ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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LA ENFERMEDAD DE LA LITERATURA

CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL


Desde la Historia abreviada de la literatura portátil (1985) hasta Bartleby y compañía (2000), Enrique Vila-Matas ha escrito una suerte de historia personal de la literatura mundial, páginas que sus endiablados maestros, desde los shandys hasta los bartlebys, le han pedido que transmita. A veces creo que Vila-Matas es un ventrílocuo a través del cual habla una legión que incluye a Kafka, Walser, Sergio Pitol, Imre Kertesz, Josep Pla, Teresa Wilms Montt, Valéry Larbaud, Witold Gombrowicz. Pero estos escritores no son exactamente aquellos que encontramos en las enciclopedias y en las bibliotecas, pues Vila-Matas les ha dado una segunda vida. Obligado por un demonio socrático, el escritor catalán obedece a los designios de esos seres, cuya extraña forma de vida los impele a rebelarse contra su destino biográfico.

     Si Rosario Girondo, el héroe (y vaya que lo es) de El mal de Montano, se hace pasar por un crítico literario, ¿qué clase de excéntrico historiador de la literatura es Vila-Matas? Escribir sobre los autores a los que guardamos una entrañable fidelidad es una tarea que al paso de los años se torna cada vez más difícil. Recorro mis estantes y observo que he leído todos los libros de Enrique Vila-Matas, y advierto que entre su escritura y mi lectura priva una zona de complicidad a tal punto desarrollada que no sé donde empieza su experiencia y en que punto acaba la mía.

     Las ficciones vilamatianas, con variable fortuna, buscan la clave anecdótica del cuento, presienten la voluntad omnicomprensiva de la novela y logran la sapiencia del ensayo. Pero Vila-Matas no es un escritor literario, si por ello se entiende al preceptor que postula un método para armar (o desarmar) los mecanismos de la fabulación. Su originalidad radica en vivir la historia literaria como una novela de aventuras sujeta a los avatares del naufragio, la búsqueda de un tesoro o el combate singular. La reaparición rutinaria de Robert Walser es para Vila-Matas tan necesaria como la de Sandokán en el ciclo salgariano.

     El mal de Montano es un desarrollo epigonal de Bartleby y compañía, a mi entender la obra maestra de Vila-Matas. Del silencio ante la creación protagonizado por los bartlebys había que pasar a una falsa ficción autobiográfica donde un ser renunciase a librarse de la enfermedad de la literatura. Proteico, Rosario Girondo es un forzado a las galeras del diario íntimo que se mira sin piedad en los espejos en que otros fijaron su forma; deja de hacerlo cuando descubre que la historia literaria es la realización de la historia universal.

     Jean de La Bruyère dice en el epígrafe de Bartleby y compañía que "la gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir". Sólo leyendo El mal de Montano alcancé a comprender que, de todas las voces que este ventrílocuo transmite, acaso la verdadera sea la del moralista. A la manera del Gran Siglo, Vila-Matas concibe la literatura como a una humana, demasiado humana sociedad de talentos regida por la conversación. Los escritores concurren hacia su obra como los cortesanos al baile de máscaras, a la presentación en la corte, a la partida de caza, al salón de los epigramas; poseso de ironía, inclemente y piadoso, Vila-Matas va desenmascarando, como anatomista, a cada miembro de su teatro crítico universal, separando a los furiosos de los melancólicos, a los prolijos de los ausentes, a los viajeros de los sedentarios, a los nómadas de los huraños. Pero concluye, y así lo dice en El mal de Montano, que la literatura es la única enfermedad que ofrece a quien la padece las garantías de una salvación laica.

     Los temas capitales de la obra de Vila-Matas son el suicidio como forma de ejemplaridad, el escritor-que-no escribe, el diario íntimo como paisaje del alma y la cita de los clásicos, antiguos y modernos, como única forma legítima de autoridad. Todos éstos son problemas propios del moralismo que, pasado el siglo XX, corresponden al dominio de esas enfermedades profesionales del escritor que diagnosticó Cyril Connolly. Por ello no me extraña que Rosario Girondo asuma una tarea ética propia del héroe y decida batirse contra todos aquellos que conspiran, aquí y ahora, contra la enfermedad de la literatura. ~


* Letras Libres. 30 Abril 2003.

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