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PARA LLEGAR A VILA-MATAS
EDUARDO LAGO
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Buscando a nuestro autor, he ido a dar a un extraño paraje, lleno de nombres que no he sabido muy bien cómo desbrozar, de modo que he optado por hacer que sea él mismo quien señale los que a lo largo de los años le han parecido más relevantes. Para llegar allí ha sido preciso reconstruir un viaje que excluía la posibilidad del regreso. Ello contradice el arquetipo. En la historia de la literatura, el viaje primordial es el que trazó Homero en la Odisea. De las innumerables variantes que vendrían a lo largo de los siglos, una de las que tuvo mayores consecuencias fue el Ulises, de James Joyce. En ambos casos, la narración cumple con el ritual de volver a casa. Joyce rompió este esquema cuando tuvo que afrontar el problema de qué seguir escribiendo después de haber llegado tan lejos como lo había hecho con el Ulises. La respuesta es Finnegans Wake, una propuesta que renuncia a toda posibilidad efectiva de regreso. De entre las criaturas de ficción creadas por Enrique Vila-Matas, una de las más peculiares son, precisamente, los finnegans, aunque antes hubo muchas otras.
Rastreando los orígenes de la trayectoria que lleva hasta Vila-Matas, nos tropezamos con nombres que cobran un sentido inusitado cuando se vuelve sobre ellos desde la atalaya del presente. Es lo que sucede al repasar la lista de los ganadores de los primeros Premios Formentor, entre los cuales hay varios cuya vinculación con la figura de quien lo ha ganado este año es importante, como Witold Gombrowicz o Carlo Emilio Gadda, aunque la conjunción más significativa es la que echa el premio a andar, cuando en 1961 le es concedido ex aequo a Jorge Luis Borges y a Samuel Beckett, nombres que ocupan un lugar central en la cartografía personal de Vila-Matas. He ahí un buen lugar para iniciar nuestra indagación. Las trayectorias disjuntas de Borges y Beckett, que el Premio Formentor hizo que coincidieran, apuntan a una oculta complementariedad que se encuentra en la raíz de lo que hace nuestro autor. Más que un diálogo, lo que las voces del argentino y el irlandés entablan al cruzarse es un extraño pulso que nunca se dio en la realidad pero sí en la obra de Vila-Matas, una de cuyas características consiste en propiciar acercamientos imposibles. Borges y Beckett representan dos maneras casi opuestas de entender la literatura. Un ejemplo sintomático: mientras Borges despachaba con desdén la aparición de Finnegans Wake, considerando que era mera palabrería sin sentido, Beckett publicaba un ensayo magistral sobre el libro, el primero que lograba arrojar algo de luz sobre el extraño empeño joyceano. Vila-Matas, no por casualidad miembro fundador de la semi-extinta Orden del Finnegans, está por encima de esta incompatibilidad. Borges es uno de los referentes esenciales de su obra, más que Beckett, quien guarda a su vez una íntima relación con la literatura del despojamiento que tanto interesa a Vila-Matas. El giro que da su obra en Dublinesca tiene en buena medida como catalizador el legado irlandés de Joyce y Beckett.
2
Uno de los rasgos de la obra de Enrique Vila-Matas es que se fue gestando en relativa soledad. Resulta difícil encontrar puntos de anclaje en la tradición española. De una escueta lista de nombres que le hice llegar consultándole al respecto, conservó únicamente los de Cervantes y Gómez de la Serna, añadiendo el de Benet y alguno más que en modo alguno alcanzo a ver, por lo que he decidido omitirlos aquí. La notable escasez de referentes literarios procedentes del ámbito español tiene como contrapartida la capacidad de Vila-Matas para acortar distancias con tradiciones literarias alejadas de la nuestra. Una de las manifestaciones de tal capacidad es la existencia de una línea de fuerza que lo vincula con el escritor más importante que ha dado América Latina en las últimas décadas: Roberto Bolaño. En una entrevista concedida a The Paris Review, Vila-Matas afirmó que cuando conoció al escritor chileno en 1996, dejó de sentirse solo. No era muy distinta la soledad literaria vivida a su vez por el propio Bolaño, quien sin dejar de ser chileno se hizo mexicano, instalándose después en España, donde creó una nueva lengua de signo transatlántico. Cada uno desde su orilla del idioma, Bolaño y Vila-Matas han llevado a cabo conjuntamente una formidable renovación de la literatura en español. El mapa es incompleto si falta uno de los dos.
Tomando como punto de partida el legado de Borges, los dos escritores propician conjuntamente una internacionalización del canon hispánico que se apoya firmemente en la tradición centroeuropea, cuyo centro para los dos es Kafka.
Establecido así el portal que posibilita la entrada de la novela escrita en español en la escena literaria actual, podemos seguir por separado la vinculación de Vila-Matas con la figura de Robert Walser, quien gracias a él se ha quedado a vivir entre nosotros para siempre. Walser es parte de una constelación cuyos referentes fundamentales son, además de Kafka, Bruno Schulz, Tristan Tzara, Robert Musil, Witold Gombrowicz y W. G. Sebald. Llegados aquí es preciso constatar una ausencia importante. En la conversación con The Paris Review antes señalada, Vila-Matas indica que en la historia de la épica occidental falta el capítulo de un libro que incluiría a Cervantes, Kafka y Musil. En los últimos no hace falta insistir, pero sí en Cervantes. Se señala pocas veces, pero Vila-Matas es uno de los hijos sin hijos más singulares que le han salido a Cervantes. Para llegar de uno a otro hay que seguir los dos lados del sendero cuando éste se bifurca: de la parte de Francia, las vueltas que le hace dar Diderot a Jacques le fataliste; de la parte de Inglaterra, las piruetas que ejecuta Tristram Shandy a instancias de Lawrence Sterne. Como dijo Alberto Manguel, en todas las novelas de Vila-Matas hay algo de Tristram Shandy. Christopher Domínguez señaló en su día el carácter marcadamente latino que ha tenido la recepción de la obra de Vila-Matas, situación que se explica bien si tenemos en cuenta la fuerte vinculación del escritor español con los italianos Magris, Gadda y Tabucchi; con dos portugueses tan lejanos uno de otro en el tiempo como Lobo Antunes o Pessoa (a quien se rinde tributo en Extraña forma de vida); y sobre todo, y de manera abrumadora, con la tradición francesa: Duras, Rimbaud, Valéry, Blanchot, Perec, Gracq, según nómina depurada por el propio Enrique. Con todo, la vinculación latina de mayor importe es la que mantiene Vila-Matas con la literatura hispanoamericana. Pocos españoles han logrado como lo ha hecho él borrar una distancia que muchas veces resulta incómoda. Además de Borges y Bolaño, sus referentes latinoamericanos esenciales, reducidos a una lista elaborada por él mismo, incluyen a Felisberto Hernández, Augusto Monterroso, y Sergio Pitol. Más significativo aún, creo, es el magisterio que ejerce Vila-Matas sobre las nuevas generaciones del subcontinente. Sólo por esto es legítimo decir que estamos ante el más latinoamericano de los escritores españoles actuales.
3
Una vez, Enrique recibió una llamada telefónica desde la tumba de Melville, ubicada en el cementerio de Woodlawn, en el Bronx. Un tiempo después acudió en persona a visitarla para desde allí efectuar sus propias llamadas. Lo más interesante es el impacto que habría de tener todo aquello sobre su imaginación. Vila-Matas llegó a la firme convicción de que un pynchon (con minúscula) había estado espiando todos sus movimientos. No hace falta resaltar la conexión Melville-Pynchon (con mayúscula). Lo fascinante de estos dos escritores es el silencio que desprenden las miles de páginas que constituyen novelas tan descomunales como Moby-Dick o El arco iris de la gravedad (como ha comentado la crítica, la segunda es, en una de sus dimensiones, una reescritura de la primera). A Vila-Matas le interesa sobremanera Melville, pero no el autor de novelas-cetáceo, sino el de fabulillas enigmáticas como Bartleby, el escribiente. En efecto, una de las criaturas más entrañables de la fauna vilamatiana son los bartlebys, especie de guardianes del silencio, cuyo hábitat favorito son las notas a pie de página. Entre las muchas peculiaridades del comportamiento de esta singular estirpe destaca la infalible respuesta que tienen a bien dar cuando se les conmina a actuar: Preferiría no hacerlo, dicen con escueta contundencia a quien se atreve a sugerirles que hagan cualquier cosa, en particular si se les conmina a ejercer su oficio de escribientes. El eco de la frase reverbera con particular estruendo en los oídos de los montanos y pasaventos que corretean por las páginas de Enrique.
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Era aquí donde había que llegar, al bosque sin retorno de Última Thule, la tierra situada más allá de todas las tierras, donde se han dado cita, libres de los textos donde una vez estuvieron prisioneras, criaturas que pertenecen al orden de los shandys, bartlebys, odradeks y bucarestis. Hasta aquí las han seguido montanos, pasaventos, finnegans y oblomovs. Da la sensación de que se disponen a celebrar una fiesta. Cuando parecía que ya estaba todo el cónclave reunido, emergió por otro sendero del jardín un nuevo contingente, del que me dio tiempo a identificar a un enjambre de hemingways, media docena de fitzgeralds, un par de salingers de aspecto bastante malhumorado y un solo pynchon, con aire de darse mucha importancia. Ni un solo bartleby, sabe dios por qué, como tampoco ninguno de los franceses, excepción hecha de un perec de crespa pelambrera que avanzaba presuroso seguido por un grupo jadeante de garciabreus, garrigas, netteles, zambras, bellatines y chejfecs… todos pendientes de las señales que les hacía desde lo alto de una roca un vilusmitus.
Dio comienzo una discusión en la que los congregados no lograban ponerse de acuerdo. ¿Qué clase de escritor era el que les había dado vida a todos ellos? ¿A qué tradición pertenecía? “A la nuestra”, dijo un hemingway, provocando abucheos en todos los grupos salvo el anglosajón, cuyos representantes arguyeron que con Dublinesca las cosas habían cobrado un nuevo sesgo. “No es ni francés ni latinoamericano, nuestro autor es un escritor chino”, exclamó con voz de colibrí un odradek oriundo al parecer de Minnesota. Todos los rostros se volvieron a la vez hacia quien hablaba. “Lo comprobaréis cuando se publique en inglés Kassel no invita a la lógica.”“¿Y eso por qué?”, clamaron varias voces al unísono. “¿Por lo del restaurante chino donde se tenía que sentar a escribir todos los días?” El interpelado sacó del bolsillo un volumen con las cartas de Kafka y leyó: “Soy un chino que acaba de volver a casa. ¿Lo entendéis ahora?”.
Pero nadie dijo nada. ~
[Texto escrito con motivo de la concesión a Enrique Vila-Matas del Premio Formentor de las Letras 2014.] |