ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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VILA-MATAS, DINAMITA DEL REALISMO

CARLES GELI


"Ahora que no me dedico a ser un personaje, que he dejado de ser el justiciero de la noche que fui un tiempo, que alejé los escándalos y soy un señor serio y no salgo, resulta que soy un arquetipo", constata alegremente sorprendido Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), que cuantifica hoy en una treintena los libros en los que aparece ya como personaje literario. Quizá porque está en ese periodo más serio (nada que ver con que haya cumplido 65 años, dice: "Esto no lo doy por terminado, por lo que sigo encantado") o porque cree que tras la aparición de Exploradores del abismo (2007) ha superado sus etapas de "indagación sobre el sinsentido y la de la automitografía" y ahora se halla en "la búsqueda del difícil brillo de lo auténtico, aproximándome a la verdad a través de la ficción", la cuestión es que nunca antes un lector de Vila-Matas ha podido estar más cerca de la persona y saber de sus claves autoficcionales.

La brisa que disipa algunas de las brumas tras las que durante casi 40 años se ha agazapado la acaba de publicar Galaxia Gutenberg y se llama Fuera de aquí, curiosamente (o no) el título que inicialmente iba a poner el autor a su Exploradores del abismo. La flaqueza que lo ha hecho posible estriba en que son conversaciones mantenidas con quien ha traducido 15 de sus obras al francés, André Gabastou (que también ha vertido a Bioy Casares o a Pliguia) y que salieron publicadas en Francia hace tres años. Total: que el escritor estaba con las defensas ficcionales bajas.

"No hablo de mi vida sino de mis libros y de dónde salen", antepone raudo como escudo Vila-Matas, que debe admitir que "es otro espacio y aquí he hablado normal". Viniendo de él, esa normalidad es mucho. Por eso se sabe ahora que de la infancia poco ha quedado en su memoria literaria. "No tengo grandes recuerdos y los que tengo son de una felicidad sin problemas y que yo sepa no hay narrativa sin conflicto; no, no tengo recuerdos y los que tengo son inventados; como decía el verso de Larkin, aquello es un aburrimiento olvidado".

Mientras el lector va escuchando como Impostura (1984) es el libro donde nace toda su obra, --"me marcó, sin yo saberlo, las directrices futura de lo que haría después, mezclando de forma muy ambigua realidad y ficción"--, o de que siempre hay en sus libros un escritor que hace de eje tácito (Kafka en Hijos sin hijos; Melvilla en Bartleby y compañía; Blanchot en Doctor Pasavento; Pessoa en Extraña forma de vida...), también uno se percata de que la "incomprensión" que han recibido Una casa para siempre (1988), El mal de Montano (de 2002, "mi libro más ambicioso y mucho mejor que Bartleby y compañía") o Doctor Pasavento (2005) han dejado cicatrices más profundas de lo que parece. "Algunas de mis obras más arriesgadas no se han comprendido mucho, especialmente entre la crítica local madrileña, su establishment literario, para la que he sido una rara avis. Madrid mira poco hacia afuera, se cree autosuficiente y por eso se ha cerrado tanto a los cambios generados en la literatura de los últimos 100 años". Una situación que se ha trasladado a otros ámbitos: "Muchos escritores españoles durante tiempo se han creído muy superiores a los mexicanos, por ejemplo". Esa incomprensión madrileña queda reflejada en uno de la media docena de textos que incorpora el libro en relación a su edición francesa, la conferencia "de combate" que dio en la Biblioteca Nacional en abril del año pasado.

En cualquier caso, Vila-Matas no se arrepiente para nada de esas obras. "La emoción del arte está en hacer algo distinto que a lo mejor te lleva a hacer el ridículo o algo que sobresaldrá porque estará muy bien y hará avanzar". Quizá resulta que el lector no quiere que Vila-Matas se salga de un determinado guión... "No sé qué personaje se han creado de mi incluso los lectores más jóvenes. Un provocativo artículo mío en el que jugaba sobre la serie Breaking Bad yendo más allá del elogio y buscando aspectos diferentes generó una en la red que... Creo que nuestra sociedad ha perdido la memoria del intento de poder hacer siempre otra cosa distinta. Y eso es justo lo que he querido hacer con mi obra: provocarme a mi mismo no tener salida; por eso con Montano me fui a las antípodas temáticas de Bartleby, del mismo modo que después me fui a Pasavento o a Exploradores, libro donde en verdad arriesgué buscándome nuevos caminos...".

"Cada vez que me aproximo al realismo me acuerdo de que voy a jugar con dinamita", confiesa en Fuera de aquí a cuento de El viaje vertical (1999), parcial autorretrato de joven y un intento, admite hoy, de hacer entonces un novela más tradicional. Con dinamita juega diversas veces al definir España como "un país aún con ramalazos franquistas". Las relaciones Cataluña-España no hacen más que ahondar la sensación. "Hace tiempo ya que perdí la inocencia y sé que nuestros políticos sólo defienden sus propios intereses económicos. ¡Y cuánta vanidad y estupidez hay en esos movimientos que nos obligan a presenciar a diario en sus televisiones! Por otra parte, por muchas vueltas que le doy no consigo comprender por qué he de ser yo propiedad de un lugar y adecuarme a su supuesta forma de ser".

También define el escritor el país como una tierra "baldía y yerma": "Lo que más me carga de todo es esa colección de agoreros nacionales, especialmente en el campo cultural, que van lanzando que todo está acabado: la novela, el arte..., y lo único que reflejan con ese discurso derrotista es su incapacidad para adaptarse a lo nuevo. Critican Internet, los libros electrónicos y la literatura de twitter; yo quizá también les reprocho aspectos pero intento estar ahí, uno se ha de adaptar siempre... El arte siempre ha sido una sucesión de nubes que pasan deprisa; y las grandes obras, también... Siempre todo ha pasado deprisa; todo lo nuevo no ha de ser malo". De esa filosofía se impregnará su nuevo libro, Kassel no invita a la lógica, que aparecerá el año próximo y donde aprovecha su reciente estancia en la Documenta de 2012 (fue invitado a escribir en público desde un restaurante chino) "para hablar de grandes esperanzas en torno a la vida y al arte".

La mirada de Vila-Matas es hoy optimista en un contexto pesimista porque, en la edad que antes era la de la jubilación, está más arriba que nunca si cabe: su nombre estaba entre el de los cuatro españoles que se barajaban este año para el Nobel, en los próximos cinco años aparecerán siete novelas suyas en Suecia y en el off-off Brodway la compañía Martin Segal Theater prepara para mayo próximo una adaptación de su París no se acaba nunca... Él parece que tampoco: esta ahora con esa "búsqueda suprema de la autenticidad". Lo argumenta: "Es un poco lo que decía Foster Wallace en su artículo sobre volver a Dostoievski: hay que volver la literatura a la vida, a lo humano; ahora estoy entre el intelectualismo que trata al lector de tonto y el best-seller que también lo trata así; hemos de hacer una literatura que piense en los lectores; parecería volver para atrás pero sería un salto hacia adelante", afirma.

Dice eso Vila-Matas pero sigue recomendando como llave maestra para entrar en su mundo el relato Porque ella no lo pidió, de Exploradores del abismo, donde la artista Sophie Calle le solicitó un relato que ella protagonizara, comprometiéndose luego a hacerlo realidad. "Es que ahí realidad y ficción están técnicamente indisolubles, no se sabe qué es qué, es donde se rompen más y en cambio donde están más unidos". Lo dice mientras hojea Fuera de aquí, con su imprescindible Autobiografía literaria (todos sus libros comentados sucintamente, pero con intención, por él) y se entretiene a mirar las fotos minúsculas, que salpican el libro, demasiado oscuras muchas veces. "Así, oscuras y que casi no se ven, le dan un aire de imágenes de escritor del XIX y de un halo de misterio... Tendré que releerlo para recordar qué digo y a partir de ahí reconstruir y avanzar". O sea, igual Vila-Matas no ha cambiado tanto.


El País, 8 noviembre 2013.
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