Anna María Iglesia
y Enrique Vila-Matas
|
–A lo largo de toda nuestra conversación, hemos hablado poco de Mac y su contratiempo, novela en la que, si no me equivoco, haces algo que nunca habías hecho: retomar una obra tuya –Una casa para siempre– para proponer una especie de reescritura de la misma.
–Mac y su contratiempo es una novela, pero es también un libro de cuentos y, además, el diario de un principiante –asistimos al proceso de su aprendizaje– y, además, un ensayo acerca de la repetición y la diferencia –vista como el mecanismo fundamental de la historia general de la escritura–, y también un cuaderno de viaje y el relato de una gran aventura, de un largo desplazamiento en busca de las fuentes del lenguaje, de las fuentes del Nilo, es decir, de los orígenes de la narración oral.
–Como dice el propio Mac, la novela es una especie de caja china: por un lado, tenemos tu reescritura y, por el otro, el intento de reescritura de Mac del libro de relatos de su vecino, Walter y su contratiempo.
–En realidad ahí simulo llevar a cabo, partiendo de Walter y su contratiempo, una reescritura de Una casa para siempre, pero sólo lo simulo, sólo lo finjo, porque no repito nada, aunque, eso sí, la novela, que es al mismo tiempo un ensayo, discurre acerca del tema de la repetición y la diferencia, habla de la cadena de repeticiones que es la literatura, lo que a algún crítico y a más de un hortera les llevó a caer de lleno en la trampa y a pensar –imagino que por pura tontería, o por mala fe– que era una novela en la que se veía que había empezado a repetirme. Pero en realidad esto estaba muy lejos de lo que allí ocurría, aunque he de reconocer que al decantarme por el tema de la repetición –palabra que iba a resultar ineludible en cualquier contraportada y síntesis del libro– no hice más que jugar con fuego.
–¿Por qué jugar con fuego? ¿Tan «mala fama» tiene la repetición?
–Porque era dar gasolina a los que, sin haberse molestado en leerte nunca, buscan poder aniquilarte con una sola frase: “Se repite”. Pero a mí me gusta meterme en la boca del lobo y ver cómo éste acaba haciendo el ridículo. Veamos, respecto al tema de la repetición: creo que es conocido, por ejemplo, que, a lo largo de veinte años, Cézanne pintó más de ochenta cuadros sobre la montaña de Sainte–Victoire, en las afueras de Aix–en–Provence, y que su insistencia impasible, aquel volver sobre el mismo motivo, estableciendo las variaciones de una mirada igual y distinta a la vez, fue todo un valioso gesto artístico, un gran homenaje al arte de la insistencia. En Francia, sin ir más lejos, en la misma línea de Cezanne, tenemos a Patrick Modiano que parece siempre escribir el mismo libro, algo que el propio escritor ha reconocido, aunque precisando que, en efecto, es el mismo libro, pero desde ángulos diferentes: «No hay repetición, pero es la misma obra». Una carrera como la de Modiano –escribió uno de sus máximos fans, Marcos Ordoñez– habría sido impensable en España: a la tercera novela habría sido crucificado, expulsado del circuito, acusado de repetirse. Hablando un día con Juan Marsé a propósito de la repetición y la diferencia –también de él se dijo a veces que se repetía, tal vez porque quienes no lo leían pensaban que todos sus libros pasaban en el Guinardó – me habló del eslogan del anuncio gigantesco de cerveza de barril que habían decidido embotellar y que desde su taxi pudo ver en la carretera del aeropuerto, al atardecer, recién llegado a México capital. El eslogan decía: «La misma de siempre, pero distinta». Y al preguntarle al taxista qué significaba aquello de que la cerveza fuera la misma y al mismo tiempo no lo fuera, éste le dijo: «Pues eso, señor. Que es la misma, pero distinta». Me hizo pensar en el cantante de New Order, que dijo: “No se puede reinventar la rueda, pero se puede cambiar de neumáticos”
–Ya hemos hablado de la repetición como estrategia narrativa en París no se acaba nunca o en el relato Nueva tentativa de agotar la plaza Rovira. En Mac y su contratiempo, la repetición va más allá y, como decías, se formula como elemento connatural de la creación literaria. De hecho, Mac la define como «oscuro parásito que se oculta en el centro de toda creación literaria».
–Sí. Hay un momento en que el narrador cree entrever al oscuro parásito de la repetición, que para él tiene la forma de esa gota gris solitaria que irremediablemente se halla en medio de toda lluvia o tempestad y a la vez en el centro mismo del universo, donde se acometen, una y otra vez, de forma imperturbable, las mismas rutinas, siempre las mismas. Desde luego esa gota gris y equívoca no es una imagen precisamente ajena al fondo mismo de lo que es la novela, porque ésta fue construida desde la sospecha de que el origen del lenguaje, y por tanto de la construcción de nuestro mundo, tuvo necesariamente que partir de un equívoco. Yo creo que esto fue algo que, por poner un rápido ejemplo, vio a la perfección Gombrowicz. Recuerdo que en cierta ocasión él dijo que, dado que la realidad es obsesiva esencialmente, y dado también que nosotros construimos nuestros mundos por asociación de fenómenos, no tendría que sorprendernos descubrir que en el principio de los tiempos hubo una asociación gratuita y repetida que fijara una dirección dentro del caos, instaurando un orden, un encadenamiento vertiginoso de malentendidos, de historias que surgen de un burdo equívoco inicial. Para mí ha sido ese error de entrada lo que nos ha llevado a la realidad inabordable de nuestros días, una realidad formada por cientos de códigos y de narrativas superpuestas –de esto habla Mac y su contratiempo–, todas enlazadas y cargadas de citas literarias visibles o encubiertas, porque nada sale de la nada, todo viene de algo dicho antes y que, para más inri, ya desde el primer momento entendimos mal. |