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AUNQUE GOOGLE NO DIGA NADA
PEDRO M. DOMENE
El impulso de la escritura, la intimidad voluble y esa permanente tentación consecuente por dejar constancia, provocan rarezas de todo tipo que necesariamente incluyen renuncias, pero posibilitan el relato de viajes horizontales que confirma esa tensión ensayada entre ficción y realidad con la que se alcanza la verdad, y en este devenir se añaden lecturas y reencuentros a un cotidiano existir, incluso invitaciones a festivales o centros culturales que se acercan a los conceptos de lo estrictamente metaliterario, y se transforman en un gigantesco depósito de referencias. Treinta y cinco años de oficio han llevado a Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) a convertir su propia experiencia en literatura y sucesos recientes, observaciones cotidianas, frases recordadas, libros leídos o anotaciones que brotan sin orden, se resuelven en un auténtico discurso y se convierten en un Dietario voluble (2008), una entrega caracterizada deliberadamente de híbrida, mitad reflexión y mitad relato, análisis y descripción, para contar en un conjunto de anotaciones de extensión y profundidad diversas, cuatro años, entre diciembre de 2005 y abril de 2008, de una intimidad personal. Una vez más, el escritor, en esa búsqueda permanente de su obra, explora el vacío, y nos invita a un círculo del que no se puede salir voluntariamente, que reúne a toda una estirpe de escritores, a Cervantes y a Shakespeare, a Sterne y a Conrad, a Coetze y a Pitol, citados en estas páginas y en numerosos otros textos anteriores del narrador barcelonés.
Los libros de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) proporcionan una gran variedad de referencias culturales. Por sus páginas se suceden, escritores, editores, cineastas, poemarios, novelas, películas, teorías literarias y conceptos universales sobre el arte de narrar, una propuesta original desde sus inicios: su primera obra narrativa, Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973), se convertía en un comienzo de ejercicio de estilo, La asesina ilustrada (1973), presagiaba esa voluntad inicial de sucumbir ante el mundo de la lectura, Impostura (1984), fue su apuesta por el escritor desaparecido, o el misterio de la verdadera identidad, un tema recurrente, o su no menos sorprendente, Historia abreviada de la literatura portátil (1985), una repulsiva actitud frente al realismo de la época, en Bartleby y compañía (2000), nos advertía sobre el gran enigma de la escritura y, El mal de Montano (2002), suponía la voluntad de decir cosas distintas, así hasta llegar a Doctor Pasavento (2005), una auténtica historia de la subjetividad y de la soledad; todas, en suma, obras de una imaginación y de una ironía mordaz que desvelaron su capacidad para reivindicar cualquier estimulo creativo que supusiera un artificio literario que, en el barcelonés, desembocaría en esa especie de «estética de la perplejidad» y de la «confusión» entre las páginas de un libro, incluida aquella que presupone la incapacidad del lenguaje para traducir nuestro mundo, y ese otro concepto específico que supondría la crisis de los significados y de los significantes. En realidad, la literatura de Vila-Matas solo puede entenderse como un tejido de textos comunicados entre sí que abarcarían tanto lo vital como lo literario, de ahí ese contagioso «mal de Montano», o la enfermedad de la literatura, es decir, la auténtica confusión entre la realidad y la ficción. Paralelamente, la sombra de Kafka, de Pessoa, de Rulfo, de Musil, y ahora la de Joyce y de Beckett, planea sobre su obra hasta el momento, esa realidad invisible que denota una desbordante imaginación de referencias culturales.
Un clásico, según Italo Calvino, es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, parafrasea Vila-Matas en alguno de sus textos, cuando él mismo se dispone a escribir sobre aquellos libros que ha comenzado sin saber de qué trataban y los termina igual, en la misma penumbra, aquellos que, feliz de no entenderlos, sigue leyendo con entusiasmo. Vila-Matas es esa especie de explorador que avanza hacia el vacío, en un mundo que apenas entiende, pero en el que ha tomado su posición ante la vida y la literatura, sin que, necesariamente, tengan que coincidir porque todo cuanto pueda enseñarnos la literatura se concreta en sus posiciones frente a ella, para el resto nos instruye la vida, incluso cómo conseguir el espacio y el color de una página, o mejor, un estilo, es decir, el estilo literario. Toda la obra del narrador barcelonés presume de ser, en realidad, un voluminoso manual de literatura posible, una multiplicidad de caminos que sobresalen en el laberinto mismo de la creación, tanto es así que, durante buena parte de su vida, ha ido asumiendo la ficción como una identidad propia, superando de esta forma la arquitectura formal con que se estructura el discurso narrativo y las posibles asociaciones que convierten su obra es una especie de collage de autores y obras universales. Los libros para él contienen vidas escritas y el escritor se convierte en el médium que recoge y rehace las historias que van llegando hasta él y, sólo así, cuando esto ocurre, es capaz de establecer una diálogo supratemporal, se convierte en un conspirador invisible ante una realidad realista.
Dublinesca (2010), la última entrega firmada por un Vila-Matas menos portátil, revela por su propio título un auténtico propósito culturalista que, en cierto sentido, referencia al conjunto de toda una obra anterior y, en visión de conjunto, se concreta en un hilo discursivo que oscila, a lo largo de las más de trescientas páginas, entre lo particular, lo colectivo, lo vivencial, lo reflexivo, lo real y lo simbólico, para contar con una proyectada ambición: vida, literatura y destino. El lector asiste a un ejercicio de reescritura de un libro de culto: el Ulysses y el mundo joyceano, e incluye una revelada admiración por la personalidad y la escritura de otro irlandés, Samuel Beckett.
Samuel Riba, el protagonista, pertenece a esa rara estirpe de editores cultos, obsesionado por un catálogo de calidad y a la espera de ese genio que nunca llega. Cuando el negocio se ha ido a la ruina, Riba se aparta del mundo editorial y de la bebida; sin embargo, ambas obsesiones le atormentan y marcarán, de alguna forma, su existencia contada en Dublinesca a lo largo de tres meses: mayo, junio y julio, que coinciden con la agónica situación personal del editor, los preparativos y el propio viaje a Dublín, además de la estancia que conlleva el funeral por el fin de la era de la imprenta. Antes ha pasado por una grave enfermedad y, mientras el editor convalecía en el hospital, tuvo un sueño inquietante y revelador: transcurría en Dublín, lugar que nunca había visitado, pero donde ficticiamente vivirá algunas de las situaciones más desconsoladas que nadie pudiera imaginar en una pesadilla. Para salir de esa especie de catarsis, decide invitar a tres amigos escritores a que le acompañen a Dublín en la fecha en que se celebra el Bloomsday, con el propósito de rendir homenaje a su admirado Joyce; será el 16 de junio, pero sobre todo pretende oficiar el responso de la era Gutenberg. En realidad, esta, y no otra, es también la excusa que pone Riba a su madre cuando le pregunta por sus actividades editoriales, inexistentes en esos momentos, puesto que la anciana ignora la ruina del hijo. Sobresale, pues, el editor como un personaje de raigambre psicológica tradicional, porque en él se conjuga una problemática personal y una familiar: sus ancianos padres por un lado, y Celia, su esposa, cuya amenaza para que deje, definitivamente la bebida, se mantiene latente en todo el relato; por otra parte, Riba muestra, en sus variadas actuaciones, ese estado de conciencia humana, influido por una sociedad caótica y amenazante que se recrea en el fracaso.
En esta novela, trascendente aún más que las anteriores, Vila-Matas se debate, con sus héroes, entre la realidad y la fantasía, la sabiduría y el caos, la melancolía y el sentimiento, para narrar en un frenético presente la soledad más absoluta a la que pueden llegar sus personajes. Pero Dublinesca ofrece, en su conjunto, un notable cambio, tanto si hablamos del registro narrativo como si lo hacemos de la estructura: el primero facilita bastante la lectura por un argumento sólido y nítido que posibilita una comunicación convencional, resulta así un texto más paródico, el humor campea por la historia y, en ocasiones, bastante mordaz; con respecto a la estructura, todo ese acervo de comentarios literarios, especulativos, citas, nombres, preocupaciones estéticas del autor, se concretan en torno a la alternativa trama complementaria, más profunda y perspicaz, que obligará al lector a realizar un auténtico ejercicio virtual sobre el arte y la literatura, es decir, se quiere rendir homenaje a esa fiesta de la inteligencia que supone la lectura de un clásico como Ulysses, además de las referencias a los autores pro irlandeses que, de alguna manera, hilvanan la vida paralela de un Riba arruinado, aunque con una biografía no menos edificante que la de sus admirados, Joyce y Beckett, un hecho que se presupone de la propia figuración del escritor porque a lo largo del libro seguirá soñando y, pese a la gran avalancha de información pro internet que Google proclama en nuestro mundo, Vila-Matas sale airoso de su ejercicio porque esta novela se traduce en la más hilarante y la más divertida de todas las suyas, tan profunda como cómica, y con tanto acierto en su planteamiento que, tras anunciar la muerte de la literatura, con su actitud le otorga a esta un espléndido futuro en el que sin duda, el barcelonés y su mundo será un representante a tener en cuenta.
*Aunque Google no diga nada (versión PDF). Pedro M. Domene. Revista Turia. Teruel, número 95. Junio-Octubre 2010. |