística ante el apasionante espectáculo del deporte rey, cuando precisamente se esperaría de la ficción que condensara la experiencia humana y ensalzara la realidad según las necesidades de la psique. Este mecanismo de superación y sublimación de la realidad empírica parece no funcionar en el caso del fútbol, donde sufre la reputación de la ficción a la que se adscribe la capacidad de encarnar verdades y se le da cierto crédito de realidad.v
Ahora bien, el juego y el deporte en sí ilustran de manera ideal la dialéctica del binomio éxito y fracaso y la correspondiente imprevisibilidad y contingencia notoria de resultados. El desenlace de cualquier partido de fútbol puede pender de un hilo y favorece por tanto los mecanismos de la providencia y el azar. El carácter veleidosovi y un determinismo abrumador pueden requerir de los espectadores y de los jugadores el ejercicio del fracaso con posibles efectos catárticos; piénsese tan sólo en las penalizaciones y castigos que tienen lugar en la propia cancha: las tarjetas, el penalti, la exclusión , la lesión.
Dicha dialéctica pone de relieve la (supuesta) paradoja presente en nuestro título, que hace referencia a los ámbitos deportivo, literario y metaliterario, afirmando que en los partidos de fútbol la derrota puede tener matices sublimes, que la literatura procura reproducir en sus textos; pero suele no estar a la altura y a menudo fracasa en el intento. Los textos narrativos deben enfrentarse con el natural dramatismo que inunda las canchas del mundo empírico, y con la consiguiente ficción, teatralidad carnavalesca, la simulación que todo ello conlleva durante los noventa minutos de ilusión, añadido a un sistema de signos con sus propios códigos semióticos y retóricos y sus tramas; las letras deben contentarse con ofrecer el pobre simulacro del partido ficticio en sí, la apariencia, la escenificación redundante, deben prescindir del rabioso directo que caracteriza el juego. Al fútbol, que dispone de su propia épica, no le hacen falta tramas paralelas.
Se ha postulado ya tantas veces la inconmensurabilidad de los dos ámbitos de sentimientos canalizados, con el fútbol caracterizado habitualmente como el más inmediato de ambos, que cabe empezar a preguntarse ¿realmente combinan tan mal la pelota y las letras, o se perpetúa aquí una aseveración gratuita?
El futbolista es un icono pop, un artista. La dimensión performativa se muestra tanto en vivo sobre el césped como en las transmisiones televisivas, que parecen seguir un guión y ser tan ficticias como las mismas ficciones.
La excitación teatral, la sed latente de héroes, toda una maquinaria de seducción y el instinto lúdico señalan esta performatividad que llevaría a Albert Camus a confirmar la analogía atestiguando que sólo en el teatro y en el estadio de fútbol se sentía como un hombre entero y libre.
A lo largo del siglo XX, relativamente pocos intelectuales y literatos han declarado abiertamente su pasión por el fútbol como pantalla de proyecciones, también estéticas, pero en la década pasada, ha habido todo un cambio paradigmático del estatus del fútbol: se ha emancipado de los prejuicios, se ha legitimado, incluso ennoblecido y, por ende, tanto escritores como lectores confiesan su querencia por este deporte sin que ello ponga en riesgo su reputación, al contrario. Cultivar la épica futbolera se ha convertido casi en una moda; además los escritores utilizan el salvavidas de la distancia irónica trabajando con la "estrategia de la compleja ironización"vii, es decir, tiñen de comicidad las apologías y confesiones sinceras del fenómeno profano de masas, inmersos en una paradoja crítico-afirmativa, oscilando entre los vínculos emocionales y el comentario perspicaz y elocuente, o bien entre la nostalgia y el humor.viii
Está claro que este cambio de actitud se nutre de un sustrato de textos pioneros. En la Alemania de 1968, Peter Handke, por ejemplo, transforma una simple alineación de un equipo, al modo ready-made, en lírica esencial con una gran carga de poeticidad: "Die Aufstellung des 1. FC Nürnberg"ix. O existe la variante de una simple quiniela convertida en poema por el artista malagueño, Rogelio López Cuenca.x La envoltura postmoderna de triviales informaciones futboleras por medio de formatos cultos delata la inclinación de los literatos a cultivar esta pasión, casi siempre con cierta dosis de ironía pero, a la vez, mostrando una convicción seria e inquebrantable.
Justo Navarro, sea por casualidad, sea por intención intertextual, retoma en su breve articuento "Los nombres"xi la enumeración de los jugadores que se hallaba en el poema de Handke:
El fútbol es la música de los nombres de los futbolistas. Antes de que la televisión volviera reales a los futbolistas, los futbolistas eran nombres que se oían por la radio, que se leían en el periódico: una música, la música de las alienaciones y los goles radiales.xii
Por el cambio de reputación –también entre intelectuales– de repente surge toda una serie de autores, cuyo denominador común fue una temprana vocación por el fútbol, que tuvieron que abandonar por distintas razones: lesiones, por ejemplo, o falta de talento. Entre ellos, Vladimir Nabokov, Albert Camus, Javier Marías o el escultor español Eduardo Chillida, quien establece un interesante nexo espacial, rectangular, entre su pasado de portero y su arte plásticaxiii:
El portero ocupa un lugar especial: entre tres palos, frente a un rectángulo que preside él, bajo las cornisas de un estadio, también rectangular. Son problemas geométricos que notaba día tras día. Esa visión la he tenido haciendo escultura y en ella se ha basado mi trabajo: la de que todos estamos en un punto desde el que contemplamos el espacio y vemos pasar el tiempo.
Si recordamos las geometrías esculturales de Chillida, se hace más que obvia su afirmación.
Eduardo Chillida. Gurutz Aldare (2000) La casa del poeta (1980)
La relación de las letras con el fracaso siempre ha sido constituyente; el éxito se concibe como poco poético, en cambio, se centra el interés en la esencia del malogro; dignificándolo, recargándolo (o neutralizándolo) estéticamente y también utilizándolo en el proceso de creación como impulso privilegiado por su fuerza afectiva de deficiencia. Los fracasados, en todo momento han hallado una plataforma, un asilo en la literatura universal.
El elogio del fracaso cuerdo como intencionado oxímoron lo cultivó Samuel Beckett en su famoso y citado axioma, según el cual siempre cabe 'probar de nuevo' y 'fallar nuevamente y mejor'xiv; se postula el fracaso menos como producto del azar que como principio estimulante, código estético o fermento creativo del proceso artístico. Y se afirma que los artistas se hallan en una posición privilegiada para fracasar donde los demás no se atreverían a hacerlo, logrando crear así obras de arte auténticas y dignas, dotadas de una camuflada cualidad edificante, sin olvidar nunca que la derrota puede ser no sólo heroica y distinguida, sino también brutal y humillante, cotidiana y sin relieve, el verdadero hueco, la manquedad.
La categoría estética de lo sublime (definida por Longino, Kant, Schopenhauer o Lyotard) apunta a una dirección afín; a una belleza arrebatadora, extática, que puede descartar la racionalidad y provocar dolor o temor en vez de placer. La identificación total en la contemplación de un objeto de gran magnitud, turbulento, y las fuertes emociones desencadenadas pueden ser las causantes de la agitación y la congoja en un espíritu abrumado por lo que ve. Mientras que lo bello equivale a una tranquila contemplación de un acto reposado u objeto benigno, lo sublime se opone a la perfección y nos advierte de nuestras inestabilidades y de los límites de nuestros razonamientos.
Obviamente lo sublime y el fracaso hacen buenas migas, sobre todo si nos referimos a una actitud que elogia el fracaso como impulso seductor e inspirador. Una cultura del fracaso como prefiguración natural del destino, no como desvío imprevisto hacia la mala suerte, es de gran relevancia social, ya que se fomenta el proceso de dejar de concebirlo como tabú, siempre a base de la dialéctica del éxito y el fracaso.xv En el fútbol, la aureola mesiánica rodea tanto a los héroes y sus gestos triunfales como a los trágicos perdedores y sus lágrimas, ambos despiertan euforia y éxtasis, como fácilmente comprobamos después de los partidos, por ejemplo, en los primeros planos televisivos que muestran caras y poses de los jugadores.
El cuento de fútbol "Buba", dedicado por un aficionado al fútbol, Roberto Bolaño, a otro, a Juan Villoro, quien escribiera ensayos magníficos sobre el deporte rey, traza los ires y venires inescrutables entre la derrota y el triunfo de tres legendarios futbolistas del Barcelona FC. El escritor chileno, quien había elegido Cataluña como lugar de exilio, rememora los éxitos de su equipo de adopción, los azulgrana, en los años ochenta, publicando el cuento en 2001. Los nombres propios no parecen referirse a jugadores auténticos del club de aquella épocaxvi, más bien, según mis pesquisas en Internet, a escritores (Delève, Neuhuys, Jovanovic, Buzatti, Acevedo, Buba, Herrera, etc.). ¿Un guiño del propio Bolaño que subrayaría las conexiones literario-futboleras?
El cuento está escrito sin aparentes alardes, tan hábilmente camuflada la narración bajo una escritura común y corriente simulando un carácter documental, mimético, que a primera vista hace creer en la autenticidad de lo relatado.
Bolaño reúne en el cuento a su trío de protagonistas: Acevedo, jugador chileno y yo narrador, su compañero de piso africano y maestro de ceremonias, Buba, y el local Herrera.
El carácter sagrado y arcaico que envuelve al fútbol y sus fanáticos seguidores suele estimular prácticas ritualísticas entre espectadores y jugadoresxvii. El ritual de sangre africano de Buba, ocultado a los dos compañeros, parece catapultar a los tres de un día para otro al estrellato internacional, cuando al principio, lesionado el uno y meros suplentes los otros dos, los envolvía un aura de perdedores. La conexión entre los éxitos del equipo en el césped y el ritual privado del jugador africano remite al antiguo debate teológico-filosófico del liber arbitrium que contrapone los actos humanos radicados en el fatalismo y la predestinación divina con la autodeterminación, decisión y los propios méritos del individuo. Siempre resultará delicado subdividir la parte que tiene su origen en el hado y la que se debe a las facultades de los jugadores.
Lo aleatorio de cualquier partido impulsa a la práctica de rituales privados, hogareños, y también públicos, en el estadio o césped. La literatura de fútbol ha mostrado un interés especial por estas prácticas, como lo prueba un sinfín de ejemplos que convierten al equipo en once "oficiantes" o "sacerdotes", a la pausa de la mitad de tiempo en espacio para la "meditación", a la cancha en "rectángulo cósmico", a la esfera en "bola sagrada" y al árbitro en "maestro de ceremonias".xviii El mágico pensamiento analógico se remonta a los juegos de pelota precolombinos en Mesoamérica que escenificaban un ritual de fertilidad: la virtual fertilización de la tierra por la pelota que simbolizaba el sol (además de perfección y armonía).
La idolatría fervorosa, el culto hagiográfico a los jugadores pueden adquirir dimensiones extremas y recargar adicionalmente la atmósfera en los estadios. Pero los fanáticos también suelen continuar sus cultos rituales en el espacio privado del hogar y apoyar a su equipo desde casa. El escritor brasileño João Ubaldo Ribeiro narra una anécdota de su entorno familiar, en una entrevista concedida al periódico suizo Neue Zürcher Zeitungxix:
Mi padre, por ejemplo, en aquel entonces, cuando aún seguíamos los Mundiales en la radio, llevaba los mismos vestidos en cada partido, siempre se bebía el mismo whisky, la botella y el cubo siempre tenían que estar exactamente en el mismo lugar. Cuando tocaron el himno nacional, se puso de pie, bien derecho y, en cada fase ofensiva de nuestro equipo, me obligó a soltar el agua del inodoro. Porque una vez, en 1958, el Brasil había marcado un gol en el primer partido contra Austria, justo cuando yo por casualidad había expulsado el agua del bombillo. Desde entonces opinaba que nosotros habíamos contribuido de manera decisiva a la victoria, no sólo en 1958 sino también en 1962.
Las creencias de los hinchas en sus dotes mágicas, "brujerías" y "cábalas personales"xx, con las que influir en el desenlace del juego también se describen en textos ficticios. El cuentista de fútbol argentino Roberto Fontanarrosa, en su cuento "19 de diciembre de 1971", evoca al sapo enterrado "detrás del arco", la sal tirada "en la puerta de los jugadores" del equipo contrario y los alfileres clavados en muñecos con camisetas de fútbol. Su yo narrador, como los Ribeiro, se pone el gorrito "milagroso" y también el reloj de pulsera en la mano derecha, para cambiar el curso del partido ("con eso empatamos").
No se hacen tales declaraciones abiertas sobre los rituales privados en el cuento de Bolaño. Buba nunca revela el acto secreto, ni tampoco da la clave, muchos años después, una casual amante brasileña interrogada por Herrera. Ella habla de rituales afroamericanos, pero no los explica; el misterio queda indemne.
Bolaño, fiel a su poética de retener claves y desenlaces y frustrar las correspondientes expectativas del lector, es decir, de quedarse con un resto de enigma y ambigüedad,
no resuelve los dos misterios metafísicos del cuento, ni el onírico ni el ritualístico, o sea, ni el enigma del sueño del yo narrador ni el del rito de sangre de Buba. Las dos empresas, la búsqueda onírica de una estatua del Che y los rituales africanos, tienen un final diferente, la primera carente de éxito y la magia triunfante. Ésta sí parece surtir efecto, ya que empiezan a ganar milagrosamente, Buba marca goles "endemoniados", y algunos pases y jugadas no se los explica ni el yo narrador.
En cambio, fracasan los Acevedos, padre e hijo, en su búsqueda del monumento al Che en Santiago de Chile. El símbolo de los ideales revolucionarios ya no está en pie, lo habían destruido los militares. Los dos Acevedo andan cogidos de la mano por Santiago que, en el sueño, se parece a una jungla muy espesa y oscura. Sin embargo, descubren en un claro de luz el pedestal de la estatua destruida, es decir, que el sustrato de la ideología aún se mantiene vivo. En este lugar, el yo se topa con un ser arcaico, un negro desnudo, dedicándose a un acto ritual "haciendo unos dibujos en la tierra amarilla".xxi Cuando el yo narrador quiere ver de cerca estos garabatos, el Buba del sueño se lo impide con un fuerte apretón de manos que parece convertir en piedra a Acevedo, trasunto de la estatua perdida. Final abrupto, trunco del sueño, como los finales (aparentemente inconclusos) de la narrativa de Bolaño que no revelan el misterio. El propio yo narrador se queda con las dudas.
En las tramas de la literatura de fútbol, normalmente se halla en el centro de atención y ápice de la curva el fracaso, mientras que aquí es el éxito, el ascenso mágico de los tres compañeros. De jugadores no fichados, solitarios, tristes, desesperados y tímidos (Acevedo a los 19 años "consulta las putas" para intentar salir de su depresión), pasan a ser titulares coronados de éxito y muy cotizados ("ganábamos y gustábamos" con una "racha goleadora"xxii). Y, terminada la carrera (la de Buba por su muerte prematura en un accidente de coche), al cabo de muchos años, los campeones de antaño, Acevedo, con su tienda de ropa deportiva y Herrera, vuelven a encontrarse en un programa de televisión nostálgico, que deja un regusto extraño, tristón, amargo incluso, de estrellas sin brillo o extinguidas, entradas en años.
El riesgo de la derrota se prolonga o intensifica más allá de la fase activa del jugador. La caída de los ídolos de fútbol con carreras alejadas en el tiempo la tematiza el yo narrador de Justo Navarro, citado arriba, al pedir un autógrafo a uno de estos héroes de otra época, un fracasado que incluso durante un tiempo dio con sus huesos en la cárcel (por unos cheques)xxiii: "Abrí el papel: la firma, el nombre mágico de la estrella del fútbol era una línea vacilante, ni recta ni curva, débil, nada. No era nada: como los sueños." La fugacidad del éxito deportivo se transfiere a la letra del deportista, interpretada poética y grafológicamente. La curva de ascenso y descenso en la carrera de un jugador, sublimada en este carácter inseguro de la letra, podría constituir hasta cierto punto el símbolo de la analogía general entre fútbol y literatura, con su carga afectiva paralela, su dramaturgia (espacio-temporal), sus ritmos internos, el notorio suspense.
La historia narrada por el yo narrador de Roberto Bolaño, Acevedo, podría corresponder metatextualmente a su misma presencia en televisión para hablar al público de los viejos tiempos. El tono oral, informal, de confesión del yo narrador, en pose de personaje muy conocido, iría dirigido a un público de televidentesxxiv. La terminología coloquial futbolera (por ejemplo, "estar en dique seco" por 'lesionado') verifica tal constelación.
Bolaño con una lucidez que denota su empatía y sus profundos conocimientos sobre el deporte rey, muestra las peripecias, el ciclo de sublimes éxitos y fracasos en el currículum de un jugador profesional, pero también de un club.
Quisiera terminar este artículo con una variante más radical del mismo estupor sublime que provocan los ascensos meteóricos y caídas abismales en la biografía de un futbolista. Se trata del poema "Crónica de Mané Garrincha, el marido de Vanderlea" de Jorge García Usta.xxv El esplendor de uno de los mejores jugadores (brasileños) de todas las épocas, Garrincha, contrapone su triste final, la destronación, con el éxito perpetuado del segundo rey futbolero de la época, Pelé, más poderoso y glamuroso, pero dicen que algo menos brillante, de modo que la metáfora "espejo roto de Pelé" acuñada para Garrincha no acertaría del todo.
El fenomenal puntero derecho, de una intuición irreverente e inocente encarna a la perfección en todo momento de su biografía la dialéctica del éxito y el fracaso, del júbilo y las insuficiencias. Nace con defectos congénitos, por ejemplo, con piernas torcidas, además una seis centímetros más corta que la otra. Pero el atleta logra sobreponerse precisamente a esta desgracia física con sus regates burladores y fintas inolvidables en la cancha.
Las imágenes del poema de García Usta, esbozadas en pinceladas sutilmente elementales, reducen a lo esencial las dichas y desgracias de esta vida. Con gran empatía el poeta crea el discurso del yo lírico, Garrincha (Manoel Francisco dos Santos, 1933-1983), quien se dirige con una impresionante ternura a Vanderléa Vieira, su última mujer que estuvo a su lado en su lecho de muerte prematura (por cirrosis hepática, resultado del abuso vitalicio de alcohol), en un miserable hospital. Su acompañante fiel es lo único que le queda, y deplora no poder devolverle nada ya: "tú desgastando tus morenuras / por este pájaro tiritantexxvi, que vuelve / cada vez con menos ala a morder tu bodega […]." Cuando antaño era un artista del balompié:
El muchacho que hizo arte
con pocos requisitos:
un balón, dos metros de hierba y él.
La dicha elemental, idílica de este deportista al rendirse a la pasión del balón, al instinto genial y pícaro se limita a la cancha, lejos de los estorbos seductores del alcohol y del lujo, de Mundiales (en Suecia, 1958), Reinas y la FIFA, de su segunda esposa Elsa, cantante famosa, por la que Garrincha vivió desengaños amorosos, o sea, "de la mano izquierda de la reina sueca / y el celo y la chequera / de la señora Elsa Soares", y también en busca de "otro cielo que no sea el de Havelange".
La simbiosis del yo con el césped hace que la imagen de su trágico y fracasado final de abandono lo asocie con un "destino de estadio solo, con las luces apagadas / es lo que resta."
Y describe su propio "sollozo" con gran plasticidad a base de una prosopopeya, "con la virtud / de una garota violada que no piensa en el desquite". Se le ha apagado el instinto de revancha, y su hinchada se limita despiadadamente a un puñado de aficionados viejos y perros.xvii
Yo solo, Garrincha
muerto llorado y celebrado
por unos pocos muchachos curvos
peinados a la antigua
y carteles de muerte
que los perros babean y abandonan,
con primorosa crueldad.
La pelota era su cosmos y su fortuna, la vida alejada del esférico, en cambio, su perdición, por parafrasear los primeros dos versos del poema de Gerardo Diego "El balón de fútbol"xxviii: "Tener un balón, Dios mío. / Qué planeta de fortuna." Garrincha era uno de los "reyes trágicos del balompié"xxix. Su figura y la de Buba ofrecen una vida harto tumultuosa, siempre en el filo entre la gloria y el desastre, cuya carga afectiva parece tener efectos estimulantes en los escritores rendidos a la pasión del balón.
Ambos textos se sirven de un discurso oral, coloquial, como podría encontrarse en boca de cualquier comentarista deportivo, ambos yo narradores se dirigen, en un tono confesional, comunicativos, lúcidos, auténticos, subversivos, exentos ya de toda simulación, sublimes, aplastantes, a una segunda persona, el moribundo Garrincha a su mujer y Acevedo al colectivo de televidentes, haciendo frente a la hora de la verdad, la verdad de la ilusión –de esto sí que es capaz la ficción literaria– atentos a mantener intacto un resto de misterio.
i Las tres conferencias dadas durante el Mundial se publicaron posteriormente. Remito a las correspondientes bibliografías de literatura de fútbol:
"Ballkontakt. Die hispanische Fussballliteratur zwischen Verklärung und kritischer Distanz." Eds. Wolfgang Muno/Roland Spiller, Diskurse rund um den lateinamerikanischen Fussball. Veröffentlichungen des Interdisziplinären Arbeitskreises Lateinamerika. Tomo 3, Maguncia, 2007: 42-56.
"La literatura de fútbol, ¿metida en camisa de once varas?" Iberoamericana. Madrid: Iberoamericana/Vervuert, N° 27, marzo de 2007: 131-142.
"11 Spieler suchen einen Autor." Friedhelm Schmidt-Welle/Gregor Wolff (eds.): Fussball, Fans und Literatur/Fútbol, afición y literatura. Berlín: Ibero-Amerikanisches Institut (ibero-online, cuaderno 6), abril de 2008.
http://www.iai.spk-berlin.de/fileadmin/dokumentenbibliothek/Ibero-Online/Heft_6.pdf.
ii Roberto Bolaño. "Buba". Putas asesinas. Barecelona: Anagrama, 2001: 147-173.
iii Jorge García Usta. Desde la otra orilla. Ed. por Rómulo Bustos Aguirre. Cali: Universidad del Valle/Artes y Humanidades, 2006: 25-29.
iv Pienso en textos de Juan Villoro (Los once de la tribu), Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra), Osvaldo Soriano ("El penal más largo del mundo"), Roberto Fontanarrosa (Cuentos de fútbol argentino), Javier Marías (Salvajes y sentimentales), Horacio Quiroga ("Juan Poltí, half-back" o "Suicidio en la cancha"), Augusto Roa Bastos ("El crack"), Camilo José Cela (Once cuentos de fútbol), Miguel Delibes (El otro fútbol), Mario Benedetti ("Puntero izquierdo", "El césped"), Rafael Alberti "Oda a Platko", etc.
Además las antologías cunden y se venden cada vez más: unos 25.000 ejemplares de Y el fútbol contó un cuento (Alfaguara), incluso 100.000 de El fútbol a sol y sombra de Galeano. En México se distribuyó gratis, en una tirada de 20.000 ejemplares, la antología Poesía a patadas. En Argentina fueron superventas Y el fútbol contó un cuento de Alejandro Apo o Hablemos de fútbol de Víctor Hugo Morales y Roberto Perfumo, y hasta existe una editorial especializada en el tema, El Arco.
v Cf. Aleida Assmann. Die Legitimität der Fiktion. Múnich: Wilhlem Fink, 1980: 132.
vi Jorge Valdano, en "El miedo escénico” (Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). Deporte, arte & literatura. Litoral 237 (2004): 79), cita a Kipling quien hace tocarse los extremos de la dialéctica, sosteniendo que "el éxito y el fracaso son dos grandes impostores".
vii Andreas Solbach. "Der neue Diskurs über Fussball". Johannes Marx/Andreas Hütig (eds.). Abseits denken. Fussball in Kultur, Philosophie und Wissenschaft. Kassel: Agon, 2004: 110.
viii Ibídem: 116.
ix Citado, en: Ibídem: 128.
x Rogelio López Cuenca. "Quniela". Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). Op.cit: 109.
xi Justo Navarro. "Los nombres”. Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). Op.cit.: 69.
xii Gran parte de los relatos de fútbol se remontan a la infancia o adolescencia de los autores entregados a idealizaciones retrospectivas que congelan un fútbol no mercantilizado del pasado, cuyas gestas en la cancha se transmitían por la radio. "Cuando vemos un partido, somos chicos oyendo un cuento", afirma el escritor argentino Martín Caparrós. Pablo Hacker. "La pelota literaria". La Nación del 6 de enero de 2008. Versión digital hallada el 15 de junio de 2009 < http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=976639>
xiii Eduardo Chillida. "Portero de barro”. Historias de fútbol, ABC literario. Citado en: Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). Op.cit.: 94-95.
La percepción espacial, la territorialización en estructura de red de los jugadores de hoy se ve profundamente influenciada por los códigos de los juegos digitales, simulados por el ordenador, las consolas, con los que han crecido. Ya Klaus Theweleit lanzó la tesis de la digitalización del fútbol. Klaus Theweleit. Das Tor zur Welt. Fussball als Realitätsmodell. Coloña: Kiepenheuer & Witsch, 2004.
xiv "Ever tried, ever failed. No matter / try again, fail again, / fail better." La cita se halla en su pieza tardía de prosa, Worstword Ho (London: John Calder, 1983), de apenas 41 páginas, en las que una voz emite monosílabos altamente poetizados, articulados en breves frases de un staccato disfuncional, en general, de una estructura distorsionada.
xv Cf. también el concepto del 'mito del fracaso' utilizado por José Pablo Feinmann en: "Los mundiales de fútbol". El mito del eterno fracaso. Buenos Aires: Editorial Legasa, 1985.
xvi Aunque había un Helenio Herrera, Don Hache, a finales de los cincuenta, según Enrique Vila-Matas, quien ha compilado una lista de sus jugadores favoritos del Barça de la época en: "Una temporada olvidada (manual de nombres)". Diario 16 del 18 de mayo de 1994,. Citado en: Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.). op.cit.: 70-72. En este artículo, Vila-Matas establece varios paralelismos entre fútbol y literatura, evocando los dotes de Miguel Delibes (bajo el seudónimo de Miguel del Seco) de reportero de fútbol, o la novela de Gonzalo Suárez, Los once y UNO [1964]. Barcelona: Plaza & Janés, 1997.
Hace un año, Vila-Matas volvió al tema publicando un artículo en El País del 31 de mayo de 2008 titulado "Corazón tan tricolor" sobre el jugador, en el que se inspiró Horacio Quiroga para su famoso y primer cuento de fútbol "Juan Poltí, half back" de 1918. El medio centro uruguayo Abdón Porte hizo de su "ligero declive" como suplente de su club el Nacional, una 'derrota sublime' matándose en el centro exacto de la cancha, depositando a su lado unos versos de despedida algo patéticos de reminiscencias gongorinas escritos por él. El artículo de Vila-Matas traza posibles paralelismos entre jugadores de fútbol "que leen" y literatos aficionados al balompié que intercambian secretos sobre sus oficios. El autor había preguntado a sus amigos futbolistas si hay jugadores que pueden estar conscientes de que "acababan de hacer la mejor y última gran jugada de su vida. Se trataba obviamente de una pregunta que, en términos literarios, pocos escritores aceptarían responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que esté dispuesto a reconocer que su mejor libro ya lo ha escrito".
xvii "La historia del fútbol podría ser entendida como una verdadera antología de la superstición, plagada de talismanes, amuletos y gestos rituales que el jugador utiliza como muletas en que apoyar sus inseguridades." Jorge Valdano, "El miedo escénico". Op.cit.: 79. Las canciones de los fanáticos, su indumentaria, los repetitivos actos colectivos cada domingo, apoyan dicho carácter ceremonial.
xviii José Luis Sampedro. "Aquel santo día en Madrid". Fulgencio Argüelles et al. Once contra once. Cuentos de fútbol para los fanáticos de fútbol. Barcelona: fnac, 2006: 161-170.
xix João Ubaldo Ribeiro. "Brasilien wird Weltmeister". NZZ Folio, mayo de 2006: 18-19. [La traducción al castellano es mía.]
xx Roberto Fontanarrosa. "19 de diciembre de 1971". Fulgencio Argüelles et al. op.cit.: 81-101.
xxi Roberto Bolaño. Op cit.: 151.
xxii Idem: 162.
xxiii Justo Navarro. Op.cit: 69.
xxiv [...] "que para qué les voy a contar”, "como todo el mundo sabe", "ustedes ya me entienden", "ustedes vieron los partidos por televisión". Idem: 154, 147.
xxv Jorge García Usta. op.cit.: 25-29. Vinícios de Morais tiene un soneto titulado "O anjo das pernas tortas".
xxvi Mientras que había recibido su apodo Garrincha ('un pajarito de la selva') por sus aladas jugadas y sus piernas delicadas, el pájaro ahora da una imagen deplorable, estremecida, temblorosa por su grave enfermedad.
xxvii Curiosamente ahora, a 26 años de su muerte, el guardián del cementerio, donde yace la estrella brasileña de fútbol, informa que apenas vienen aficionados a visitar su tumba abandonada.
xxviii En: Mi Santander, mi cuna, mi palabra [1961], citado en: Alfonso Sánchez Rodríguez/José Antonio Mesa Toré (eds.).Op.cit.: 97.
xxix Ha acuñado esta formulación Juan Villoro en "Aficionados, tragedia y venganzas". Friedhelm Schmidt-Welle/Gregor Wolff (eds.). Op.cit.: 26. |