Philippe Petit
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VACÍOS
PEDRO M. DOMENE
La literatura de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ejerce una inequívoca e indiscutible atracción sobre los lectores. Quien logra traspasar el umbral de su espacio inventado, consigue entrar de lleno en su mundo. Pero el suyo es una realidad de representaciones, de conexiones humanas y literarias que, durante años, ha conseguido diseñar en una auténtica estrategia narrativa con inequívocos referentes que recuerdan a los nombres universales de Kafka, Roussel, Walser, Melville, Beckett, Céline, incluso a las exigencias de Montaigne y de Blanchot, entre otros. Desde hace algunos años, para Vila-Matas, la ficción juega a convertirse en realidad, los libros contienen esas vidas escritas de las que hace gala el autor y así, su identificación de vida y de literatura, se concretaba en Suicidios ejemplares (1991), como esa negación consciente de la vida, aunque casi diez años más tarde en Bartleby y compañía (2000), narraba su definitiva repulsa de la literatura.
Al contrario que muchos contemporáneos suyos, en la escritura de Vila-Matas no hay propensión a explicar nada, ni siquiera la razón misma del hombre sobre el universo; es la suya una impostura que provoca un diálogo intertextual y supratemporal. En su última entrega, Exploradores del abismo (2007), el narrador pretende, de alguna manera, abjurar de buena parte de su escritura para volver, quizá, a los registros de su primera etapa de escritor, aunque una vez leído el libro, se concreta, en realidad, en una colección de cuentos con las ambigüedades propias del escritor barcelonés y se muestra, una vez más, su personal relación con la realidad vivida a través de la ficción. Pero novela y cuento se confunden en la escritura de Vila-Matas porque, como él mismo ha asegurado, practica una mezcla de géneros que lo llevan a contaminar su discurso hasta convertirlo, posteriormente, en auténticas reflexiones ensayísticas que provocan un auténtico vacío en el escritor.
Cuando uno empieza a leer Exploradores del abismo las referencias a Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), la estructura de Hijos sin hijos (1993) o la antología Recuerdos inventados (1994), su progresión misma, nos proporciona parte de esa exploración, tanto propia como ajena, que viene ejerciendo el narrador durante más de estos largos veinte años últimos, aunque hoy ya esa condición suya de angustiado o desesperado suele ser vencida por la confusión que ha obtenido de ensayar y practicar quizá una posible y auténtica literatura. Para justificar este libro, para explicar este puñado de cuentos, en «Café Kubista» y, a modo de introducción, el autor afirma: «Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro». Y esta categórica declaración de principios, esgrimida en muchas de sus anteriores obras, cobra mayor fuerza en otro de sus textos «La gota gorda», cuando añade, «Hace un año, volví a escribir cuentos, pero sin darme cuenta de que en realidad seguía con los hábitos del novelista (...). La tensión más fuerte la provocaba el duro esfuerzo de contar historias de personales normales y tener a la vez que reprimir mi tendencia a divertirme con textos metaliterarios: el duro esfuerzo de contar historias de la vida cotidiana con sangre e hígado, tal como me habían exigido mis odiadores (...). Indiscutiblemente, después de leer Exploradores del abismo, uno se da cuenta de que Vila-Matas sigue siendo un provocador capaz de transformar en un todo orgánico una suma de textos que confluyen en una única y absoluta dirección: el mundo vilamatiano de sus silencios y de sus desapariciones, aunque en ocasiones, vuelva su mirada para contar auténticas joyas de carácter, eminentemente, narrativa breve, cuentos tan sorprendentes que en ocasiones no resultan ser así y me refiero, concretamente, a «Niño», relato intenso, conmovedor, una exasperante visión de la extrañeza, característica de su mejor prosa, o «Fuera de aquí» que, junto al anterior, se convierten en auténticos capítulos de una obra más extensa y, pueden ser, realmente, calificados como novelas cortas. El primero muestra el desesperado deseo de un padre porque su «Niño» salga vivo de una intervención quirúrgica; aunque el relato amplia sus registros hasta veleidades insospechadas en esa relación padre-hijo. El segundo cuenta la historia de una saga generacional rusa, con dos hijos revolucionarios y dos gemelas, que como su autor juegan a explorar ese abismo que supone la vida; un cuento muy chejoviano pero que, desde la perspectiva de Enrique Vila-Matas, propone una relectura moderna de las posibilidades literarias del maestro ruso.
Aunque, en realidad, todo el libro se estructura o, mejor dicho, se configura en torno a «Porque ella no lo pidió», una profunda mirada a «otros espacios» explorados por Vila-Matas aunque sobrepasando las habituales fronteras entre la realidad y la ficción, precisamente para poder mostrar, con el relato-encargo de Sophie Calle, que toda realidad ficcionada se convierte en una nueva realidad, la que pretende vivir Calle por encargo, en esa especie de nouvelle o diario de trabajo, como si de un de juego de espejos se tratara en los que Vila-Matas vuelve, una y otra vez, a mirarse para teorizar, una vez más, sobre ese sentimiento expreso de ser otro, aún cuando el encargo provenga de una extraña para vivir la historia que pretende le escriba el narrador. El escritor averiguará cómo otros colegas se han negado a esta proposición, Paul Auster, Jean Echenoz y Olivier Rolin, pero accederá liberado por esa intensa felicidad de sentirse «fuera de aquí» aunque muy pronto enfermará, como es habitual, tras comprender que no existe vida sin narración o sentido de la existencia sin ficción.
Otros homenajes se asoman, tímidamente, en relatos como «Amé a Bo», una fábula intergaláctica para justificar toda una tradición de existencialismo científico con Stanislaw Lem como referencia. En realidad, todos estos relatos y otros no analizados, «Otro cuento jasídico», «Nunca hizo nada por mí» o incluso, «La gloria solitaria» proyectan conceptos misteriosamente relacionados para posteriormente verse unidos en un único conjunto. Y una curiosidad más, el funambulista Maurice Forest-Meyer se pasea por estos relatos, acompañado por Delia Dumarchey, su esposa, ambos como esa metáfora de quien logra moverse sobre el vacío para convertir el abismo en su medio de vida. Sumados, estos cuentos, la escritura misma a la que se enfrenta Vila-Matas, suponen una vuelta a los orígenes, aunque en algunos de ellos aún se perciba esa intensidad metaliteraria que le otorga el autor al conjunto de su obra, esa teoría esgrimida que arrastra en toda su existencia, incluida la real y la ficticia. Además, el narrador incluye, una hilarante sucesión de situaciones que con un excelente humor o, mejor, una finísima ironía, características tan habituales en sus textos, le devuelven, de una forma provocativa, esas ansias de ser como un dios en la tierra, para dominar las vidas ajenas y apuntar, en definitiva, con un solo dedo hacia las cosas.
(Revista TURIA, Teruel, 2008)
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