Faulkner
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LOS SNOPES, YOKNAPATAWPHA
JAVIER AVILÉS VIAPLANA
1.-El Villorrio
El Villorrio (The Hamlet (1940)) junto con La ciudad (The Town (1957)) y La Mansión
(The Mansion (1959)) forman las tres novelas de William Faulkner que se han dado en llamar la trilogía de los Snopes, ya que las tres se centran en los miembros de esta familia, y de forma muy especial sobre el ascenso social de Flem Snopes.
Antes de nada hay que notar que, al parecer y ateniéndonos a las fechas de publicación de las tres novelas, no había intención por parte de Faulkner de convertir las andanzas de Flem Snopes en lo que finalmente se convirtieron. De hecho, ni siquiera El Villorrio originalmente tenía pretensiones de ir más allá de la mera recopilación de relatos, o, más bien, de la reestructuración de relatos anteriormente escritos confiriéndoles un nexo común.
Personalmente considero que Flem Snopes es la mayor creación de Faulkner, no por el personaje en sí, si no más bien por la ausencia de personaje, por cierta idea que representa Flem Snopes alrededor del cual se estructuran todos los relatos de El Villorrio. Esta cualidad de inexistencia, de presencia fantasmal del personaje es más evidente en las otras dos partes de la trilogía.
Habría que diferenciar en la narrativa de Faulkner aquellas novelas que tratan sobre las grandes familias de propietarios y su trágica decadencia marcada por el destino y aquellas otras protagonizadas por los que están más cerca de la tierra, campesinos, rednecks, negros, trabajadores o soldados. Tal vez esta segunda tendencia se haga más evidente tras Las palmeras salvajes (The Wild Palms [If I Forget Thee Jerusalem] (1939)) con excepciones. En ese sentido Flem Snopes se sitúa en el centro de Yoknapatawpha, dispuesto a tomar el relevo de todas esas ricas familias que se desmoronan, aprovechándose de la ingenuidad de los campesinos, preparado para arrebatarles a unos y a otros, todo aquello que poco a poco van perdiendo.
La gradación en los títulos, Villorrio-Ciudad-Mansión, es bastante significativa.
El Villorrio es la que más cercana está al campo. No es extraño ver poblando la novela vacas, caballos y perros, que adquieren una importancia narrativa determinante y que sirven de contrapunto a los a menudo bestiales comportamientos de los humanos. De hecho el núcleo narrativo de El Villorrio lo componen cuatro relatos publicados entre 1930 y 1935, Loco por un caballo, Lagartos en el patio de Jamshyd, El perro y Caballos manchados, convenientemente adaptados y reescritos para que puedan en última instancia formar parte del relato principal, el que narra el ascenso de Flem y la caída de Mink Snopes.
No había, pues, un plan inicial de escribir una, o tres novelas, con Flem de protagonista, o antiprotagonista. Digamos que Faulkner topó con él, y con la interminable serie de parientes que le suceden y que van asentándose en aquellos puestos que Flem desdeña tras haberlos exprimido, cambiándolos por otros mejores.
Porque había Snopes en Santuario y en Absalom, Absalom. Más de treinta Snopes aparecen en las novelas de Faulkner, senadores, coroneles, comerciantes, campesinos. De Ab Snopes, el padre de Flem, nadie reconocería ser pariente. Un hombre al que “se le agrió el carácter” con fama de quemar graneros que finalmente llega al condado de Yoknapatawpha, donde debido a la amenaza en forma de incendio que representan él y su familia, sobre todo Flem que se limita a mantener un amenazador silencio, en una absurda conversación donde lo más importante es precisamente lo que no se dice, consigue dejar los trabajos del campo y convertirse en el tendero de Varner en Frenchman’s Bend:
El nuevo dependiente era un hombre rechoncho y blando, de edad imprecisa entre los veinte y los treinta, con un rostro ancho e inmóvil que contenía una apretada costura a manera de boca, ligeramente manchada de tabaco en las comisuras, unos ojos del color del agua estancada y, sobresaliendo entre los otros rasgos como sorprendente y repentina paradoja, una diminuta nariz de animal de presa, algo así como el pico de un pequeño halcón. Daba la impresión de que el diseñador o artesano original no había tenido tiempo de colocar la primitiva nariz y que la obra inacabada había sido concluida por alguien de una escuela radicalmente distinta o quizá por algún humorista rematadamente loco, o por alguien que sólo había tenido tiempo de arrojar sobre el centro de la cara un frenético y desesperado signo de alarma.
La cuestión que se plantea en este inicio es saber quién ha salido vencedor, si Flem, que no ha hecho nada de forma activa, o Varner, que piensa que convirtiéndole en dependiente elimina la amenaza del posible incendio del granero y que acabará perdiendo la tienda (y muchas cosas más). Lo importante en El Villorrio es el enfrentamiento que se produce entre todo el pueblo y Flem Snopes, los intentos desesperados de Varner, J.K. Rattliff, Houston, Mink Snopes por enfrentarse y derrotar infructuosamente a Flem y la indiferente forma que tiene éste de vencerles sencillamente aprovechándose de la principal debilidad de sus oponentes: La ambición.
De nuevo, por la habilidad que tiene Flem de medrar y ascender socialmente, no gracias a su esfuerzo, si no por la avaricia de la sociedad que le rodea, el personaje se convierte en paradigma y prototipo de la nueva clase social que desbancará a los antiguos propietarios. Una nueva clase sin escrúpulos, amoral, sin capacidad para la culpa. La falta de conciencia hace que Flem sea el antagonista que sin ninguna piedad derrotará a los Compson, a los Mc Caslin, a los Edmons, a los Sartoris, a los De Spain.
Tengo un especial cariño a esta novela que quizás deba ser calificada simplemente como recopilación de relatos (como lo era a su vez Desciende, Moisés y en cierta manera Las palmeras salvajes) y no sólo por el personaje de Flem. Hay un fragmento que sencillamente me parece el más brutal y perfecto ejemplo de lo que debe ser la narrativa, jugando tanto con lo que se narra como con la forma de narrarlo:
El capítulo dos del Tercer libro de El Villorrio se inicia así:
La mujer con la que Houston se casó no era hermosa.
A continuación durante unas quince páginas se cuenta la vida de Houston y la muerte de su mujer, una narración sobrecogedora que culmina con la soledad de Houston retando a Dios:
(...) Pero ahora no había otro cuerpo junto al suyo para que la luz de la luna se derramara sobre él, ni tampoco sitio para que otro cuerpo hubiese yacido junto al suyo. Porque el catre era demasiado estrecho y sólo quedaba la mancha brusca de sombra, color de tinta, donde dormía el perro invisible. Y allí estaba él tumbado, rígido, indomable, jadeante. “No lo entiendo” decía. “No sé por qué. Nunca sabré por qué. Pero no puedes vencerme. Soy tan fuerte como Tú. No me puedes vencer.”
Aún estaba vivo cuando cayó de la silla de montar. Había oído el tiro, y un instante después supo que tenía que haber sentido el golpe antes de oír el disparo. Luego la sucesión lógica de los acontecimientos, a la que llevaba treinta y tres años acostumbrado, se invirtió. Le pareció sentir el golpe contra el suelo mientras sabía que aún estaba cayendo y no lo había alcanzado todavía; luego ya estaba en el suelo, había dejado de caer, y al recordar lo que sabía sobre heridas en el vientre, pensó: “Si no empieza muy pronto a dolerme es que voy a morirme” Hizo un esfuerzo de voluntad para que empezase el dolor y durante un instante no pudo entender porque no sucedía así. (...)
2.- La Ciudad
La Ciudad, escrita diecisiete años después, es la continuación de El Villorrio.
Requiem for a nun supone por parte de Faulkner un intento en poner orden a la multitud de sagas y genealogías creadas para sus anteriores novelas y en la medida de lo posible subsanar las posibles incongruencias que surgen al comparar los distintos textos del autor. Requiem for a nun coincide con La ciudad en este aspecto, son novelas sucesivas en el tiempo, y también en su carácter de continuación, de novelas anteriores suyas: Santuario y El Villorrio, respectivamente.
Tal intento de cohesionar el conjunto de su obra, de conferir a las historias de Yoknapatawpha de una correlación temporal inequívoca salvando las incongruencias en que había caído a causa de la redacción independiente de cada una de sus novelas y relatos, causa cierta extrañeza al inicio de La Ciudad. Narrativamente parecen superfluas ciertas cuestiones en las que Faulkner insiste repetidamente al inicio de la novela. Especialmente la confusión entre la relación entre Gowan Stevens, Gavin Stevens y Charles “Chick” Mallison, causadas principalmente por la existencia del personaje de Gowan tal y como aparece en Santuario y su nunca aclarada relación con los Stevens, familia que aparece, además de en un buen número de relatos, en Sartoris, Desciende, Moisés, Intruso en el polvo y El Villorrio. En La ciudad Faulkner se empeña también, en aclarar, si eso fuera posible, el origen y la procedencia de cada uno de los Snopes que aparecen en las tres novelas de la trilogía.
Tenemos pues que por una parte, los diecisiete años entre la primera y la segunda parte de la trilogía bien merecen una puesta en antecedentes, un pequeño recordatorio. Y por otra parte la necesidad de relacionar con cierta lógica interna y temporal todos los relatos de Yoknapatawpha, tarea que se autoimpuso faulkner en la época. La cuestión es que a aquel lector que desconozca los entresijos del universo literario de Faulkner, que aborde por primera vez la narrativa del escritor, La Ciudad, le parecerá cuando menos desconcertante. No puede ser abordada, como muchas veces se pretende en este tipo de libros, como lectura independiente; como pocas novelas, La Ciudad depende, no tan sólo de su predecesora en la trilogía, depende de casi todas las novelas anteriores de Faulkner.
El foco narrativo de La Ciudad es Flem Snopes. Faulkner prescinde hábilmente del narrador omnisciente en esta ocasión y nos presenta la historia a través de tres puntos de vista; los de V. K. Ratliff, Gavin Stevens y Chick Mallison. Pero, al mismo tiempo, y no sólo por la uniformidad y la indistinción de los narradores de Faulkner, parece existir un único narrador en La Ciudad, un “nosotros” que incluye a los tres narradores principales pero parece tener también un ámbito universal. En palabras de Charles Mallison en la primera página de la novela:
Y cuando hablo de “nosotros” y digo “creímos” me refiero en realidad a Jefferson y a lo que Jefferson pensaba.
Así pues, las bases de la narración están sentadas desde el mismo inicio de la novela: Un narrador colectivo personalizado en tres personajes y un avance de la narración a base de “creencias” y suposiciones. Como se decía en Luz de agosto: “esto es lo que Byron (en este caso Ratliff, Stevens y Mallison) creía saber”.
Basándonos en la subjetividad de los narradores ¿qué hay de cierto en lo que se nos cuenta en La Ciudad?: El imparable ascenso social de Flem Snopes.
Hemos dejado atrás el entorno rural. Flem se encuentra en un ambiente extraño y comete algún error, pero pronto se hace dueño de la situación. Los motivos personales de V. K. Ratliff son traspasados, como una herencia, como una obligación ineludible, a Gavin Stevens, quien a su vez pronto tendrá motivos personales para desear la caída de Flem (aunque no es exactamente eso... la trama es verdaderamente algo más compleja a nivel emocional y psicológica) Pero de Flem Snopes los narradores y los lectores, que de esta forma pasan a ser parte del ese “nosotros”, no conocemos más que los hechos, no lo que los motiva:
Es como un conejo, o tal vez una alimaña más grande, una con más veneno o por lo menos con más dientes, en un bancal o entre unas malezas: se ve el movimiento de las matas pero no se sabe qué es ni en qué dirección avanza hasta que aparece.
Flem llega a Jefferson con su mujer, Eula, la hija de Varner, y se hace cargo de un hotel. Luego de la central eléctrica y poco a poco extiende sus dominios hasta hacerse con la presidencia del banco de los Sartoris. Esta ascensión sin motivación conocida, amoral, deshumanizada es la que convierte a Flem en una especie de arquetipo del Poder, de un Poder desconocido hasta entonces en Yoknapatawpha, acostumbrado a cierto paternalismo que emana de las ricas familias propietarias. Flem simboliza un Poder ciego sin más sentido que el propio Poder, inútil y estéril, vacío y destructivo contra el que “nosotros” nos estrellamos sin posibilidad de salvación una y otra vez.
Nuestro problema es que siempre nos hemos equivocado al juzgar a Flem snopes. Al principio cometimos el error de no valorarlo en absoluto. Luego nos equivocamos sobrevalorándolo. Ahora nos disponemos a cometer el error de subestimarlo. Cuando alguien no quiere más que dinero, todo lo que tiene que hacer para sentirse satisfecho es contarlo, ponerlo donde nadie pueda quitárselo y olvidarse de él. Pero esta cosa nueva tan agradable que ha descubierto funciona de otra manera. Es como estar caliente en invierno y fresco en verano, o disfrutar de paz o de libertad o sentirse satisfecho. Es una cosa que no puedes contar ni guardar en un sitio seguro ni olvidarte de ella hasta que tengas ganas de volver a mirarla. Hay que trabajar todo el tiempo y tenerla siempre presente. Ha de estar al aire libre, donde la gente la vea, porque de lo contrario no existe.
La novela pues intenta explicar las sucesivas, por erróneas, creencias de los tres narradores sobre los objetivos de un personaje hermético, críptico, con los ojos del color del agua encharcada.
En realidad la novela habla sobre Gavin Stevens.
3.- La Mansión
Existe un momento en el que la realidad literaria, la realidad de la ficción inspirada en la realidad sensible y que ha servido de base para crear Yoknapatawpha y a sus habitantes, alcanza, o se iguala, con esa realidad sensible del autor.
Supone una gran conmoción que lleva a replantearse lo realizado hasta entonces.
Ese momento llega, más o menos, hacia el final del relato titulado Otoño en el delta, de Desciende, Moisés, y es posible que Faulkner, con el mismo estupor que Ike McCaslin en ese relato, comprueba que el problema de la “negritud” no es tanto un problema racial y sí un gran problema social.
“Tal vez dentro de mil o dos mil años... ¡Pero no ahora! ¡No ahora!” dice el viejo Ike a la mujer descendiente de los Beauchamp, por consiguiente pariente suya, entre quienes se abre un abismo de prejuicios que el propio Ike creía superado. No lo está. Faulkner también lo sabe y comprende que su obra hasta ese momento, empeñada en importar la tragedia griega al Sur de los Estados Unidos, ha servido para mitificar Yoknapatawpha.
Y el mito alcanza a la realidad.
En 1942.
Lo que acabo de contar no tiene nada que ver con la realidad.
La Mansión es la tercera novela de la trilogía de los Snopes y forma junto a la anterior, La Ciudad, un binomio en el que Faulkner, como ya hemos dicho, desarrolla una tardía obsesión: La de dotar de coherencia cronológica al conjunto de sus relatos sobre Yoknapatawpha.
Al mismo tiempo es más cosas. También, como la anterior, La Mansión es la novela sobre Gavin Stevens y su total, y aparentemente innecesaria, renuncia a aquello que desea. Es la historia de Mink Snopes y su postergada venganza por el largo periodo que pasa encarcelado por el asesinato de Houston perpetrado en El Villorrio. Y es el final de Flem Snopes, pero un final aplazado durante tantos años que apenas satisface a nadie, un final tan previsible como arrollador había sido el ascenso del personaje. Y es la historia de Linda Snopes en la misma medida que el libro anterior lo era de su madre Eula.
Narrativamente La mansión sigue la pauta marcada por La Ciudad en la que se alternan los tres narradores, Ratliff, Stevens, Mallison, que proporcionan distintos puntos de vista pero con una única fuente narrativa que comparte un objetivo común, ese “nosotros” que representa a Jefferson y su urgencia por librarse de todos los Snopes que, como una plaga, se han apoderado de Yoknapatawpha. Pero en esta ocasión se le agrega un narrador omnisciente con el que Faulkner recuperará el ritmo, el sarcasmo y el humor habitual en otras obras y que prácticamente en esta ocasión reserva para explicarnos la enrevesada trama tejida por distintos intereses en torno a Mink Snopes, consiguiendo que el despiadado asesino que nos había horrorizado con la sordidez de su crimen en El Villorrio se convierta en el involuntario héroe de La Mansión. Detalles narrativos como el sucesivo gasto de cuarenta dólares desde su salida de la cárcel no sólo son cómicos y enternecedores, sino que suponen la consumación de la sabiduría literaria de su autor. Al final es sólo Flem Snopes y el personaje colectivo “nosotros”, Jefferson, emplea el arma más conveniente para acabar con él, Mink:
De hecho Flem era el único Snopes auténtico que quedaba en Jefferson. El viejo Ab nunca había llegado más allá de la colina, a tres kilómetros de la ciudad (...) Cuatro años atrás Flem había devuelto a I.O. definitivamente a Frenchman’s Bend. Y ya antes de eso eliminó a Montgomery Ward enviándolo al penal de Pachman donde ya estaba Mink (...) Y hace tan sólo un mes, los cuatro medio indios medio Snopes que Byron (el empleado del banco del coronel Sartoris que dimitió recurriendo al sencillo y práctico expediente de embolsarse todo el dinero suelto que pudo llevarse y salir zumbando camino a la frontera más cercana) envió a porte debido desde México le fueron devueltos en cuanto alguien pudo acercarse lo bastante para colgarles las etiquetas de reexpedición antes de que el que tenía la navaja en aquel momento pudiera sacarla. Y por lo que se refiere a los hijos de Eck, Wallstreet Panic y Almirante Dewey, nunca habían sido Snopes para empezar, puesto que toda la ambición de Wallstreet era llevar un negocio de alimentación al por mayor utilizando el escandalosamente poco snopiano método de venderle a todo el mundo exactamente lo que creían que estaban comprando por exactamente la cantidad que creían que iban a pagar por ello.
El único que verdaderamente podría volver a Jefferson era Mink. Y a él reserva Faulkner toda su enjundia literaria: La parte final es una verdadera maravilla y la frase de Linda Snopes tan lapidaria y digna de elogio como la que pronuncia Anse Bundren al final de Mientras agonizo.
Puro Faulkner.
Sin embargo la novela está contagiada de ese afán de dar coherencia al conjunto de su obra (algo que pienso que ningún lector de Faulkner le hubiese exigido nunca, sabiendo leer entre líneas, sin necesidad de rellenar los huecos) Así las historias subsidiarias tienen tanta o más importancia que las principales (las tribulaciones amorosas de Stevens, la vuelta de Mink a la sociedad) y el autor se deja llevar por ellas, un tanto complacido, dispuesto a congeniar la realidad literaria de Yoknapatawpha con nuestra realidad. Historias que han quedado sueltas en otra obras, justamente sueltas e inacabadas por exigencias de la gran obra, son retomadas por el autor para descubrirnos como, por ejemplo, Jason Compson, uno de los protagonistas-narradores de El ruido y la furia, es engañado dos veces por Flem Snopes, o cual fue el origen y el final del senador Clarence Snopes que aparece en Santuario y que aparentemente (aquí se aclaran los detalles) no tenía relación con Flem, demostrando que los Snopes representan algo tangible y real dispuesto a adueñarse del mundo. Snopesiano es un adjetivo peyorativo aceptado en muchos lugares.
De esta manera el mundo de Yoknapatawpha se convierte en una realidad plausible, tan intensa y compleja como la mismísima realidad que comparten autor y lector. Consiguientemente es una realidad inenarrable, contradiciendo así la voluntad de Faulkner.
Y es ahora, al final de esta larga historia, cuando este fragmento, que aparece en El Villorrio, debe ser insertado:
Cuando Flem desciende a los infiernos, su alma, que había vendido al Príncipe de las Tinieblas, ha desaparecido de donde estaba guardada. El diablo quiere echarle, darle un alma distinta, sobornarle, pero no hay manera, Flem permanece impasible reclamando lo que le corresponde legalmente:
-¿Qué le habéis ofrecido?- preguntó (el Príncipe).
-Las gratificaciones.
-¿Y?
-Las tiene. Dice que para un hombre que sólo masca tabaco, cualquier escupidera sirve.
-¿Y luego?
-Las vanidades.
-¿Y...?
-Las tiene. Ha traído una gruesa en la maleta, hechas de amianto especialmente para él, con broches que no se funden.
-Entonces, ¿qué es lo que quiere?- gritó el Príncipe- ¿Qué es lo que quiere? ¿El Paraíso?
Y el anciano servidor se le quedó mirando, y el Príncipe creyó primero que era porque no había olvidado la burla anterior. Pero pronto descubrió que no era ese el motivo.
-No- dijo el anciano servidor- Quiere el Infierno.
(Todos los fragmentos pertenecen a las traducciones de J.L. López Muñoz para Alfaguara.)
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