Invisible
Nueva York, 2 de mayo de 2009
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JUSTICIA POÉTICA
MERCEDES MONMANY
La figura escurridiza, misteriosa, cínicamente manipuladora y ubicua, a la vez que invisible, del espía ha forjado algunas de las mejores obras de nuestra época y ha dejado un amplio rastro, en especial a través de la numerosa artillería de ficción policíaca y política urdida a propósito de la «guerra fría», aunque en la segunda mitad del siglo XX hubo otras muchas guerras sucias, con sombríos mercenarios que se desplazaban de una parte a otra del globo terráqueo. Pocas veces, sin embargo, se ha escogido al espía para una trama metafísica y filosófica, con el objeto de encarnar el Mal: ese mal cambiante, impune, poderoso, imposible de batir, sea la época que sea y se trate del infierno que se trate; bien de la época medieval, bien de la contemporánea.
Samuráis enloquecidos. Paul Auster lo ha hecho en una de sus más inquietantes y provocadoras novelas. Su objetivo en estas brillantes y desasosegadoras páginas, que ha titulado Invisible -y en las que hacen su aparición escritores de nuestros días como Vila-Matas-, es representar la eterna lucha, muchas veces desproporcionada de medios, entre el Bien y el Mal. O, si se prefiere, entre humanidad/compasión y violencia/fiebre militarista, acompañada ésta de «samuráis enloquecidos» dispuestos a tronchar cabezas y pasearse triunfalmente entre los charcos sanguinolentos de los múltiples campos de batalla que cualquier época deja tras de sí.
La novela comienza con la presencia de un Mal siempre reencarnado. Dante le dedicaría a un siniestro y notable poeta provenzal del siglo XII, Bertrán de Born, los últimos versos del canto XXVIII del Infierno. De Born aparecía llevando su propia cabeza cogida por los pelos, mientras la hacía oscilar de un lado a otro como un farol. Un tormento al que Dante lo había sometido por haber aconsejado al príncipe Enrique que se rebelara contra su padre, Enrique II. Pero no lo condenó por lo que la moral actual lo hubiera condenado. Es decir, lo intolerable y nauseabundo para cualquier persona de nuestros días es que el excelente pero perturbador poeta De Born fuera un enamorado de la guerra. No simplemente un defensor de «guerras necesarias» y pragmáticas, sino un cantor entusiasta que había encontrado en la batalla, como se nos dice en la novela, «su verdadero tema, lo único que parecía interesarle con genuina pasión». Algo que le colmaba de felicidad y le producía auténtico deleite, tal y como narraba en sus versos. Destrucción, pánico, murallas que ceden, cadáveres por doquier, encontraban, ante una falta de «justicia poética» moderna que les hiciera frente, toda legitimidad y admiración.
Reino del Acaso. Pero nada muere, todo se reencarna, nos viene a decir Auster. El deleite y la seducción del Mal revive en la figura de torturadores, espías dobles, policías secretas y jueces plegados al poder, o bien tiranos coloniales de islas del Caribe con esclavos que pican piedra, todos los cuales van apareciendo y dejando huellas difusas, oscuras e inverificables, a lo largo de esta novela. Una obra en la que diversas filigranas del «Reino del Acaso» y memorias escritas y planeadas a varias bandas se suceden en la forma de infinitas cajas chinas que no dejan de ensamblarse aquí y allá, como Auster nos tiene acostumbrados.
También algo pareció resucitar en 1967. Aquel De Born atávico y sanguinario sería traído de nuevo a la conversación en medio de un party universitario en Nueva York. El joven y atractivo poeta judío Adam Walker, buen conocedor de la literatura francesa, se encuentra con otra persona que se apellida así; en este caso, Rudolf Born, profesor de Ciencia Política venido de Francia. Juntos recuerdan a su tétrico ancestro.
Diablo moderno. Dandi ingenioso y excéntrico, el actual Born esconde algo turbio, desagradable, repulsivo, lo cual no anula sus otras cualidades: esa mezcla de encanto, inteligencia y sentido del humor con la que muy probablemente, como sospecha Walker, acaba consiguiendo todo lo que se propone. Y, efectivamente, así será.
El diablo moderno, refinado y perverso que es Born seduce a su víctima -un antimilitarista que se resiste a ir a Vietnam- engatusándolo y atrayéndolo con lo que más le puede cautivar: dirigir una exigente revista literaria financiada por él mismo. A partir de entonces, una tupida tela de araña no dejará escapar a la presa indefensa en la que el joven poeta se ha convertido.
Suplemento cultural ABCD, 19 diciembre 2009. |