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MUECAS DEL DOBLE.
[Crónica de una conversación con Enrique Vila-Matas]
CÉSAR MAZZA
En una magnífica mañana soleada de primavera en Barcelona, a las diez y media, llego al Café-Librería Bernat. El lugar, de unas escasas mesas, con anaqueles de libros como telón de fondo, es inmejorable. El escritor entra a escena en sincronía con las agujas de reloj, exactamente a las once de la mañana. Luego de la presentación de rigor, pone sobre la mesa dos libros, como si se tratara de cartas que abren un juego. “Son un obsequio”. Estas palabras acompañan ese gesto de una elegancia intempestiva. Sin preámbulos, dice: “recién desde hace muy poco tiempo siento placer en escribir”, para pasar a contar algunos detalles de la edición de su último libro, Impón tu suerte, ejemplar que ya está en mis manos. Mientras Vila-Matas cruza unas palabras con el mozo, abro el libro y alcanzo rápidamente a divisar los nombres de Macedonio Fernández, Alberto Savinio, Jacques Lacan…. Ya estoy de lleno en el juego; tenía en mis subrayados una referencia en dos o tres textos del autor a Macedonio Fernández. De Savinio solo recordaba una tenue línea de sombra que se reiteraba en Historia breve de literatura portátil.
El Primer lector
Abro entonces con la siguiente cuestión: hay una conexión entre el relato en el que aparece Luis Felipe Pineda, una especie de doble del propio escritor, y la conjetura del primer lector. Traigo a la conversación esa teoría del primer lector, recuerdo que Vila-Matas realiza en un ensayo2 el rastreo por Macedonio Fernández, Pierre Menard y Joseph Conrad entre otros. El momento decisivo del relato se define cuando Conrad termina con el manuscrito de La locura de Almayer y busca encontrar, a cara o cruz, a su primer lector. Un augusto marino, interlocutor ocasional, soporta la función de ser el lector encontrado. Se busca un lector porque lo escrito irrumpe despertando extrañeza, no es una pertenencia, se torna insólito al propio autor. Se requiere de un primer lector tal vez para apaciguar, infructuosamente, la violencia de esa novedad. La escritura entra a la escena del mundo de una forma ilegible. No se la podrá leer desde las formas habituales, se precisa inventar una nueva manera de leer. El primer lector es entonces una creación propia de la escritura.
En una de las historias en esa novela-ensayo, Bartleby y Compañía aparece el personaje Pineda, amigo de la escuela secundaria. De gestos principescos, el personaje es un dandy, se distingue del rebaño y se burla del mundo ya hecho. El narrador reconstruye, al estilo de un rito iniciático, la conmoción del universo que descubría a través de su amigo: la provocación a lo instituido, la risa como marca de un humor, la poesía de Blas de Otero, Bob Dylan, Chet Baker… Luego de no frecuentarse por un año, en un reencuentro casual, ante la pregunta del narrador “¿sigues escribiendo poemas en un solo verso?”, Pineda vuelve a reírse, saca de su bolso un papel de fumar y escribe un poema completo en ese papel. Renglón seguido, procede a fumarse lo que había escrito. Ante semejante escena, el narrador recuerda una frase de ese poema que se disuelve con el fuego. Tal vez este universo que irrumpe quedará cifrado en esa frase: la estupidez no es mi fuerte. Como en algunas intervenciones o performances, lo decisivo de la poesía se dirime en el instante de escribirla: fumarse la propia obra3.
Pineda, un “recién llegado” a la vida del escritor, es el primero al que se quiere imitar. Pero esta imitación no implica una mímesis, una mera copia del original; es la operación de Pierre Menard. Según la fábula de Borges4, el copista se apropia de lo que viene del Otro para convertirse en escritor. El copista entonces es el que se inventa, se hace autor por apropiación creativa de lo que mejor ha escrito el otro. El inédito autor necesitará encontrar ahora, en este juego, a su primer lector.
“¡Sin lugar a dudas!”, exclama discretamente Vila-Matas, y como siguiendo el hilo de mi argumentación, se detiene en el personaje de Pineda y en la deriva de esa amistad. Cuenta algunos episodios de sus encuentros con Pineda con la misma sorpresa que se destila en su texto. Por ejemplo, el hecho de que a su personaje, luego de largos años de no tener ninguna clase de noticias, se lo encuentra por casualidad cerca de su casa, viviendo en el mismo barrio. Otra vez, una empleada del Café-Librería donde estábamos reunidos, le confiesa que hace un mes llega un señor a comprar un libro y por su notable parecido con Vila-Matas lo confundió con él. El equívoco se aclara cuando la vendedora se acerca a conversar, sin poder salir de su asombro ante la semejanza. “Un signo extraño”, dice el escritor, “porque no hay ningún parecido físico aparente entre él y yo”. En otra oportunidad, se lo cruza a Pineda en Madrid y él le plantea que en realidad nunca fueron amigos y tal vez la afinidad entre ambos es ficticia. “Me pareció lógico”, dice Vila-Matas, para cerrar: “A partir de entonces, no busqué más acercarme a él”.
La Rue Vaneau
La mención del nombre de Witold Gombrowicz en la puerta de una casa en la Rue Vaneau, en París, dispara su respuesta al modo de una lectura en voz alta. Así, el diálogo se dispersa en esa aparente digresión, tal vez una deriva que se va haciendo de la misma estofa de sus narraciones, “el Diario de Gombrowicz me acompaña siempre”, dice Vila-Matas. Hoja tras hoja, entonces, desembocamos en una calle, la Rue Vaneau, punto de inflexión donde el espacio físico se trastoca en acontecimiento.
-En una oportunidad, usted se fija en una fotografía de Witold Gombrowicz y en una lectura fugaz se puede vislumbrar una Tyche, un encuentro que traerá como consecuencia mimetizarse en el retrato del escritor polaco. Así, su propio devenir escritor está signado por ese retrato. Se imagina que sería un escritor como él, más precisamente, que escribir lo llevaría indefectiblemente a la copia literal; como un escriba del medioevo, pero sin el humor de Pierre Menard. Tal impacto lo conduce a no poder leer su obra por diez años. No leer, entonces, para no caer en la imaginada vampirización del doble…
Permítame que le pregunte, ahora, sobre la influencia de Witold Gombrowicz en su escritura.
E V-M: - ¡Exacto! Su influencia es permanente. Suelo alojarme en el hotel Suède, un hotel que me contrata la editorial en la Rue Vaneau, en París. Hay seis direcciones, seis puntos que encontré cruciales en esa Rue y que, no teniendo que ver unos con los otros, se me presentaron en distintas ocasiones como indisociables, significativamente relacionados.
Uno de ellos es la farmacia Dupeyroux y un episodio con las aspirinas. Las aspirinas francesas son mejores que las españolas, entonces, bajo del Hotel y me dirijo a la farmacia. Cuando luego del saludo de rigor solicito a la empleada del mostrador “aspirinas francesas”, recibo de golpe la frase: “recién llegás a París y ya te está doliendo la cabeza”. Desmintiendo el típico malhumor de las empleadas de París y como si supiera algo de mi vida, me deja perplejo por un momento. Sólo atino a responderle paranoicamente diciéndole que he visitado varias veces ese local por internet y que la voy a tener al corriente.
Otro punto. Mi habitación, que está en el tercer piso, tiene una vista privilegiada de los jardines Matignon. Es un punto estratégico: me enteré tiempo después que oficiales nazis se habían instalado en esas habitaciones del tercer piso durante la ocupación francesa utilizando el Hotel como cabeza de playa. Asimismo, en el 24 Rue Vaneau, se encuentra la bella Mansion Chanaleilles donde vivió en 1931 Antoine Saint-Exupéry. El editor Christian Bourgois me habló de la Mansion, supongo que por mencionar a una de las casas más distinguidas de esa calle. Pero lo curioso es que cuando le digo que sabía de la estancia del escritor-aviador, tal vez sorprendido por la información detallada con que contaba, vuelve a su habitual y prolongado silencio para luego señalar con la mirada una misteriosa casa inadvertida por mí a solo cuatro pasos del Hotel. Sin dudas se trataba de una casa habitada, pero en los días que estuve alojado no se veía salir ni entrar a nadie. A veces, de noche, se veían unas discretas luces en tres de las doce ventanas en la planta baja. Ya retomaré lo que ocurrió en esa casa. En el 1 bis se encuentra una placa, costumbre muy francesa, donde consta que allí vivió durante veinticinco años André Gide. Un día intento acercarme a esa casa para fotografiar la placa pero un grupo de turistas me lo impide, doy entonces con cierta casa que tiene una placa no muy visible: es la embajada de Siria. No me explico por qué tuve el rapto de cruzar la calle y hacer una fotografía del frente de la embajada. Un momento de extrema insensatez porque de inmediato veo que un tipo, tal vez un agente de seguridad o un espía, me observa. Rápidamente, trato de disimular ese acto, sabiendo que es en vano. Quedé con esa inquietante sensación de ser observado.
Con todas estas intromisiones de la Rue Vaneau en mi vida, en el atardecer de ese mismo día, cuando ingreso en mi habitación me detengo a ver bajo las escasa luz de la casa de al lado tres angustiosas siluetas. Enciendo la televisión y me entero en el primer canal que se conecta que el presidente de Siria acababa de cambiar al Primer ministro. Hay un signo en estas extrañas coincidencias.
-Se me ocurre, si me lo admite, que esto de las sombras y las siluetas se condice con la frase de Marcel Proust “La literatura es la única vida realmente vivida” y tiene su precedente en el juego que establece Macedonio Fernández entre lo visible-legible/invisible-ilegible.
E V-M: -No tengo presente lo de Macedonio, aprecio mucho su lectura. Prosiga su idea por favor…
-Para Macedonio, el relato realista, con su pretensión de ser copia o reflejo de la realidad, se ubica en el espacio de lo representable, es lo siempre visto. Algo así: “Un andar, en las calles, tranvías y empleos públicos de Buenos Aires, con casita, casamiento, prole, lo que tiene tanta redondez y heroísmo como la ejecución del furioso anuncio de dar toda la vuelta”5. El realismo en el arte es un arte culinario, dirá Macedonio. Por otra parte, lo nunca visto es lo que no entra en la redondez de la representación, es lo ilegible de una literatura sin tramas ni personajes. La novela cuenta la novela, no hay relato sobre un asunto. El asunto es el hecho mismo de la escritura.
E V-M-: En esa línea Teju Cole, escritor, historiador de arte y fotógrafo, en su novela Ciudad abierta un narrador-caminante repara en lo que no se nota, en lo invisible. En el escenario de la ciudad de Nueva York, el narrador incursiona en un angosto callejón que desemboca en un edificio negro. Al toparse con un bloque informe, descubre que en realidad es una torre cubierta de una densa malla negra y que allí están las ruinas del World Trade Center. Me parece que es uno de los grandes momentos de la literatura contemporánea porque aprendemos a buscar lo oculto en el negativo puro, en una oscura imagen nocturna. Pero claro, antes lo escribió Macedonio en su gran novela experimental…
-O al revés. Si jugamos con la desunión entre el antecedente y el consecuente, podemos afirmar que Macedonio plagia por anticipado a Teju Cole, según Pierre Bayard… En el Museo, lo nunca visto aparece en una irónica conspiración que detenta conquistar la ciudad de Buenos Aires retorciendo los espejos y provocando un estallido de risa, una conspiración para inocular de misterio la monotonía de la vida mecanizada.
E V-M-: Teju Cole se fija en lo que pasa desapercibido, en lo nimio, se toma en serio lo que dice Agatha Christie: “No tiene la menor importancia, por eso es tan interesante”. Por eso, estoy convencido que a este gran escritor le puede llegar a interesar el film Ni le ciel, ni la terre. Un ejercicio cinematográfico de Clément Cogitore donde un regimiento francés viaja hacia lo ilegible. A pesar de estar equipados de cámaras térmicas y visores infrarrojos para vigilar una población árabe, estos dispositivos de guerra no sirven para ubicar lo que no se puede ver, el horror de la propia- ajena destrucción. Una realidad casera, representable y solo en apariencia civilizada se torna en una realidad bárbara e ilegible.
-Pero, ¿y la conexión con Gombrowicz?
E V-M: -(insinúa una cierta sonrisa)… Aprendí a encontrar instantes en el Diario. En esa obra, se presentan los más esplendorosos momentos alcanzados por Gombrowicz a lo largo de toda su escritura, tal vez arriesgaría si dijese también a lo largo de su carrera. No en vano lo que encontré en la Rue Vaneau son, asimismo, retratos de momentos, instantes de deslumbramiento en los que nace un pensamiento en relación muy estrecha con contenidos casuales procedentes del ambiente.
A mí me habían invitado de verdad
Retomo una imagen fugaz del comienzo de la entrevista donde veo que Alberto Savinio se encuentra en la constelación de autores de Impón tu suerte, con esa idea pregunto a quemarropa: “¿Conoce el texto La civilización finiana de Savinio?”. Con una pizca de entusiasmo y tal vez de cierta malicia, Vila-Matas responde con un tímido “No”. A su vez, toda su gestualidad se muestra dócil y expectante. Me adelanto a decir “Es una especie, si me permite esta licencia, de texto Odradek, con domicilio vagabundo, borroso y equívoco que se alojó temporariamente en la revista escrita6 gracias a la sagaz búsqueda del escritor Antonio Oviedo”. Al alcanzarle el ejemplar de la revista, se sumerge de inmediato en la lectura. Silencio, pasan unos largos minutos. Dice “gracias”.
Aprovechando su silencio, cuento que encontré una fuerte afinidad entre esos artistas del No explorados en Bartleby y compañía con los diletantes propuestos por Savinio. Leonor Fini, creadora ejemplar de ese conjunto anacrónico y disperso, es una de sus exponentes. Tal vez los diletantes se asocian estratégicamente, digo, con los Bartleby, formando una subespecie, en la batalla contra el tiempo. Se plantan, interceden con un No en la línea del tiempo-progreso como concepción impuesta. Estos socios sin sociedad, agrego, son los que no claudican en el mundo que proponen a través de su anti-oficio. Solo aparentemente negativistas o suicidas, caballeros andantes de la Nada cultivan el arte de no llegar a ninguna parte. Un hacer que no tiene otra finalidad más que la satisfacción liberada en el mismo hacer. Cito de memoria el final del texto que Vila-Matas termina de ver-leer: “solo admito la existencia de los artistas que como Leonor Fini, poseen un mundo propio para ofrecer. A los otros, espero que el tedio los devore”.
E V-M: Sí, el tedio de los que triunfan en línea recta y ascendente… En el ensayo Imposturas y máscaras7 el estilo diletante se plantea en el rastreador ideal, insensato e ingenioso capaz de olvidarse del temor al enjuiciamiento. El escritor que considero es Leonardo Sciascia, un Borges de las luces sicilianas. Decía, es el rastreador que como un niño paseándose en un atardecer olvida la inquisición, la idea y la temeridad de juzgar, juega a perderse porque confía en hallar un pasaje inédito que premie su valor de alejarse de las avenidas principales. El estilo diletante es conciso y digresivo a la vez, en La sentencia memorable, Sciascia escribe “Nada hay más delicioso para un escritor que el divagar; que el deambular: el escribir parece convertirse en pura, transparente existencia”.
-Usted mismo al referirse, por ejemplo, a Julien Gracq, dirá que este autor crea una narración en forma de un itinerario, animada por la búsqueda del conocimiento y a la espera del acontecer. La misma escritura de Savinio es mencionada en el género de ensayo-divague o narración vagabunda. Incluso Jacques Lacan aparece sorpresivamente ubicado en su trama cuando lo cita en la decisión de “avanzar como funámbulo en el trabajo sin red”.
E V-M:- Lacan siempre me divirtió, sin entender de qué se trataba la frase “la mujer no existe”. A su vez, conocí a Oscar Masotta por mi amigo Raúl Escari. Masotta es un personaje de Doctor Pasavento. En mis próximos relatos podré tomar a Savinio como antecesor de la literatura portátil de acuerdo a lo que escribe en escrita: “Los finianos son a la familia de los humanos lo que las algas, o más exactamente los sargazos, son a la familia de las plantas. También los finianos, lo mismo que los sargazos, poseen raíces que no están ocultas en el suelo sino flotando en el aire libre, lo cual no impone una fijación territorial pues permite desplazarse a merced del viento”.
Recuerdo la última impresión que me quedó de la conversación con Vila-Matas. Al finalizar le comento que lectoras de su obra, argentinas, querían venir a la entrevista… Con algunos gestos diabólicos de enfant terrible, me dijo, para rematar, “No sabía cómo iba ser, si tremendo o fantástico. Pero fue fantástico”.
Barcelona, 6 de abril 2018.
1 CM psicoanalista y ensayista, dirige la revista Exordio.
2 Cf. “Escribir es enterarte de qué historia quieres contar”.
3 La frase es llevada a posteriori al estatus de divisa, con una leve modificación que es la que sirve de antecedente a una agrupación diletante, cuyo fundador es él mismo: la Sociedad de refractarios a la imbecilidad general (cf. datos biográficos en la solapa de su libro Impón tu suerte).
4 Cf. Pierre Menard, autor de El Quijote. Jorge Luis Borges.
5 Cf. Prólogo a lo nunca visto en el Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández.
6 La revista escrita 7, junio 1985, Córdoba, Argentina. Ediciones Escritas es una publicación que nace en 1980 en un cruce entre el psicoanálisis lacaniano y la literatura, su nombre se inspira en los Escritos de Jacques Lacan, dirigida por el escritor Antonio Oviedo tuvo una crucial impronta Germán García, mentor e instigador de una manera de jugar con referencias intrínsecas de la obra de Jacques Lacan y otras tales como: Witold Gombrowicz, Oscar Masotta, Macedonio Fernández.
7 En el libro El viajero más lento (1992). |