Lartigue, Tempête à Nice, 1925
LUIS MORENO VILLAMEDIANA:
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V-M par M-V
LUIS MORENO VILLAMEDIANA
Supongo que supe de Enrique Vila-Matas por algún elogio o alguna descripción en la revista Vuelta, o tal vez en Quimera; en estos días, sólo sé con generalidad muy depurada que le debo algunos nombres a un laberinto hemerográfico, de entrada y salida ciertamente borrosas. Estoy seguro de que lo leí por vez primera después del dieciocho de noviembre de mil novecientos noventa y tres: aún guardo la factura en el libro inicial, Suicidios ejemplares (1), como un marcapáginas que es a un tiempo un perecedero recurso mnemótico. De Suicidios ejemplares me interesó todo, hasta el desmentido de un prejuicio: entonces yo todavía pensaba que buena parte de la literatura española era la forma escrita del doblaje que en España padecen los filmes extranjeros, y que en ella no podía haber personaje que no tuviera la modulación de un actor sindicado, que reproduce cada línea como si estuviera a un paso de la muerte o la pequeña muerte. Esa instrucción no es desdeñable: en la elección de unas palabras y la claridad de una sintaxis, Vila-Matas mostraba que la literatura no obedece a constreñimientos nacionales, que de hecho no hay constreñimientos nacionales, ni ontologías traducidas a un tesauro y una fricativa interdental, ni calcos lingüísticos capaces de reducir una provincia. Después vería las señas de variados suicidios, o avisados como hechos o previstos como solución. Me interesa verificar ahora la reiteración de una idea que, con el tiempo, Vila-Matas iría desarrollando en sus novelas: la desaparición como conducta simultáneamente literaria y moral, poco menos que estilística, como se sugiere en Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento. Eso convierte aquel libro de cuentos, para mí, en un centro magnético, cuyo valor puede ser retrospectivo e intransitivo, compuesto de resúmenes, anunciaciones y latencias.
Tal vez sea una coincidencia que la factura de compra número 25661 de la librería Ludens la haya encontrado hoy en Suicidios ejemplares entre las páginas 40-41; en la última se lee: “Usted se ríe de una manera infinitamente seria—le dije—. No sé si su risa puede ser considerada como tal”. Más de quince años después me entero del origen de esa frase. La escribió Lezama Lima en Algunos tratados en La Habana, como nos hace saber el epígrafe que Vila-Matas pone en la introducción al pequeño volumen de fotografías de Lisbeth Salas, Infinitamente serio. Enrique Vila-Matas: “Se reía de una manera infinitamente seria, dice alguien hablando de Mallarmé” (2). En ambas instancias se convoca lo dicho, igual que una certificación venida desde afuera en el caso de Lezama, y como autoridad de la primera persona en el cuento de Suicidios ejemplares—y aquí se transforma la cita en paratexto diluido, en literatura que pasa por súbita ocurrencia sin autor. Es el método del espejo que expande deliberadamente lo real, hasta abarcar lo visible en el papel y su derivación imaginaria. La escritura narrativa no se considera un discurso capaz de desairar las estanterías de libros contra libros en provecho de otros muebles, vistos como más útiles, y puede hablar de sí como si fuera un sueño en el que ella se cae o se levanta. Que Jorge Volpi considere “autista” (3) esa expansión de la realidad que incluye como propios los textos es síntoma de su extravío personal.
Ese modo de incluir la literatura en Suicidios ejemplares tiene su equivalente en la fotografía de la portada: El hombre que justo en el centro de la imagen maneja una cámara es la dilatación del cuerpo de Jacques-Henri Lartigue, que lo retrata. El fotógrafo anónimo que vemos de seguro obtuvo una representación simétrica de la tormenta en Niza, con su propio fotógrafo en el centro, con otras palmeras sacudidas y diversos paseantes. Sólo una firma y la legitimación que ella expide nos permiten asegurar que Lartigue es quien hizo la toma que hoy detallamos. Parece más importante la naturalidad con que un oficio se hace en el rectángulo sujeto y objeto. Fantaseo con una posibilidad de “Tempête à Nice, 1925”: la obsesiva ampliación de la imagen hasta llegar al cristal del lente de aquel aparato, donde se descubre, con las piernas igualmente abiertas, y algo inclinado, al fotógrafo oculto.
La literatura de Enrique Vila-Matas revela la identidad de los que insisten en desvanecerse. Cuando en Bartleby y compañía, por ejemplo, el escritor inventaría esa familia, crea un reverso donde es posible concebir una modalidad de la presencia, una especie de trazo que delata al ectoplasma: sus páginas hacen obra de la falta de obra, hacen lo propio de lo ajeno omitido, como una hipótesis de lo que se perdió. Esa experiencia creativa me recuerda un verso del reidor infinitamente serio, Mallarmé, en versión de Octavio Paz: “espiral espirada de inanidad sonora”. La espiral en el colmo de su torcimiento de algún modo describe lo que hace Vila-Matas: una actividad inconmensurablemente literaria y repetidamente tratando de precisar el canon de la literatura que no llegó a venir y es por eso un modelo.
Me atrevo ahora a mover la factura de compra número 25661; voy a dejarla sin descuido entre las páginas 64-65 de Suicidios ejemplares. Me gustan unas frases que leo en la primera: “Entre las medidas adoptadas para poder vivir como escritor secreto, la más curiosa de todas era la que había tomado hacía ya más de cuarenta años: la de vivir en su propio país, la pequeña y seductora, aunque terriblemente mezquina, isla de Umbertha, haciéndose pasar por extranjero”. Esas palabras reiteran el valor inaugural que tiene para mí ese libro de cuentos en relación con las otras obras de V-M: allí están la literatura del No como proyecto, la desaparición como energía, lo foráneo como utopía que permite escribir. Cómo necesito esta última certeza: noto en mis propias siglas—M-V—una señal extraña, que no tiene que ver con las prácticas del fulano que se ocupa de una vida agotada en el tedio. La potencia de esos apellidos abreviados es el dibujo de una gestión que mantengo socialmente guardada, como si al escribir fuera un verdugo. Requiero una capucha. Debo buscar también un bastón y un bombín: voy a ser un excéntrico, no este tipo que escribe. English spoken here, on parle français...
(1) Barcelona: Anagrama, 1991.
(2) Caracas: La cámara escrita, 2009, p. 5.
(3) “Bolaño, epidemia”, en Bolaño salvaje. Ed. Edmundo Paz Soldán y
Gustavo Faverón Patriau. (Canet del Mar: Candaya, 2008), p. 203.
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