Alejandro García Abreu
Roberto Arlt, 1935
El origen eléctrico de todas las lluvias. Entrevistas con escritores, artistas y pensadores (Taurus, 2020) de Alejandro García Abreu. La ilustración de la portada —aguafuerte sobre cobre de Vicente Rojo de 2008— se titula precisamente A voces. Fue escogida por García Abreu para rendir homenaje al género literario de la entrevista.
Los Suicidas
Revista literaria editada por
Alejandro García Abreu
TRADUCCIONES de
Alejandro García Abreu
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LA SOMBRA DE PASAVENTO
ALEJANDRO GARCÍA ABREU
A Álvaro García
“Una fuerte imaginación generó el acontecimiento.” La historia comenzó con el transcurrir oscilante de un espíritu fugitivo y simuladamente aleatorio, atraído por lo improbable tanto y quizás más que por lo factible. El ADN vila-matiano, su estilo, fue definido por Gonçalo M. Tavares en Biblioteca, volumen en el que aprovecha el modelo del diccionario como vehículo de sus inquietudes. En la entrada que le dedica a Enrique Vila-Matas, precisa:
Como si la Historia de la Literatura dejase intervalos, cosas blancas que manchas de tinta bien dirigidas (como las letras) pueden todavía ocupar. Pero nada es involuntario, las coincidencias son el destino de un cálculo. El azar cae de una hendidura construida en mitad de una suma sencilla; como si en medio de las letras de otros libros existiese todavía espacio para escribir nuevos libros. Las palabras infiltradas dentro de otras como agua que busca el mejor camino entre obstáculos clásicos y modernos incentivos.
Fundada en relaciones sólo en apariencia fortuitas, la obra de Vila-Matas se cimienta en una estructura reticular; en ese entramado desliza libros dentro de otros: su poética decanta la literatura. Las coincidencias entre sus escritos —la suma de sus obsesiones— resultan el destino de un largo proceso.
Como un Montaigne transfigurado, Vila-Matas ensaya la vida y se dibuja a sí mismo. Ha revelado, en múltiples ensayos, artículos y conferencias —reunidos en ocho volúmenes—, los vínculos más íntimos entre sus pasiones y lugares, entre sus novelas y cuentos, entre sus afectos y recuerdos. La trama de sus días se ha ido descubriendo en cada uno de sus textos. “Mastroianni-sur-Mer” —conferencia de disposición fragmentaria donde se eliminan las fronteras entre los géneros— originó el diseño de Bartleby y compañía, libro sobre los escritores que dejan de escribir, sobre “las personas que viven y luego dejan de hacerlo”. Desde la ciudad nerviosa provino del impulso de concebir una “teoría de la narrativa” para conectar Bartleby y compañía con El mal de Montano, donde se narra la enfermedad de los letraheridos. En “Un tapiz que se dispara en muchas direcciones” —juego de espejos que discurre alrededor de las incidencias previas y posteriores a la publicación de Bartleby, como la intensa lluvia de “escritores del No” acaecida después— Vila-Matas reflexiona en torno a la configuración de esa novela: un andamiaje teórico que está en la raíz de El mal de Montano. Más tarde manipuló y modificó “Aunque no entendamos nada”, perteneciente al volumen del mismo nombre, para acoplarlo a Doctor Pasavento. En ese ensayo sintetiza su visión del mundo, que carga de sentido al absurdo y considera que lo esencial de la realidad se encuentra en la literatura. Así Vila-Matas crea itinerarios que dan coherencia y densidad al ciclo novelístico.
Doctor Pasavento, novela cuyo eje rector es la figura de Robert Walser, habla de la desaparición y del desvanecimiento del sujeto en Occidente. Pasavento recurre a un método de abandono: pretende esfumarse hasta el anonimato. Pero de lo que realmente trata la novela, según el propio autor, es de la dificultad de no ser nadie. El yo que anhela disolverse —la voluntad del anonimato o la tentativa suicida— aparece como una constante. Vila-Matas admira de Walser su rechazo a toda esperanza de esplendor, de magnificencia: “su extraña decisión de querer ser como todo el mundo, cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo.” A su vez, sigue la estela del poeta chileno Juan Luis Martínez, cuyas letras habitan los linderos de la ocultación. Martínez —experto en fantasmas y escudriñador de los laberintos de la identidad— disfrutaba las obras que no entendía del todo, como Finnegans Wake: “Mientras menos comprendo un libro —aseveró el poeta—, más me interesa”. En Ella era Hemingway / No soy Auster, Vila-Matas retoma la idea y afirma —con César Aira y John Cage— que “entender puede ser una condena. Y no entender, la puerta que se abre”.
Tras finalizar el complejo entramado de la Trilogía de la Catedral Metaliteraria —el término, que designa la serie Bartleby-Montano-Pasavento, es de Jorge Herralde— continuó las reflexiones concernientes a la desaparición. Después de concluidas, sus creaciones siguen acompañándolo. “Es más, por lo general, no entiendo de qué trataba realmente aquel libro o aquel otro hasta muchos años después —cifra Vila-Matas—, que es cuando empiezo a ver en profundidad de qué en realidad estuve hablando yo en aquella novela, o en aquel cuento”.
Y Pasavento ya no estaba es una colección de artículos y ensayos literarios escritos después de Doctor Pasavento (exceptuando “Un plato fuerte de la China destruida”, “Gombrowicz en seis horas y cuarto” y “Ventanas de la alta madrugada”). La familiaridad y las líneas narrativas emparentadas surgen de la nostalgia respecto al tema de la desaparición. El libro es un complemento obligado a la lectura de la novela. En el prólogo, Vila-Matas narra que en la presentación de la versión alemana de Bartleby y compañía, en Munich, Michael Krüger lo dejó sorprendido cuando calificó de “profundamente angustioso” el tema de los escritores que renuncian a su oficio. Años después advirtió de golpe la angustia a la que se refería Krüger y sobre la que él había hablado “sin darse cuenta”. La incomprensión se transformó en el aliciente para develar los enigmas. Lo mismo le ocurrió al publicar Doctor Pasavento: “no sabía lo que pasaba, pero sentía la necesidad de seguir escribiendo acerca de los temas centrales de ese libro, como si hubiera comprendido la profundidad real de los mismos demasiado tarde”.
Los textos que creó cuando el dottore Pasavento ya no estaba refractan la novela en muchas trayectorias y constituyen vasos comunicantes que unen lo disperso. El viaje sugiere profusos extravíos, pero los temas no son disímiles: a través de sutiles conexiones se percibe una genealogía de sus libros. La colección abre con un acercamiento a Samuel Beckett y la llegada intempestiva de una frase. Le sigue una deriva de la identidad —el anhelo de ser otro— y el apremio de llenar el vacío con nuevas palabras. En unas de las más intensas páginas de Y Pasavento ya no estaba, Vila-Matas revisita la “casa de la escritura” de Marguerite Duras. Posteriormente, en “Una cabeza en alta mar”, vuelve a Herman Melville y a Franz Kafka y ve un número considerable de parecidos entre el oficinista Bartleby y la extraña criatura que es el odradek; y reinterpreta la conexión kafkiana: “tal vez la ballena Moby Dick no sea más que un odradek gigante, cuya blancura persigue ese fanático del No que es el capitán Ahab”. Vila-Matas se apropia de distintos territorios intelectuales: recupera una idea de Ludwig Wittgenstein —con desesperación filosófica— y esboza la historia de alguien que se esforzaba tanto por cambiar su pasado como por buscar la “dimensión insondable”. También se pregunta si Dante tiene recuerdos inventados y cuestiona la existencia de la irrecuperable Beatriz. Bosqueja la vida despedazada de Francis Scott Fitzgerald y retorna a Laurence Sterne para evocar el advenimiento del “cometa shandy”; habla de la tradición literaria mestiza en la que está inscrito —en la que caben Claudio Magris, Georges Perec, Sergio Pitol y W. G. Sebald— y elabora un retrato de Daniel Mordzinski, fotógrafo entre literatos e improvisador de silencios. En la obra amplificada persiste una idea de Amos Oz —quien consideró que los confines de los espacios exponen solamente la angustia—: “Al igual que las órbitas de los planetas, también el mundo espiritual anhela la redondez”.
Todo en Y Pasavento ya no estaba es evocador, incluyendo la portada, una imagen en donde se ve a dos jóvenes mujeres —posibles opiómanas—, que desvían la mirada de un espectador potencial. Una sujeta una larga pipa, a punto de ser rellenada; la otra yace sobre cojines, inmersa en un estado de conciencia alterado. Traen a la memoria la “paciencia de la adormidera”, tan cara a Jean Cocteau, y confirman el anhelo de desaparecer en un escenario suspendido en un espacio desconcertante e ilusorio. Ambas pertenecen a una galería de personajes perdidos. La portada desata la inventiva: podría sumarse a las historias de Suicidios ejemplares.
Por medio de ensayos tramados con un hilo de narración, Vila-Matas compone la historia de su escritura. En cuanto a la perspectiva, está sumergido en un perenne e impasible proceso de esclarecimiento interior. Y Pasavento ya no estaba delata una búsqueda permanente, una melancólica mirada que comprende el mundo como un artefacto literario. Figura tutelar y errabunda, Pasavento vaga por las páginas del libro como un fantasma y domina la atmósfera de cada uno de sus textos. En su desplazamiento hacia lo incomprensible e impulsado por la necesidad imperante de corregir la realidad, Enrique Vila-Matas manifiesta que ha perseguido siempre su originalidad en la asimilación de máscaras: reafirma la existencia como literatura —extraña forma de vida— y sostiene que el escritor es un espectro solitario. ~
La Nave, número 3, enero-marzo de 2010
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