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UN CANÍBAL EN FLORENCIA.
JOAN DE SAGARRA
El caballero Enrique Vila-Matas, miembro fundador de la muy noble Orden de los Caballeros del Finnegans, no estuvo presente en Dublín durante la celebración del Bloomsday (sábado, 16 de junio), ausencia que le acarreó el ser expulsado de la orden por sus compañeros durante unas horas, con la amenaza de ser expulsado definitivamente de la misma si faltaba, ni que fuese una sola vez, a la fiesta en los próximos diez años.
¿Qué le impidió al caballero barcelonés, a mi querido primo Enrique, asistir junto a sus compañeros al Bloomsday, una fiesta que le encanta, en esa ciudad joyceana en la que se siente como pez en el agua, y donde tanto se le quiere (a raíz de la publicación de su novela Dublinesca) y donde tanto se le jalea (la crítica de su última novela, Aire de Dylan, en el Irish Time es entusiasta, al igual que en el londinense The Guardian)? Pues una cita, una inexcusable cita en Florencia; una ciudad que, que yo sepa, no posee un especial atractivo para el caballero Vila-Matas y en la que, mutatis mutandis, debió experimentar la misma sensación que Barnabooth, cuando la contempla, un 11 de abril de 190…, desde la ventana del hotel Carlton y la describe así: “Una curiosa ciudad americana, construida en el más puro estilo del Renacimiento italiano, y con un exceso de alemanes”.
La tarde del 15 de junio, en Florencia, en el Salón del Cinquecento del Palazzo Vecchio, se hacía público el fallo del sexto Premio Gregor von Rezzori a la mejor obra de narrativa extranjera publicada en Italia. Cinco escritores concurrían al premio: Emmanuel Carrère, Jenny Erpenback, Damon Galgut, John Kalman Stefansson y Enrique Vila-Matas. Nuestro caballero optaba al mismo con su libro Exploradores del abismo (Exploratori dell´abisso, editado por Feltrinelli). Y ganó Vila-Matas (15.000 euros que le entregó el señor Matteo Renzi, alcalde de Florencia). En el acta del jurado podía leerse: “Vila-Matas pertenece a una raza de caníbales literarios, es decir de esos escritores que se nutren de la literatura. Sus antepasados son Diderot, Raymond Roussel y W.G. Sebald y en cada una de sus obras ha sido el cronista de escritores que no querían escribir, lectores cansados de la lectura, libros compuestos por páginas vacías e historias de vidas vividas que son ficción pura (…) Su estilo, preciso como un cincel, jamás es superfluo. Parece que tan solo piensa en voz alta, con precisión poética, en los problemas esenciales de un credo literario”.
El premio Gregor von Rezzori, el más importante premio literario internacional que se concede en Italia, muy codiciado, viene a rubricar la consagración de Enrique Vila-Matas como uno de los escritores españoles más queridos y admirados por el público y la crítica de aquel país. Desde que la editorial siciliana Sellerio publicó su Historia abreviada de la literatura portátil, el nombre del escritor barcelonés ha ido creciendo hasta el punto de hacerse, en pocos años, con el premio internacional Ennio Flaiano, el internacional Elsa Morante, el internacional Mondello, el Bottari Lattes Grinzane y, ahora, con el Gregor von Rezzori. ¿Quién da más?
Lo divertido del caso –divertido por no llamarlo de otro modo- es que del reciente éxito florentino de mi primo Enrique me he tenido que enterar por la prensa italiana, porque los diarios barceloneses, y los de la capital del Reino, no han dicho ni pío (en su edición en papel) sobre el particular. De poco le sirve al flamante premio Von Rezzori, el “catalano di Barcellona” que “accoglie le signore di consumato gentiluomo” (Rita Sala, Il Messagero), el ser amigo de Pep Guardiola (que le lee) e hijo de un ilustre miembro de Unió Democràtica. Al parecer no basta para salir en los papeles, a menos que uno se disfrace de sabio benedictino o de nieta de un anarquista de Gratallops que recrea, con bona lletra y en formato novela, el interesantísimo diario del abuelo en el estío de 1936 hallado milagrosamente en el granero.
La prensa italiana me informa de las jornadas florentinas de mi primo Enrique. Le veo charlando, animadamente, en catalán con el escritor irlandés Colm Tóibin; paseando por la Piazza del Duomo con Michael Ondaatje, el novelista y poeta canadiense –cingalés de nacimiento- autor de El paciente inglés ; leyendo en el teatro Odeon su precioso homenaje a Tabucchi (fallecido el pasado 25 de marzo). –“Me llamo Tabucchi como todo el mundo”-, en el que recuerda como, en el verano de 1953, coincidieron ambos en Cadaqués –Tabucchi cinco años mayor que Enrique-, y como Enrique, encaramado a una silla, al ver a Tabucchi aparecer en el jardín vecino, le gritaba: “Antonio, ¿me escuchas Antonio? Los adultos son estúpidos”. Y le veo observando atentamente a Volker Schlöndorff (guionista de El joven Törles (1966) y director de El tambor de hojalata (1979), mientras éste, en el mismo Odeon, supervisa la actuación de Ruth Gabriel (un Goya por Días contados, de Imanol Uribe) que lee el vigésimo mamotreto de La lozana andaluza, en la que el presbítero Francisco Delicado nos ilustra sobre el puterío en una Roma papal, libertina y alegre. Eso ocurría durante la “Noche española”, en la que los florentinos descubrían un extraño país visto a través de los literatos españoles, de Cervantes a Rafael Alberti.
Y veo a Enrique hablar con Bernardo Bertolucci –en silla de ruedas- sobre Borges, mientras Beatrice Monti della Corte, la viuda de von Rezzori, le presiona para que se instale un mes a trabajar, escribir en su espléndida mansión… Invitación (esto me lo contó anteayer Enrique) que también le formuló un joven matrimonio Malaspina, descendiente de aquel Currado Malaspina que sale en el canto VIII del Purgatorio, en La Divina Comedia dantesca, así como un señor de Bogliasco, en la costa levantina, a 13 kilómetros de Génova, al que Enrique se encontró en la calle y le propuso instalarse un mes de invitado en la Bongliasco Foundation, “con la ventaja –me dijo- que allí podía ir con pareja, sin precisar el sexo…”.
¡Cuánto te quieren en Italia, querido Enrique!
La Vanguardia, 24 de junio 2012 |