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FRAGMENTO DE UN DIARIO SOBRE EL AÑO DE LA PESTE
EDNODIO QUINTERO
Que el mundo el día después de la pandemia de la peste del COVID-19 será distinto, eso está por verse. Que será mejor, permítanme dudarlo. En realidad nadie lo sabe pues siempre sucede lo inesperado. Sospecho, sin embargo, que con mínimas variantes, luego de la euforia por haber sobrevivido a un evento terrorífico y letal, todo seguirá igual. Los homínidos tenemos una extraordinaria capacidad para olvidar aquello que no nos conviene recordar. Tampoco creo, como suelen pronosticar los optimistas de oficio, que de esta catástrofe vamos a extraer una lección. Las pandemias han existido desde siempre, y por desgracia, no hay que ser Nostradamus para anunciarlo, ésta no será la última.
Sin embargo, la peste que aterra ciudades de Italia, España, Francia y toda Europa, y que ha dado un salto mortal al Imperio al tiempo que ronda por nuestros desasistidos países de América del sur, es lo más parecido a las fantasías apocalípticas que aparecen en Ciudades de la noche roja, la novela de William S. Burroughs, muy distinta a los virus que la han precedido, en particular por su inmensa rapidez de propagación, su capacidad de ocultarse en organismos jóvenes y sanos, la variedad de daños que ocasiona: economías devastadas, psiquis deterioradas y el resurgimiento de los profetas que anuncian el fin del mundo.
Si no adquirimos alguna enseñanza provechosa de este virus que viaja por el planeta de los simios al igual que una estrella de la muerte —¿han notado que tiene forma de mandala?—, capaz de producir un evento inquietante e inédito como el confinamiento casi global, al menos será un recordatorio de que todos viajamos en la misma nave escorada llamada Tierra, que avanza dando tumbos por el espacio sideral.
Mérida, mi herida, 10 de abril de 2020. |