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INTRODUCIR LA MÁXIMA LIBERTAD POSIBLE EN LA ESCRITURA, AVENTURÁNDOSE
MARIANA SÁNDEZ
(en entrevista para Clarín, 03/02/2023)
“El hecho es que, a media tarde, entraba yo en el cuarto de la puerta condenada y constataba que, inicialmente, no me ocurría nada especial por pisar aquel lugar, por haber entrado en el mismísimo escenario del cuento”, dice el narrador hacia la mitad de la nueva novela de Enrique Vila-Matas (1948). Esas líneas no solo sintetizan el asunto de Montevideo sino también, en buena medida, la clave de toda la obra vilamatiana.
Sentados a una de las mesas de la librería en Barcelona donde solemos encontrarnos para las entrevistas, resulta evidente que el sitio se ha convertido en una extensión de su hogar para el autor catalán. Por ahí aparece Paula en un momento, la Paula de Parma a la que dedica cada uno de sus libros. Montevideo subraya la ofrenda con un verso de Dante Alighieri: “tiembla mi alma enamorada”. Y es que, a comienzos de este año, Vila-Matas ha atravesado una intervención quirúrgica por la que su esposa le ha donado un riñón, gran acto de entrega.
En una tarde de octubre que se resiste a abandonar el verano, hablamos de Montevideo, la que considera su novela más libre y de la que muchos críticos españoles han expresado que representa el regreso del mejor Vila-Matas. En ella hace un viaje circular de París a París atravesando puertas, hoteles, citas literarias y encuentros con autores o artistas en distintas ciudades como si se desplazara a través de una contigüidad sobrenatural.
Una de las paradas, la central, es en la capital uruguaya, adonde va para visitar el Hotel Cervantes, escenario de dos cuentos argentinos casi gemelos: “La puerta condenada” de Cortázar y “Un viaje o El mago inmortal” de Bioy Casares, ambos escritos en 1953, con inmensas coincidencias. Con su característico humor, hace aparecer también a Onetti, Idea Vilariño, Beatriz Sarlo, Vlady Kociancich, entre otros.
-Ha dicho que Montevideo es su novela más libre, ¿cómo definiría esa libertad?
Montevideo, novela abierta y feliz, comunica con la línea cervantina de introducir la máxima libertad posible en la escritura, aventurándose. “Por la libertad, Sancho, así como por la honra, se debe aventurar la vida”. A veces se olvida que Cervantes fue, desde joven, un lector y admirador de Erasmo, y eso explica que, por ejemplo, viera pronto la superioridad de la vida interior frente a la vacía simpleza de las ideologías y otros cultos exteriores. Claro que yo siempre supe que, aun reforzándome con Erasmo y Cervantes, me iba a resultar difícil defender que Montevideo era un tratado de la ambigüedad del mundo. Porque vamos a ver, me preguntaba ¿cómo haré para enfrentarme a los medios que se interesen por el contenido de Montevideo diciéndoles que los hechos de la vida siempre se vuelven más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, o sea, tal y como verdaderamente son, cuando uno los escribe? Y, es más, ¿cómo haré para decirles que la libertad recorre todo el libro y por eso el autor, que quiere ser honrado con el lector, avisa desde el primer momento que posee la sabiduría de lo incierto como única certeza?
-Por otra parte, hay un elemento nuevo: se introduce el género fantástico. Ha comentado que entrar en ese terreno lo tomó por sorpresa. ¿Cómo llegó a ese momento?
Escribí las primeras cien páginas del libro sabiendo que en un momento determinado llegaría al cuarto 205 de La puerta condenada y sería la misma prosa –no en vano, Montevideo es ficción escrita desde la ficción– la que acabara revelándome qué había o no en el cuarto contiguo. Lo que en él encontrara, pensaba yo, tenía que ser algo que hasta entonces había ignorado que existía en mí, algo inédito, algo así como un panorama durmiente en el subsuelo de mi imaginación. “Veía tan poco en la oscuridad que di por supuesto que estaba en una habitación vacía, sin mueble alguno, sin nada. Pero me había engañado”. Tras estas líneas, escribí otra frase con la que, sin ser consciente de que estaba cambiando de género literario, entré en “lo fantástico”, algo que no había explorado nunca. Entré en el cuarto contiguo y no tardé en saber algo más de mí mismo, algo inesperado que me llegó desde dentro. Inside, creo que ahora diría, o puntuaría Martin Amis interrumpiéndonos. Inside es el título de su último libro. En él se nota que es un buen discípulo del Nabokov de ¡Mira los arlequines!, aquellas memorias distorsionadas, escritas por alguien que parecía conocer muy bien la vida de Nabokov y donde éste parecía decirnos que la literatura se infiltra en la vida, de manera que la vida real de un escritor, con sus intermitentes destellos fantásticos, pueda acabar pareciéndose cada vez más a una de sus novelas.
-Cuando quiso visitar el Hotel Cervantes, ¿ya intuía entonces que podía ser el disparador de una historia?
No, en absoluto. Pero llevaba años entrando en internet y espiando lo que allí se decía del hotel. Pienso que lo hacía por una tendencia en mí a perseguir asuntos ínfimos, laterales, absurdos, o eso que hoy llamamos “no lugares”. De pronto, al ser invitado en la vida real a viajar a Montevideo para un acto cultural conectado con el Filba de Buenos Aires, pedí, nada más llegar a Montevideo, ver el Cervantes. Y, aunque en esa única ocasión que estuve en el hotel, no pude entrar en el cuarto 205, porque estaba ocupado y al principio, además fue raro que dijeran desconocer que allí hubiera dormido Cortázar –en cambio Gardel, no sólo había dormido allí, sino incluso cantado–, no pensé para nada que, de aquel lugar, años después, saldría toda una novela.
-El narrador se pregunta: ¿Estaba yo en el cuento? ¿Qué representa esa puerta del relato cortazariano en su novela actual? (el punto exacto de la ficción y la realidad etc)
El narrador –que es alguien que parece conocer bien mi vida– va a la 205 del Hotel Cervantes para ver qué sucede cuando uno tiene delante mismo de sus ojos “el lugar exacto en el que irrumpe lo fantástico en el cuento de Cortázar”, según escribiera en su momento Beatriz Sarlo. Esas palabras de Sarlo fueron decisivas, porque hablaban para mí de un lugar donde se producía un perfecto cruce de realidad y ficción. Era como si Sarlo me hubiera señalado un aleph donde coincidían, de forma hasta visible, lo real y lo ficticio. En cuanto a lo que representa para mí actualmente la puerta del relato cortazariano, he de decir que no lo sé, entre otras cosas porque la 206, el cuarto contiguo, desapareció.
-La conexión entre Montevideo y París aparece también en Rayuela, y usted hace un guiño con un personaje que saca un tablón de ventana a ventana, como Talita y Traveler. ¿Cómo fue que, si bien la acción de la novela ocurre en Montevideo, la escribió con la mente puesta en París?
Que parece que está escrita en París es algo que descubrí al acabar el libro. Voy viendo, con el tiempo, que los años de mi formación cultural tuvieron lugar básicamente a lo largo de periodo de mi vida que residí allí. Quizás porque me alejé de Barcelona y por primera vez viví solo en un espacio extraño y extranjero, que entró en mi mente como un guante de seda.
-En su obra hay dos escenarios principales: los hoteles y la calle. Y en los últimos años se ha referido muchas veces a la habitación de hotel que le dedicó la artista Dominique González-Foerster ¿Qué simboliza la idea del cuarto propio en Vila-Matas en esta etapa?
En Montevideo leemos una frase que escribí sin saber que podría significar. Entró en mi como si hubiera tropezado con ella en la calle. Y la coloqué en el libro: “Mira, continuó Moore, quería además que vieras con claridad cómo suele ser la versión masculina del ‘cuarto propio’ de Virginia Woolf, y por eso te hablé de una ‘habitación única’ cuando en realidad yo pensaba en ese “cuarto propio” que es el infierno de los hombres, donde éstos escuchan grabadas sus páginas inmortales y lamentan haber escrito tantas tonterías en lugar de haber sabido ensamblarse con el aire aparentemente ligero de la literatura, no voy a decir que femenina, sino escrita por mujeres”. Bueno, sigo sin saber del todo que quise decir ahí. A veces explico que en la actualidad no busco un cuarto propio (o un estilo propio, como parece buscarse en la novela), sino una “habitación verdadera”, aquella que buscaba Robert Walser, que intuyó que, en cada uno de nosotros, al fondo de todo, invisible toda la vida, está nuestra habitación verdadera. Y ahora perdona porque no sé si viene mucho a cuento, pero caigo en la cuenta de que uno de los mayores obstáculos de la narrativa es la expectativa de explicaciones nuevas, profundas, nunca oídas.
-Con Cortázar tiene en común el humor serio que usted dice haber tomado de Mallarmé. ¿Por qué cuesta tanto que en la literatura haya humor?
Yo digo que me rio de un modo infinitamente serio. Lezama Lima decía que ésta era la forma de reírse de Mallarmé. En la narrativa de mi país, que es la que mejor puedo abarcar, no hay demasiado humor, tal vez porque una gran novela cómica (o simplemente atravesada por la alegría) es vista siempre por debajo de una gran novela trágica. Aunque no todo en la narrativa española es gravedad y realismo. Aparte del Quijote, se pueden hallar excepciones por escondidas o menospreciadas que estén, sobre todo las hay entre algunos de los nuevos narradores, que cada vez aparecen más divorciados de esa idea tan de piedra que es “la obra de peso”, bien opuesta a la de ligereza o levedad que proponía Ítalo Calvino para el nuevo milenio. Torrente Ballester solía citar unos versos de Gerardo Diego para demostrar que hasta en la piedra rocosa, si uno quiere verlo, hay ligereza. Eran unos versos sobre los juegos de piedra que pueden observarse en la fachada compostelana del Obradoiro: “También la piedra, si hay estrellas, vuela”.
-Después de años de que los lectores le preguntaran qué parte de lo que escribes es realidad o ficción, y si los protagonistas son siempre tú, ¿siente que has encontrado la definición en “el yo literario visible”?
Una inmejorable definición la encontré en Álvaro Enrigue cuando explicó que escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar, más bien, los ensayistas y los poetas: un yo literario visible. No es un escritor fantasma que se difumine detrás de lo que cuenta, dice Enrigue, sino un autor espectacular que pertenece a la estirpe de Montaigne, una estirpe rara entre los autores de ficción. Para Enrigue lo que se escenifica en cualquiera de mis libros no es una trama o una serie de ideas o una batalla contra el lenguaje, sino a Vila-Matas tramando, pensando o escribiendo bajo el avatar de un narrador.
-Asegura estar más seguro que nunca de que prefiere una literatura sin trama, ensayística, que se ocupe más del pensamiento que de las historias de ficción con peripecia. ¿Por qué cree que evolucionó en esa dirección?
-Con la buena acogida de Bartleby y compañía, José María Guelbenzu y Ana Rodríguez Fischer me invitaron a una conferencia en Santander para que explicara cómo había escrito ese libro. Y por primera vez sentí que tenía como encargo escribir un ensayo. Creo que la conferencia de Santander me introdujo en el ejercicio y pasión del ensayo. A partir de ahí –aunque, de hecho, sin apercibirme demasiado, ya había obrado así con la voz del narrador de Bartleby y compañía– se inició en mi obra un intento de congeniar pensamiento y ficción. De ahí que no pudiera encajar mejor las palabras en las que Álvaro Enrigue decía que escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar, más bien, los ensayistas.
-Cuando se habla de que Vila-Matas es el autor de muchos libros parecidos entre sí, usted responde que lo importante es la construcción de una voz propia inconfundible. ¿A partir de qué libro sintió haber encontrado ese sello propio que la gente llama lo vilamatiano?
Escribí en 1988 Una casa para siempre, las memorias de un ventrílocuo cuyo problema para poder ejercer su oficio era tener solo una voz, “una voz propia”, precisamente lo que más buscaban los escritores. A partir de ese momento, se comenzó a hablar de lo vilamatiano.
-Es interesante que, luego de tantos viajes, el libro concluya en un lugar mítico de su infancia, el Paseo San Juan de Barcelona, con la imagen de su madre reprendiéndolo. ¿Cómo interpreta este cierre de la novela?
Ha sido muy celebrado por los lectores, quizás porque da sentido de pronto a toda la novela. Tal vez sea la comprobación de que también la piedra, si hay estrellas, vuela. Yo, sinceramente, como escritor vuelo desde que la terminé.
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